El cartel
Miura, Partido de Resina, Prieto de la Cal, Villamarta, Conde de la Corte y Guardiola .
Los toros tomaron ¡¡21 varas!!
Ante ellos estuvieron Rafaelillo y Ferrera con ganas de hacer las cosas bien y disfrutando de una extraordinaria tarde en la que, generosamente, cedieron el protagonismo mayor a los toros, cosa que les honra como toreros.
José Ramón Márquez
Valverde del Camino (Huelva).-
Con unos quince días de diferencia, ahí tenemos en Huelva las dos caras, las sempiternas dos caras de la Fiesta. A primeros de agosto, la corrida de los antitaurinos. En ella, dos figurones que se traen sus torillos debajo del brazo, hasta incluso sus sobrerillos bajo el sobaco, con los que extasiar a los gourmets de las posturitas, con los que parar el tiempo, torillos útiles para todo ese rollo patatero en el que ponen a una especie de toro a hacer el ridículo, cuya única misión en el espectáculo consiste, como los niños buenos de antaño, en no hacerse notar. Y luego, en Valverde del Camino, Huelva, la fiesta del toro, del respeto al toro, organizada alrededor de la suerte de varas, competencia entre seis ganaderías cuyo solo nombre haría correr como conejos a los de primeros de agosto, a Tomás y a Morante. Fiesta del toro con ganaderías que portan nombres y encastes de leyenda, honor del campo bravo: Miura, Partido de Resina (antes Pablo Romero), Prieto de la Cal, Villamarta, Conde de la Corte, Guardiola. Ahí están presentadas en Huelva, con quince días de diferencia, las credenciales de las dos maneras de entender esto, las dos posiciones irreconciliables, la de los que odian el toro, es decir la casta, y la de los que crían el toro, es decir la casta. No hay más, porque la clave de todo este juego está en la casta, que es lo que los de las posturas más odian.
La segunda cosa que diferencia a Huelva de Valverde del Camino es el público. Aficionados que miran al toro y que comprenden al torero en relación a lo que tiene enfrente. No es muy habitual hallar en un Plaza tanta cantidad de personas tan atentas al toro. Hombres mayores, jóvenes aficionados, sobria gente de campo capaz de ilusionarse con la manera en que monta un picador, personas que conocen, respetan y aman al toro. Un hombre dice, cuando sale el quinto, serio y un poco bizco del izquierdo:
-Si le echan esto al Morante ese, echa a correr y le tiene que ir buscar por el monte la Guardia Civil con un helicóptero.
Y nadie le contradice. Se ve bien a las claras que aquí se trata de enaltecer al toro y los espectadores no han venido a ver posturas, sino toros y toreros.
Para alguien que viene de El Puerto de Santa María, con los bueyes de Salvador Domecq aún en la retina, con el tedio y el tremendo aburrimiento de pasar dos horas y media sentado en una piedra a cambio de nada, las veintiuna entradas al caballo de la tarde de Valverde del Camino constituyen un bálsamo y una vacuna contra todo ese nefasto estado de opinión que aboga por el embuste del toro semidoméstico, esa delicada materia con la que los artistas de la franela cincelan sus escasísimas obras.
Si a esas inapelables veintiuna entradas al caballo de Valverde se les suma, además, la voluntad firme de los picadores por hacer bien su trabajo, por transformar el sucio ventajismo de cada tarde en lucimiento del propio oficio, en buena monta y en dosificación adecuada del castigo, ya tenemos el espectáculo en una inusitada dimensión que tarde a tarde se nos hurta, como si eso fuese lo natural.
En Valverde del Camino se citó a los toros de lejos y se picó arriba, y el hecho de que en veintiuna entradas al caballo tan sólo en dos varas se acabase tapando la salida al toro habla bien a las claras de la disposición de los varilargueros por enaltecer su oficio, por el orgullo del oro que portan en sus chaquetas. Y frente a eso, es notable cómo choca la predisposición de los matadores y de los montados en Valverde con la falta de interés de los matadores del otro día en Málaga, que hicieron, desdichadamente, caso omiso de la oportunidad que se brindaba de plantear de otra manera la suerte de varas por la desinteresada iniciativa de un grupo de aficionados.
Fiesta de enaltecimiento del toro, repitamos, y ejemplo para tantos sitios donde tras el cansino paso de las diversas troupestoreriles con sus torillos liofilizados, pasteurizados, desnatados, toros 0’0, ni chicha ni limoná, quizás puedan llegar a descubrir que es preferible no ver ya más veces al cansino July o al delicado Cayetano, porque es mejor ver una corrida con toros que den espectáculo, aunque los maten unos desconocidos, que echar un par de horas viendo a los bichos despanzurrados por los suelos, babeando y con la lengua fuera y un tío dándose importancia con eso.
Sinceramente creo que no sería elegante entrar en pormenorizaciones sobre la estupenda tarde de toros que se vivió en la centenaria Plaza de Valverde. Digamos que el Miura entró cuatro veces al caballo, cada una de ellas con más alegría que la anterior; que el Partido de Resina, de preciosa lámina, entró tres veces pese a haberse acalambrado de los cuartos traseros en los lances iniciales; que para el de Prieto de la Cal, jabonero sucio de impresionante trapío, el ganadero demandó desde el callejón la cuarta vara, que el animal tomó con alegría; que el Villamarta sólo tomó dos varas antes de aquerenciarse en chiqueros; que el imponente Conde de la Corte de impecable lámina, acudió con fuerza por cuatro veces al caballo; y que el serio Guardiola recibió la cuarta vara por indicación de su ganadero desde el Palco. A excepción del Villamarta, que se rajó de forma muy ostensible, todos los toros dieron su medida, violento el Miura, topón el Partido de Resina, exigente el Prieto de la Cal, encastado el Conde de la Corte, de emocionante y vibrante embestida el Guardiola. Ante ellos estuvieron Rafaelillo y Ferrera con ganas de hacer las cosas bien y disfrutando de una extraordinaria tarde en la que, generosamente, cedieron el protagonismo mayor a los toros, cosa que les honra como toreros.
Los toreros
Las ganaderías
Guardiola en banderillas ferrerianas
Carteles antitaurinos
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