miércoles, 16 de enero de 2013

¿De dónde sale el Belmonte de Hernán Cortés?



Hace unos meses, mientras recorría las Salas de Velázquez del Museo del Prado, me encontré inesperadamente con Hernán Cortés, quien estaba realizando una de sus visitas periódicas para estudiar las insuperables creaciones del “rey de los retratistas españoles”. Hernán y yo mantuvimos una breve charla, tras la cual continuamos contemplando, cada uno por nuestro lado, las obras maestras de Velázquez. En aquel momento no pensé nada de nuestro encuentro, salvo que había sido un placer tropezar de repente con un amigo.


HERNÁN CORTÉS Y EL ARTE DEL RETRATO
Jonathan Brown

José Ramón Márquez

Por las rutas de Internet, en esa Aldea de Tauro tan precisamente bautizada por Xavier González Fischer, nos llega de la mano de Gloria Sánchez-Grande la imagen de un cartel de toros. Por esas cosas del azar, Gloria se encuentra el cartel en una escalera de un señorial cortijo, lo mismo que Florentino Hernández Girbal se encontró la pierna ortopédica de El Tato en la casa de un marqués en la campiña cordobesa. El cartel corresponde a la inauguración de la Plaza de Toros de Madrid, la Monumental de Las Ventas, esa Plaza que tuvo no sé cuantas inauguraciones, a medida que iban quitando desmontes del exterior, para dejar en fatal lugar al letrero que hay bajo las deshilachadas banderas de Abella, a quien todos sus fans conocemos como Abeya, ese letrero embustero en el que pone ‘1929’.

En el cartel que nos llega por la red tenemos el rostro deBelmonte, en este año de su centenario en que Belmonte está también en el cartel de Sevilla por las mano de Hernán Cortés; y esos dos Belmontes, el de Gloria y el de Hernán, nos colocan súbitamente frente a dos expresiones del talento: el de un desconocido pintor y el del vigente pintor de Corte ‘retratista excepcional para el que han posado todos los que ejercen el poder en España’.

Dice un sabio, que además es extranjero, lo cual le otorga per se la condición de experto, que nuestro Cortés prefiere, al igual que Diego Da Silva Velázquez, plasmar la personalidad de su modelo a través de indicios que por medio de agresivas manifestaciones de su carácter, que dan poco lugar al espectador a involucrarse y a hacer su propia interpretación. Así, cuando Velázquez retrata al Infante Baltasar Carlos montado en una jaca, da el indicio de la bengala de General para resaltar su principesca condición, y cuando Cortés pinta a Belmonte ofrece el indicio de una montera de época de Justo Algaba, cuya sastrería se la cedió para que el pintor la utilizase en su composición para dotar al retrato de la ilusión de la contemporaneidad, resaltando el carácter de lo que sería el retrato de Corte, frente al retrato de confección.

Quizás el parecido que guardan ambos retratos entre sí se deba tan sólo al hecho de que el hombre que ambos retratan es el mismo. Sin embargo, choca en la comparación entre ambos carteles que, aparte de la ya señalada precisión en el indicio, el anónimo que pintó un cartel sin otra pretensión que el hacer que la gente acudiese a un espectáculo y el que se recorre denodadamente El Prado a la caza de la inspiración hayan llegado a aproximarse tantísimo el uno al otro en sus resultados, pese al tiempo que les separa.
Acaso sea eso a lo que se refieren los que saben de esto cuando hablan de la degeneración de la cultura, o acaso nos hallemos frente a la contemporánea intertextualidad, a lo que decía Roland Barthes de que todo texto es un intertexto, pero bien es verdad que ese camino nos lleva a un jardín al que, en atención al lector, no debemos entrar.

El cartel de Hernán Cortés
El cartel del cortijo de Gloria Sáchez-Grande


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