lunes, 10 de septiembre de 2012

Gracilianos de Escobar. Qué bonita es la casta cuando Dios nos la concede / Por José Ramón Márquez


Un toro
Relator

Gracilianos de Escobar.
Qué bonita es la casta cuando Dios nos la concede


José Ramón Márquez

Hoy, segundo día de encastes minoritarios en Las Ventas. Encaste minoritario el de Graciliano y encaste minoritario el de aficionado, que cada vez quedamos menos, la verdad. Desde Isla Mínima se vinieron a Madrid los pupilos de Escobar a presentar sus credenciales de toro de lidia, y a fe que las presentaron de forma harto elocuente.

Se nota que en el ruedo hay toros, para quien no lo sepa apreciar, en que el día en que se da esa extraña circunstancia no paran de caerse los capotes y las muletas de las manos de los toreros y no cesan de producirse pasadas en falso de los peones, que o bien no clavan las banderillas o bien sólo ponen nones.

Hoy la cosa minoritaria iba por la línea de Graciliano, y ese nombre siempre evoca la emocionada escritura de Navalón, en su Viaje a los toros del Sol, del mejor ganadero charro de la Historia, y sobre todo esa descarnada anécdota de cuando el enviado de una figura se presentó a ver los toros ‘por si le gustaban’ y acto seguido Casimiro le respondió: ‘Siga usted por esa vereda y luego a la derecha sale la carretera que va a Salamanca...’

Ganaderos minoritarios, minoritarios criadores del toro de lidia, señores del campo bravo nimbados de un halo de romanticismo que no es, definitivamente, de esta época.

Por la parte minoritaria de lo que correspondía lidiar el día de hoy, la blancuzca arena de Las Ventas fue hollada por seis novillos de los cuales cuatro portaban el hierro, divisa y señal de Mauricio Soler Escobar y dos las señas de José Escobar. El otro día en la corrida ésa que echaron por la televisión, les tocaron los novillos herrados con el guarismo 8 a los matadores de toros de postín y hoy para la minoritaria afición o para compensar, han traído a Madrid los toros de respeto para que los despachen los matadores de novillos. Justicia distributiva.

Esta tarde, mientras July, Gallito de Velilla, era ninguneado por el público de Dax frente a un horrible, tremendo,  pavoroso encierro de Garcigrande, en Madrid tres novilleros de muy pocos contratos se las veían con un serio, encastado y muy bien presentado encierro de toros de lidia que infundían un enorme respeto y que, naturalmente, demandaban toreros con oficio, con recursos y con poder.

Cuando en la Plaza hay toros todo lo que pasa tiene relevancia. Si los toros ven a gente moviéndose, aprenden; si les ponen un capote por aquí y otro por allá, aprenden; si enganchan las telas, aprenden... y no sólo aprenden sino que se enteran la mar de bien de todo lo que pasa alrededor. Por ejemplo, mientras está el novillero citando al toro, por el callejón pasa andando a su aire, distraídamente, un empleado de camiseta azul en la que hay un letrero que dice ‘Servicio de Plaza’, el toro entonces se desentiende de la muleta y del cite y se fija en el tío aquel que va caminando. Cosas del encaste, digo yo.

Por esas mismas cosas del encaste los animales en seguida se daban cuenta del truco que hay tras de la muleta y, a medida que iban avanzando los trasteos, se iban quedando más remisos, mas reservones y se ponían a mirar bien el trapo rojo, bien a las piernas del que lo manejaba, situación harto complicada emocionalmente para el propietario de las susodichas piernas. Claro es que el tipo de toreo que demandaban los animales de hoy yo creo que no hay nadie prácticamente en el gremio de la novillería que lo ejecute.

Para el observador atento se notó a las claras que los animales en general gustaban más de las distancias largas, signo muy de Santa Coloma, que de las cercanías y ahogamientos al uso. También se notó que estos minoritarios de hoy pedían mucho mando, mano baja y temple, y se puede decir que de eso apenas les dieron nada los que les torearon. Hubo dos toros para encumbrar a un torero en Madrid, pero hacía falta enfrente un torero que tuviese el valor y los conocimientos precisos y que, además, estuviese dispuesto a jugársela.

Daniel Martín se tragó el miedo en su primero y con su segundo, Pompito, número 28, el toro más ‘contemporáneo’ del encierro, fue confiándose en sus propias posibilidades, sobando al toro más que haciéndole una faena hasta que le sacó una buena serie con la izquierda justo en el final del trasteo para recetarle después una estocada buena casi entera que tiró al toro. Por la parte del toreo eso es todo lo que hoy pasó, junto a la feliz reaparición de El Ruso, Juan José Rueda, en Las Ventas.

El resto del tiempo puede decirse que los toros fueron quienes torearon. Se arrancaron cuando y como quisieron, se colocaron en los terrenos que les vinieron en gana e hicieron su santa voluntad. Los toros demandaban caballo, pues estaban mucho más deseosos  ellos de acometer a las gualdrapas de los pencos que los picadores en general, y hagamos la salvedad de Diego Cotán, por que se les arrancasen los novillos de largo y con fuerza; pues estos se dedicaban a hacer muchas zalemas y cucamonas como para demostrar que los toros no querían ir, cuando hasta el más lego neozelandés veía claramente que si algo tenían los bichos era ganas de acometer a los pencos, signo evidente de la buena orientación en la crianza del toro de lidia que guía el quehacer de un ganadero, que ni cría cabras, ni monas, ni ese decadente ‘material artístico’, sólo toros para los toreros que se atrevan.
O se dice gules y gualda o se dice roja y amarilla
Ésta no es ni gules ni gualda ni roja ni amarilla
Abella hace ondear en la primera plaza del mundo una bandera pirata
****

No hay comentarios:

Publicar un comentario