sábado, 6 de octubre de 2012

Madrid: Emocionado adiós a un maestro / Antonio Lorca


"...Cuando las Ventas quedaron a oscuras quedó la luz que desprende un torero grande cuando pasa por la vida. Honor y gloria a El Fundi..."

Emocionado adiós a un maestro

José Pedro Prados El Fundi se marchó por su propio pie entre la respetuosa ovación de los tendidos; y en ese recorrido por la arena venteña fue dejando, paso a paso, recuerdos imborrables de una trayectoria torerísima.

No fue la tarde soñada. No se cumplieron los mejores deseos. No hubo puerta grande para quien tanto la merecía. No hubo ese triunfo apoteósico que toda la plaza esperaba. José Pedro Prados El Fundi se marchó por su propio pie entre la respetuosa ovación de los tendidos; y en ese recorrido por la arena venteña fue dejando, paso a paso, recuerdos imborrables de una trayectoria torerísima; destellos de la carrera de un maestro enciclopédico de la tauromaquia. Han sido 25 años en los que, desde lo más abajo, ha ido escalando, peldaño a peldaño, jirones de un itinerario que hoy se torna ejemplar. Ha sido —es todavía y lo será siempre— El Fundi un torero poderoso y largo, un investigador del toro, un diccionario vivo, y, sobre todo, un referente para quien quiera conocer la dificultad, la grandeza y el magisterio de las grandes figuras.

Volvía a las Ventas para decir adiós. Y la plaza lo recibió con esa cariñosa ovación que se merecen los grandes. A partir de ahí, todo salió al revés. Si no todo, sí lo más importante: el toro, sus dos toros. El lote más bronco de la tarde, ásperos y desabridos los dos, sin una brizna de gracia en sus entrañas.

El más duro, sin duda, el que abrió plaza, que cantó de salida su mala condición: suelto, manso, reservón, que se paraba y medía con descaro. Cuando el torero lo citó con la muleta andaba aculado en tablas, sin ganas de pelea, y pronto demostró que embestir no era lo suyo. No permitió confianza alguna, y el torero solo pudo aguzar el ingenio para evitar una desagradable sorpresa. Era un toro dificultoso, dispuesto a crearle un verdadero problema. Tampoco el cuarto permitió confianza. Sin recorrido, desabrido, y sin calidad alguna. El Fundi tragaba saliva y buscaba la forma de enderezar una última faena que había brindado al público madrileño. Pero no pudo ser. No hubo suerte, ese factor tan misterioso, pero tan necesario en cualquier lance de la vida. Se rompió el sueño de una despedida para el recuerdo, pero quedará para siempre la historia de un héroe al que el toreo le guardará un lugar de honor.

El Cid y Luque brindaron al maestro sus últimos toros, y ninguno de los dos pudo ofrecerle el homenaje de un triunfo. Cerca estuvo el torero de Salteras ante el mejor de los seis, el segundo, encastado y de templada y noble embestida, pero cuando El Cid comenzó a creérselo ya iba siendo demasiado tarde. O no se le creyó; lo cierto es que ese toro embistió con suavidad al capote, y llegó al tercio final con un recorrido largo y codicia en los riñones. Surgió, primero, algún natural titubeante, la muleta barriendo la arena, pero sin autoridad; y, después, un par de tandas con la derecha en las que resaltaron algunos muletazos largos y templadísimos —un pase de pecho fue sencillamente extraordinario—, pero a todo aquello le faltó la esencia, la fe, la explosión que provoca una obra maestra. Por un momento, Madrid volvió a vibrar con El Cid, pero no hubo arrebato. Lo que pudo ser una oreja quedó en una ovación, y todo supo a muy poco. No levantó el vuelo su labor con el soso quinto, ante el que insistió con un toreo sin fondo.

Y a fe que lo intentó Daniel Luque, que volvió a demostrar que capotea con gusto y finura en un quite por chicuelinas y en las cinco sentidas verónicas iniciales a su primero. Sosísimo fue ese toro, sin celo ni gracia; y apagado el último, ante el que se mostró firme y valeroso, y solo pudo dejar la buena impresión de un torero que va a más.

Cuando las Ventas quedaron a oscuras quedó la luz que desprende un torero grande cuando pasa por la vida. Honor y gloria a El Fundi.
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El País

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