lunes, 5 de noviembre de 2012

JULIO APARICIO: REFLEXIÓN DE FIN DE TEMPORADA / Por Joaquín Albaicín


Julio Aparicio en Las Ventas. Feria Aniversario 2008

Por Joaquín Albaicín  
Escritor y aficionado
Antes de tener lugar los hechos, expresé en un artículo, y también en el curso de una entrevista, mi esperanza de que el San Isidro de 2012 fuese a ser el San Isidro de Julio Aparicio, y la verdad es que di en la diana. Fue el San Isidro de Julio Aparicio, si bien no por las razones que todos, empezando por él, hubiésemos deseado. Su repentina e inesperada despedida después de tres broncas y media de torerísima intensidad, absolutamente alejadas de los silbidos de indiferencia con que el público abuchea los petardos de la mayoría, se erigió en el gran acontecimiento de una isidrada languideciente –para pesar de matadores, ganaderos, empresa y afición- entre pitos a medias, palmas leves, bureles mordiendo el polvo y alguna que otra oreja aislada.

El corte de coleta de uno de los escasos toreros con duende del escalafón, de uno de los poquísimos en quienes es evidente que la inspiración y el arte brotan de manera natural, y no rebuscada ni fotocopiada de otros, deja esquilmado un panorama ya bastante reseco en lo que al recurso a las Musas se refiere. Yo creo que Willie y Valery Law, Pedro Trapote, Jesús G. de la Torre, Patricia Borda, Fernando Bergamín, mi tía Manuela, David Cordero, Karen Zúñiga, Rancapino, Sofía Cebrián, Eli Gil, Juan Maya, Antonio Donaire, Pansequito padre e hijo, Baudi, Ricardo Cadenas, Enrique Heredia Negri, Julio Urrutia, Manuel Herrero, Luis el de Valladolid, Rafael Vega, Tom Kallene, Pinocho, Tomás Escudero, Felipito, Puri, Alegría, José Luis, todos los incondicionales de Chinchón y hasta el último de cuantos han seguido los pasos de Julio desde sus comienzos deben sentirse como yo entonces… y ahora: un poco huérfanos de torero.

Aún no sé bien a qué vino la cosa. Desde luego, dudo mucho que sea cosa de justeza de valor o de forma física, porque, más allá de los arrestos que se asume posee cualquiera que se ponga ahí abajo, Julio no ha vendido nunca nada de eso. Julio no ha arrancado nunca un olé por estar al día con los pilates o, después de un revolcón, salir de la enfermería y pegarse un arrimón como si acabara de salir de la piscina. Eso de “la motivación” ha sido siempre cosa de otra clase de espadas. Habrá sido una cuestión de horóscopo, de fatum. Pero nada de deficiencias dietéticas ni testiculares.

Para hacerse una idea de lo que ha significado Julio Aparicio en el toreo, basta con recordar la impresión que, recién llegado del debut con picadores de Julio en Gandía, transmitió a Manolo Tornay, hoy apoderado de El Cid, nada menos que Antonio Ordóñez. Quien fuera uno de los más grandes toreros de todos los tiempos, conmovido por la relevancia artística de lo que había presenciado, resumió así el acontecimiento:

-Ha sido una fecha histórica.

Ni más, ni menos.

La pena es que la historia, esa Historia con mayúsculas a cuyos anales Julio se incorporó el mismo día de su estreno con los del castoreño, es a menudo muy injusta. El torero para el que la afición pidió una placa de oro recordatoria de su faena, siendo aún novillero, en El Puerto. El del inmortal trasteo en Las Ventas al toro de Alcurrucén. El de las apoteósicas salidas a hombros, en sus primeras temporadas, en Pamplona y mil plazas más. El torero del arabesco irrepetible y el trincherazo con resoplo, debería haberse ido no sé si por la puerta grande, porque esa puerta se mantiene permanentemente abierta para los toreros dotados con sus quilates artísticos, les sonría la suerte tal día o no. Pero no parece justo que se haya ido como entre brumas, y ante unos tendidos tan cortitos de memoria taurina.

De todos modos, la foto de su última salida por la puerta de cuadrillas de Las Ventas, triste y altiva la planta, con las almohadillas revoloteando sobre su montera, rezuma un mucho de épico, algo de rey vikingo partiendo hacia el Walhalla. No en vano, Julio ha sido uno de los últimos toreros para románticos del toreo.

Vuelve a mi recuerdo la faena, sin duda, más mágica de su vida de luces. Se la vi en 2007, en una plaza fuera de los principales circuitos: San Clemente. Fue una corrida de Vilariño, y le acompañaron Manuel Amador y Juan de Félix en el cartel. Aquello no fue normal. Desde aquel día, ese pueblecito conquense recibe, en mi corazón, la consideración de tierra sagrada del toreo. Después me enteré de que, muchísimos años antes, en esa misma plaza, había impactado un rayo en el ruedo mientras estaba Joselito El Gallotoreando magistralmente. Como fue el abuelo materno de Julio quien vistió a la Macarena de luto por la muerte de José, no puedo dejar de sentir que alguna relación debe unir aquel rayo con esa faena suya. Aparte de que en 1974 hubo, en San Clemente, un sonado caso de avistamiento ovni…

Que San Clemente tiene su miga, en fin.

Yo, ante tan drástico y borrascoso corte de coleta, me quedé -y sigo- un poco así: como si hubiese visto aterrizar un ovni en la boca de riego de Las Ventas. Todavía no me he recuperado. Déjenme un poco de tiempo. /Opinión y toros/
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2 comentarios:

  1. Excelente artículo del Sr. Albaicín. En junio publicó el Sr. Sánchez Martínez-Rivero un artículo sobre Rafael el Gallo y la "espantá". Ahi reflexionaba sobre que hubiera pasado si Rafael Gómez, El Gallo, cuando tenía fracasos en Madrid, se hubiera cortado la coleta. Lo mismo sugería de Julio Aparicio al que deseaba que meditara sobre su retirada.
    Buenos aficionados polemizaron sobre el artículo diciendo que Aparicio no había tenido un fracaso, sino tres y muy seguidos. ¡Bien, y qué, si volviera por sus fueros en 2013!
    Pero si no puede, que lo deje, es mejor.
    Diego Pérez de Castro y Brito.

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