Antonio Corbacho
Antonio Corbacho, el samurái del toreo,
el ex novillero, el torero, el apoderado, el director , es un hombre singular.
Guillermo Rodríguez
Llevó a José Tomás en una etapa de su historia, a Talavante, a Victor Puerto, a Arturo Macias, a Esaú Fernández con métodos que se remontan a los guerreros orientales conocidos como samuráis.
Ahora se incorpora al equipo de Pérez Villena que lleva los destinos del novilllero antioqueño Sebastián Reyter que por estos días supera una cornada de dos trayectorias en Arnedo y deberá guardar reposo 20 días más.
Va a ser una experiencia única para el hijo del matador Luis Reyter.
Corbacho es distinto, va por libre y sus métodos heterodoxos no los comparte un vasto sector de la toreria andante.
Se encontrará Corbacho con un novillero solo comparable a los de otras épocas : sabe estar, se juega el tipo y quiere ser figurón y no un torero más...
Le pulirá muchas cosas, le afianzará otras, será una influencia benéfica para el chico que ha demostrado tener un bien preciado en el toreo : Valor...Y eso no se dice en un pis pas....
Corbacho sabe, conoce, diserta, polemiza y conduce....
Se hallará cómodo con un joven oriundo de Medellín que tiene ambición suprema . Como debe ser...
Suerte en este proceloso viaje que emprenden el colombiano y el español...
YOGA, ATLETISMO Y BALLET
Los métodos de Antonio Corbacho para entrenar a sus toreros son originales. Como él. El apoderado madrileño no suelta prenda sobre las pautas de formación que siguen los matadores. Con todo, admite que son férreos y que incluyen disciplinas tan alejadas del arte de Cúchares como el atletismo ( por ejemplo, la técnica de los 100 metros vallas), el ballet o el yoga.
Las técnicas orientales les ayudan a controlar el diafragma y fomentan la concentración. .«Vale todo lo que les ayude, cada uno según lo que necesite. Si uno de ellos necesitara cantar, lo pondría a cantar, aunque admito que yo no controlo esa técnica. De todas las artes se puede aprender algo», reflexiona el apoderado.
El esfuerzo físico y el sufrimiento les permitirán hacer frente «a las duras situaciones que les esperan». Pero el secreto de la magia del toreo no está en un físico portentoso, sino en un cuidadísimo entrenamiento. Para la ‘cabeza’ hay conversaciones. «Hablamos mucho, para conocerles y ayudarles a que encuentren su propio camino». En esas, lo mismo les manda pastorear las ovejas, que estudiar los códigos de los guerreros samuráis, lo que les ayuda a aceptar el riesgo y comprender las claves del valor frío. No todo es cuestión de forma física, al contrario. «Desde que he visto torear a la gente que no tiene facultades, no me gustan los demás. El toreo es quedarse quieto. Perder pasos es una mamarrachada.
UNA APROXIMACION DE CORBACHO, EL PERSONAJE
El país de las maravillas de Alicia queda entre Sevilla y Mérida, en la sierra de Aracena. Entre la espesura verde de encinas y jaras, el Castillo de las Guardas, y más allá, una pedanía: La Alcornocosa. Pasado el pueblo, tres perros en la cuneta y una casa en obras en la que hay casi de todo: ovejas escapistas, hermosas gallinas, gansos con mala leche, un burro grande, otro chico, dos potrancas alazanas, un erizo blanco que duerme debajo de una teja, un loro que habla por teléfono y un enano torero que te adivina la muerte. Solo en ese universo improbable podría habitar una personalidad tan críptica y a la vez tan clara, tan original, tan lógica, tan loca y tan cuerda como la de Antonio Corbacho (Madrid, 1951). Solamente en esa escena de realismo mágico aparece el personaje, con su naturalidad y su bañador rojo, flotando sonriente en una piscina de la que beben los vencejos sin posarse, mientras habla de samuráis y pases de pecho.
Un antiguo subalterno metido a forjador de toreros. Es el apoderado-gurú que supo ver y formar a José Tomás y después a Talavante y que ahora ha vuelto a la guerra de los ruedos con su nueva apuesta: Esaú Fernández, un chaval de Camas (Sevilla) que lleva dentro lo suficiente para cortar dos orejas en La Maestranza el día de su alternativa, la pasada Feria de Abril.
Antonio Corbacho tiene el pelo largo y blanco, la barba cárdena y viste pantaloneta y camiseta negra, o chilaba fresquita. «Nunca he querido ser como los demás». Evidente. Ahí está el éxito de una vida que arranca toreando de salón en un callejón de Chamberí y remata moldeando personajes de fábula como José Tomás. En el camino, no recuerda ni una fecha. Ahora lee ‘Analectas’ de Confucio, pero de chico le gustaba el rigor torero de El Viti. Cuando lo sacaron del colegio para trabajar, hizo de botones en una oficina, de pintor, de repartidor de lotería en el Madrid de los 60. En parvulitos le decían ‘El Torero’ y a los nueve años se puso delante de su primera vaca, una vieja que le doblaba la edad: «Llevaba pantalón corto. Me cogió y me quedé conmocionado, pero le pegué media verónica».
Desde entonces, nunca le han gustado los niños toreros.
Después vinieron las capeas en el 'Valle de la Muerte’ (Valle de Tiétar)y en La Alcarria, y el debut con caballos en La Roda (Albacete), el día de su primera cornada. «Ahí empezó la guerra». Nunca quiso tomar la alternativa en un pueblo, ni torear sin caballos. «El toreo es un ejercicio de libertad. Nadie te obliga a ponerte ese traje ni a ir a la plaza a divertir a la gente. Es el todo y la nada, el cero del ruedo redondo, que es también el infinito». Libremente, se metió a subalterno «por razones económicas» y libremente se fue. «Un día vi el vestido de torear y me di cuenta de que aquello ya no me gustaba». Y lo dejó. En ese momento entró en su vida José Tomás, al que decidió apoderar. «José era todo cabeza y nada de cuerpo. ¡Qué cabeza! Parecía un cigüeño», ríe.
El camino del guerrero.
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