Ramón Soto Vargas, en el recuerdo
Cualquiera sabe si será la luz, si las sombras, si los ánimos alicaídos al final del día… lo cierto es que una novillada de auténtico lujo
Sevilla / El País
Fue, sin duda, el momento más emocionante de un festejo nocturno largo, plúmbeo e insufrible. Es como si la noche tuviera gafe para la fiesta. Es como si fuera cierto aquello tan antiguo de que los toros requieren sol y moscas. Ni tanto ni tan calvo, pero noche cerrada, tampoco. Cualquiera sabe si será la luz, si las sombras, si los ánimos alicaídos al final del día… lo cierto es que una novillada de auténtico lujo, -con novillos de rancio abolengo y novilleros de postín- no fue capaz de provocar el chispazo, y todo resultó tedioso.
No fue por tal motivo, pero el recuerdo que quedó fue el minuto de silencio que la plaza guardó en memoria de Ramón Soto Vargas, un subalterno nacido en Camas y muerto en esta plaza el 13 de septiembre de 1992, hace ahora veinte años. Hacía cuatro meses de la tragedia de Montolíu; Sevilla continuaba inmersa en la fiesta de la Expo; los tendidos, como en la noche del jueves, poco poblados, y solo un fotógrafo, Pozo Boje, de la vecina Utrera, en el callejón. Soto Vargas, un torero espigado, tez aceituna, de porte serio y tímido, modesto y eficaz, colocó un par de banderillas al tercero de la tarde, Avioncito de nombre, de la ganadería del Conde de la Maza, que lo persiguió a la salida del encuentro. Ramón no pudo mantener la verticalidad, y cayó al albero de espaldas, de modo que el pitón izquierdo del novillo pasó como una exhalación sobre el pecho del torero. Cuando Juan de Triana, su compañero, le ayudó a incorporarse, se pudo apreciar una ligera mancha roja en la camisa blanca de Ramón. Pero no hubo dramatismo, ni ajetreo de cuadrillas, ni sensación de cornada tremenda… Continuó el festejo, una novillada como la del jueves, y, a medida que pasaba el tiempo y el burladero de los médicos permanecía vacío, se acrecentaba la preocupación. Al final, serían ya las once de la noche, Ramón Vila abrió la puerta de la enfermería y dijo una de esas frases lapidarias y secas que nunca se olvidan: ‘Ramón ha muerto’. Lo que había parecido un refilón fue una puñalada, y en aquella imperceptible mancha de sangre de la pechera quedaron muertas la vida y las ilusiones de un torero.
El jueves se le recordó con todos los honores, la Maestranza puesta en pie, silente toda, seria, cabizbaja y emocionada. Como en las grandes ocasiones; como merecen ser recordados los héroes que se juegan la vida y, a veces, como en el caso de Ramón, la pierden.
Pero el festejo no le hizo los honores al malogrado torero sevillano. Los novillos de Victoriano del Río y el remiendo del Conde de la Maza no dieron la talla porque fueron mansos, descastados, muy sosos, sin recorrido, sin clase, sin gracia, sin nada dentro de lo que pudiera extraerse algo de rentabilidad artística. Y mira que los tres chavales están en la punta de lanza de la novillería, tienen oficio, buenas maneras, gusto y facilidad en el manejo de los engaños. Solo se pudo constatar su entrega, su decisión, su porfía y sus ganas de agradar, lo que les llevó a alargar los trasteos de manera innecesaria y pesada. Se hace un esfuerzo y no queda nada en la retina. Pero los tres, Gómez del Pilar, Rafael Cerro y Gonzalo Caballero, tienen condiciones para seguir adelante y merecen oportunidades mejores para demostrar lo que llevan dentro, que parece que puede ser digno de mérito.
Foto de Ramón Soto Vargas (Semanario El Ruedo), de la Hemeroteca de don Rafael Gómez Lozano (Dientefino)
Novillero y rehiletero gitano de 41 años originario de Camas (Sevilla) murió en la Plaza de Toros de La Real Maestranza de Caballería de Sevilla al ser corneado por el tercer novillo del festejo celebrado el 13 de septiembre de 1992 (y que le correspondió su lidia y muerte al novillero Leocadio Domínguez). A la salida del tercer par de banderillas empitonó al banderillero Ramón Soto Vargas. Como consecuencia de la cogida, el infortunado torero dejó de existir unas horas después en la enfermería de la plaza. El toro de nombre “Avioncito”, No. 5, negro listón de capa de 458 Kg. de peso, era de la ganadería del Conde de la Maza. Tres horas después de la cogida, ocurrida hacia las 19.55, el cirujano jefe de la plaza, el doctor Ramón Vila, con el rostro desencajado, anunciaba la muerte del subalterno, debida a las heridas en el hemitórax, que le afectaron el corazón.
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