"...Leyendo la novela, los ecos del subconsciente me han traído, atada a la pata de una paloma mensajera, una perversa sospecha que nunca me ha abandonado del todo: la de que no existen más que dos clases de naciones. Aquellas cuyos gobiernos trabajan para la mafia, y aquellas otras en las que es la mafia quien trabaja para sus gobiernos..."
Fuego sobre Nápoles
Joaquín Albaicín
Arquitecto, fotógrafo de fino matiz y comandante de la aeronave llamada “Casa Patas”, Martín Guerrero, flanqueado por un retrato de Miguel “El Rubio” y otro de “La Macanita”, me hacía llegada la sobremesa, apurados los cafés y ya el mantel poblado de migas, un comentario tan elemental como lúcido:
-¿Qué es esto de la crisis? En 1820, una plaga acabó con todas las patatas de Irlanda y se llevó al otro barrio al 20% de la población. Pero… ¿Aquí? En España, estamos la misma gente que estaba. Hay los mismos recursos, los mismos ríos, las mismas montañas, las mismas carreteras, las mismas ciudades, las mismas calles y edificios. El sistema político y económico, es el mismo. ¿Qué patata se ha comido nadie? ¿De qué bichito hablamos?
-¿De la avaricia que rompe el saco, como Costa-Gavras apunta? -me pregunté yo.
Puede. En la novela “Fuego sobre Nápoles” (Siruela), Ruggero Cappuccio narra cómo un abogado de la Camorra, tras ser privilegiado con la información de que, al cabo de cinco meses, gran parte de la ciudad desaparecerá debido a una erupción del Vesubio, lanza una serie de salvajes maniobras especulativas a fin de adquirir inmuebles que aparentemente no valen lo que por ellos paga, pero cuyo título de propiedad le garantizará, tras la catástrofe, encarar el porvenir como dueño y señor de cuanto quede en pie.
Leyendo la novela, los ecos del subconsciente me han traído, atada a la pata de una paloma mensajera, una perversa sospecha que nunca me ha abandonado del todo: la de que no existen más que dos clases de naciones. Aquellas cuyos gobiernos trabajan para la mafia, y aquellas otras en las que es la mafia quien trabaja para sus gobiernos. Un delirio mío, por supuesto. ¡No va a ser ese, el bichito en cuestión! De cualquier modo, me temo que sólo un avezado vulcanólogo se encontraría en posición de validar esa respuesta. Porque, como leemos en la novela de Cappuccio, por encima del nivel de decisión y responsabilidad más alto, siempre existe otro aún más elevado… y más discreto.
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