bella, único miembro del taurineo madrileño presente
en el homenaje de Aranjuez a El Chano
José Ramón Márquez
Abella, a quien todos sus amigos llaman Abeya, es políglota. Es hombre instruido que sabe inglés y que conoce el significado de la palabra inglesa ‘milk’, leche; no por la leche, mala o buena en sí misma, sino por lo que lleva de Milka, de la vaca de Milkaberrenda en morado, que es su permanente referencia en lo tocante al toro de lidia, lo que él quiere para estas Ventas del Espíritu Santo que pastorea con devoción de chambelán de la época anterior a Dantón y a Robespierre a base de tantos saraos y cuchipandas regadas con una ‘copa de vino español’ y con tantas corridas de toros juampedreros, toros bodegueros tan apegados también, por su origen financiero, a la ‘copa de vino español’.
Abella, Abeya también para nosotros, es hombre de gran corazón, pues el otro día es de los pocos del taurineo que adquirió su entrada en Aranjuez para el homenaje a El Chano, pero sobre todo y ante todo es nuestro gran alicatador. Nunca, en ninguna época de la larga historia de la Plaza, se han puesto tantos azulejos en sus paredes como los que han sido colocados en la actual era abeyesca. Es verdad que son prescindibles azulejos que no contienen enseñanza alguna, pero es también verdad que a su delgada sombra se han guarecido golosamente cientos de cuchipanderos a engolgorarse la canónica copa de vino español y a saludarse, palmeándose las espaldas los unos de los otros, mirando con el rabillo del ojo a los que van pasando por allí, en esa ceremonia civil de la hispánica manera de darse importancia.
Es verdad que lo que Abella, nuestro Abeya, se gasta en ‘copas de vino español’ inaugurando azulejos es justamente lo que se ahorra en cambiar cuatro veces al año la bandera que hay sobre la puerta grande. Posiblemente lo que a Abeya le vendría de perlas es que la bandera que hay sobre la puerta grande fuese también de azulejos, bandera alicatada, para soslayar el asunto del desgaste, que sería inugurada con una ‘copa de vino español’, pero el caso es que mientras inventan la bandera cerámica, él se preocupa muchísimo más de que no falte el morapio en los bajos de la Plaza para los vivos que de que en las partes altas, qué más da si nadie ya mira hacia arriba, haya un trapo sucio, descolorido y macilento que ni es rojo ni es amarillo, ni es gules ni es gualda, y que un negro chafarrinón, una bandera pirata colocada sobre la Puerta de Madrid, sea la seña del que espera la hora en que el trapo se convierta en azulejo.
A falta de otra idea mejor, Abeya y sus compinches, la gran aficionada Esperanza Aguirre, el simpático político autonómico González, los de la carpa de la cultura, la carpa delcarpe diem de Dragó et alt., cuyas cuentas exactas esperamos como agua de mayo, y los de la Asociación de Juan y Juan se han empeñado, para ir pasando el rato, en ponerle una placa a un suicida en el cincuentenario de su suicidio, hecho inaudito que no contiene en sí mismo motivo como para ser recordado en los pasillos de la Plaza de Las Ventas. Allá ellos. Se ve que no pueden dar un homenaje solamente a Gallito, que no pueden esperar al año que viene para ponerle los canónicos azulejos al torero de la calle de la Feria, quizás porque ya tengan pensada otra cuchipanda cerámica a costa de Juan Belmonte para el año 13, centenario de su alternativa. Allá ellos. Es su plaza, en la que lo pasan bomba descorriendo cortinitas, develando azulejos a la luz del día y degustando las copitas de vino español. A los demás lo que nos corresponde es pasar por las incómodas taquillas y deambular por los pasillos esos que van alicatando, pensando en lo injusto que es el hecho de que Martín Sánchez Pinto, valiente torero y firme estoqueador, aún no tenga puesto su azulejo convenientemente regado por la ‘copa de vino español’.
Por otro lado queda la firme convicción de que los pasillos de Las Ventas pueden convertirse en un Cossío cerámico y mural, pues aún quedan disponibles cientos de metros. De momento sólo están alicatando los bajos así que, con un poco de suerte, entre los metros disponibles que hay en los pasillos de los tendidos altos, los de las gradas y los de las andanadas es posible que hastaPedrito Castillo tenga su homenaje cerámico y su copa de vino, que algo haría para merecerlos, digo yo.
Abella en el callejón de la plaza de Aranjuez
Corrida a beneficio de El Chano
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