Buen muletazo de José Cubero "Yiyo" al toro "Burlero" (Foto: Cano) |
El toreo conmemora este 30 de agosto la entrada en la leyenda de José Cubero "Yiyo" en Colmenar Viejo.
Veintisiete años han pasado desde aquel viernes 30 de agosto de 1985 en el que “Burlero”, de Marcos Núñez, acabó con la vida de José Cubero “Yiyo” en el ruedo madrileño de Colmenar Viejo. Yiyo, figura en ciernes, cuajó aquel día la que dicen fue la mejor faena de su carrera. Nadie sabe dónde podría haber llegado el torero de Canillejas de seguir viviendo, pero lo que está claro es que aquel día pasó a convertirse en leyenda.
Yiyo, que estuvo “muy decidido y valiente” ante el “genio” del tercero, se enfrentó después a “Burlero” “un animal bravo, noble y muy encastado que hizo una pelea positiva yendo siempre a más”. La faena de muleta “fue larga y muy intensa. Desde luego la mejor que yo le he visto a Yiyo en toda su vida”, escribió el cronista José Antonio del Moral en APLAUSOS-.
“Las series de muletazos sobre ambas manos fueron muy largas, incluso llegó a dar cuatro redondos seguidos ligados al de pecho sin enmendarse ni un milímetro. Se rebozó de toro en los pases de pecho que daba con deleite codilleando a propósito para que resultaran más y más ceñidos. (...) Entró a matar y pinchó. Y volvió a matar dejando una estocada en todo lo alto, quedando el torero por los adentros.
El toro se le arrancó y aunque Yiyo trató con la muleta de desviar la embestida certera del toro no lo logró porque los toros en esas arrancadas finales de la muerte suelen embestir a ciegas. Cayó Yiyo a la arena y giró cuatro veces sobre sí mismo tratando de que el toro no volviera a recogerlo. Pero el animal lo siguió alcanzándole de lleno en el costado y propinándole la cornada mortal que le partió el corazón instantáneamente.
El toro levantó a Yiyo del suelo y la impresión que nos dio a algunos es que la cornada había sido gravísima. Inmediatamente observamos los gestos de estupor de sus banderilleros. Cuando lo llevaron por el callejón hacia la enfermería nos asomamos para ver su cara y el gesto del torero era absolutamente cadavérico. Los ojos abiertos y extraviados, y el color de la tez, amarillento. Aunque pensamos que iba muerto, no queríamos creerlo”.
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