Liria y Ponce triunfan en el 125º aniversario de la plaza de Murcia
Murcia, ver torear
Pedro Javier Cáceres
Posiblemente, y hasta tengan razón, que muchos buenos aficionados murcianos se pregunten ¿con qué toro?
El toro de Murcia está muy definido. Quizá sea un punto por debajo en cuajo y romana, cómodo de cabeza, respecto de otras plazas de su entorno y categoría, pero es escogido a conciencia: hierros de prestigio, caros de precio, y sobre todo que respondan a hechuras y tipo del encaste, casi exclusivo, año tras año, Domecq.
Ángel Bernal no escatima en garantías ni costos para “echar” en Murcia, no sé si el toro que a él le gusta, sí el que el cree que puede embestir; y generalmente acierta: ver currículo reciente de indultos y faenas para el recuerdo en el coso de La Condomina.
Paga con gusto el peaje crítico sobre el trapío de “su toro” enjugado y rentado con creces al satisfacer sus dos principios: Murcia es la feria de las figuras, y en Murcia se ve torear.
Hechos son amores y no buenas razones. En cuatro festejos (reducción de corridas de toros por mor de la crisis, otra dosis de realismo) las dos faenas en palos distintos del reaparecido por un día Pepín Liria (gran toro el de Juan Pedro al que pinchó); las otras dos de El Juli, con la quasi primicia de haber firmado, con un gran toro de Zalduendo, un trasteo original en su etapa arrolladora de dominio y poder por ser faena de ciencia y paciencia, poso, reposo, gusto, vertical, largo, templado, “arrematao” y sentido, quizá su faena íntima más agradecida de su imponente temporada (por cierto, también, como Liria, lo pinchó)
Una nueva lección magistral, preñada de elegancia y gusto, del maestro Enrique Ponce en tarde en que Manzanares hizo un esfuerzo de figura del toreo por no perderse la “foto” del 125 aniversario con todos en hombros; no pudo ser, el toro no tenía más que arrancarle la oreja, pero no pasó desapercibido. Y Talavante, en momento algo fluctuante, gracias a un buen toro (otro Zalduendo, cuando el toro es bravo y se mueve crece hasta parecer más al arrastrar las mulillas que cuando asoma por chiqueros sorprendiendo desagradablemente, no por intuido e incluso sabido), toreó con quietud, variedad e improvisación, siempre ortodoxo. Para final, Perera. En la línea seria, desobsesionanda del arrimón y de trazo largo, templado y rematado detrás para provocar ligazón: tandas de cuatro y cinco. Fue a toro de Benjumea en tarde en que se anunciaba Salvador Domecq, que por cierto “echó” un dulce primero al que Rafaelillo toreó con mucho gusto.
De los que saben torear y tenían obligación de hacerlo solo falló Morante, y de los de apostar por condición de figura Castella.
9 faenas de retina en tres tardes. Murcia, posiblemente el toro no sea su fuerte, pero garantiza que ¡vemos torear!
¡Oigan! ¿es que hay alguien completo?
Posiblemente, y hasta tengan razón, que muchos buenos aficionados murcianos se pregunten ¿con qué toro?
El toro de Murcia está muy definido. Quizá sea un punto por debajo en cuajo y romana, cómodo de cabeza, respecto de otras plazas de su entorno y categoría, pero es escogido a conciencia: hierros de prestigio, caros de precio, y sobre todo que respondan a hechuras y tipo del encaste, casi exclusivo, año tras año, Domecq.
Ángel Bernal no escatima en garantías ni costos para “echar” en Murcia, no sé si el toro que a él le gusta, sí el que el cree que puede embestir; y generalmente acierta: ver currículo reciente de indultos y faenas para el recuerdo en el coso de La Condomina.
Paga con gusto el peaje crítico sobre el trapío de “su toro” enjugado y rentado con creces al satisfacer sus dos principios: Murcia es la feria de las figuras, y en Murcia se ve torear.
Hechos son amores y no buenas razones. En cuatro festejos (reducción de corridas de toros por mor de la crisis, otra dosis de realismo) las dos faenas en palos distintos del reaparecido por un día Pepín Liria (gran toro el de Juan Pedro al que pinchó); las otras dos de El Juli, con la quasi primicia de haber firmado, con un gran toro de Zalduendo, un trasteo original en su etapa arrolladora de dominio y poder por ser faena de ciencia y paciencia, poso, reposo, gusto, vertical, largo, templado, “arrematao” y sentido, quizá su faena íntima más agradecida de su imponente temporada (por cierto, también, como Liria, lo pinchó)
Una nueva lección magistral, preñada de elegancia y gusto, del maestro Enrique Ponce en tarde en que Manzanares hizo un esfuerzo de figura del toreo por no perderse la “foto” del 125 aniversario con todos en hombros; no pudo ser, el toro no tenía más que arrancarle la oreja, pero no pasó desapercibido. Y Talavante, en momento algo fluctuante, gracias a un buen toro (otro Zalduendo, cuando el toro es bravo y se mueve crece hasta parecer más al arrastrar las mulillas que cuando asoma por chiqueros sorprendiendo desagradablemente, no por intuido e incluso sabido), toreó con quietud, variedad e improvisación, siempre ortodoxo. Para final, Perera. En la línea seria, desobsesionanda del arrimón y de trazo largo, templado y rematado detrás para provocar ligazón: tandas de cuatro y cinco. Fue a toro de Benjumea en tarde en que se anunciaba Salvador Domecq, que por cierto “echó” un dulce primero al que Rafaelillo toreó con mucho gusto.
De los que saben torear y tenían obligación de hacerlo solo falló Morante, y de los de apostar por condición de figura Castella.
9 faenas de retina en tres tardes. Murcia, posiblemente el toro no sea su fuerte, pero garantiza que ¡vemos torear!
¡Oigan! ¿es que hay alguien completo?
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