miércoles, 7 de noviembre de 2012

La mujer que lloró la muerte de Joselito /


 “Antes me llamaba hijo, y ahora gitano”.

La mujer que lloró la muerte de Joselito

“Las mujeres me gustan más que nada: eso por sabido se calla; como que si yo no torease más que para hombres, ya me habría cortado la coleta. Algunas veces, en esas tardes fatales que tiene uno, cuando casi con las lágrimas saltadas se dejan los trastos de matar y se refugia uno en la barrera, al volver la cara al tendido, en medio de la hostilidad de los que gritan, se tropiezan nuestros ojos con los ojos bonitos de una gachí que, con la caricia de su mirada compasiva, quiere consolarnos. A mí me ha ocurrido algunas veces esto, y entonces me he ido al toro, como un jabato, con el capote, y animado por el calor de los ojos de la desconocida y he levantado al público haciendo todo lo que sabía y algo más. Mandan mucho fluido unos ojos gitanos”.

Fue la confesión que Joselito El Gallo le hizo al periodista José María Carretero, que publicaba bajo la firma de El Caballero Audaz, poco antes de morir. También ésta otra: “A pesar de mis pocos años, yo siento dentro de mí la emoción de la vida del hogar: una vida en el campo, labrando una dehesa, de ganado manso, por supuesto, y sin perder una corrida de toros como espectador. Ésa es la idea que, como suprema dicha de mi vida, acaricio para lo porvenir”. Apenas tenía 25 años, pero el combativo Joselito ya pensaba en alisar el hosco ceño de la guerra en los ruedos. Como escribió Shakespeare, acariciaba la idea de “en vez de cabalgar corceles armados para amedrentar las almas de los miedosos adversarios, hacer ágiles cabriolas en el cuarto de una dama a la lasciva invitación de un laúd”. ¿Pero quién era la dama de ese futuro truncado en Talavera de la Reina por un toro llamado Bailaor? La hija del ganadero Felipe de Pablo-Romero: la bella Guadalupe.

“Estoy enamoradísimo de la hija de un popular ganadero sevillano y voy a casarme con ella. Dentro de un par de temporadas, me retiro. Y lo voy a hacer como Guerrita: en la feria del Pilar de Zaragoza, a la que tanto amo, y por sorpresa”. Los clarines de aquella feria del Pilar jamás sonaron paraJoselito. Por supuesto, tampoco llegó a ver a Guadalupe vestida de novia. La familia de la joven, perteneciente a la aristocracia sevillana, no aprobaba este amor con el torero de Gelves. “¿Cómo va a casarse mi hija con un gitano?", llegó a decir en una ocasión Felipe de Pablo-Romero. Y Joselito, que había tentado numerosas veces en aquella casa, se lamentaba ante sus amigos más íntimos: “Antes me llamaba hijo, y ahora gitano”.

De cualquier manera, ser hijo de un payo y una gitana, no fue lo que impidió aquella boda, sino la trágica e inesperada muerte del torero en 1920. No en vano, Joselito llegó a brindarle un toro a Guadalupe en la plaza de toros de Bilbao, alimentando el correveidile de todo el público asistente. Ella jamás se casó y murió octogenaria en el barrio sevillano de Los Remedios en 1983. En su testamento pidió que nunca faltasen flores en la tumba de su amado José. Manuel Barrios, en su libro “El sacristán del diablo: vida mágica de Fernando Villalón”, reproduce textos de la época que narraban el entierro del Gallo: “Al final del Paseo del Duque, una mujer enlutada, joven y guapa (probablemente Guadalupe Pablo Romero que hasta el último día de su vida llevó flores a la tumba de José), con los ojos arrasados en lágrimas, dio un grito de ¡Joselito!, y varias amigas la retiraron de la acera”.

Cuatro amargores llevaba Joselito cosidos a la garganta la tarde en que cayó ante Bailaor: la muerte de su madre, la señá Gabriela; la guerra con los Maestrantes a cuenta de la plaza Monumental; las asperezas con la prensa, que en aquella temporada de 1920 fue más dura que nunca, especialmente Gregorio Corrochano; y, por encima de todo, su amor imposible por Guadalupe.
"Pensaba retirarse dentro de un par de años a lo sumo, pues si grande, 
muy grande, era su afición a los, toros, mayor era la inclinación amorosa 
que latía en su pecho. Una cornada cruenta vino a tronchar en flor las ilusiones 
del infortunado lidiador. ¡Triste destino!" (Luis Uriarte)

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