domingo, 24 de febrero de 2013

DON SALVADOR, EL CAMPO Y LA GLORIA / Jesús Cuesta Arana


Salvador Garía Cebada:
“Si no hay toros de verdad; tampoco hay toreros”


DON SALVADOR, 
EL CAMPO Y LA GLORIA

"...Como el escultor que quita o agrega materia, don Salvador en pura alquimia moldeaba la raza de un toro bravo..."

Jesús Cuesta Arana / EL OJO EN LA MIRADA
Pintor y escultor
Era un hombre de genio y don natural. Su vida y su obra y milagros se habían retratado siempre en el campo. En una geografía muy precisa: La Zorrera. 
De modo que Salvador García Cebada se engloriaba cada día desde el canto temprano de la calandria hasta el ulular vespertino del cárabo. (Es creencia popular de que los pájaros cantan al alba contentos por haber sobrevivido a la oscuridad de la noche). Engordando los ojos -y los otros sentidos- a la vista de sus dos pasiones camperas: el toro y el caballo. Y si de sus manos hubiera estado seguro que creara la hibridación torocaballo o el tauroequino. Un mito nuevo. Una quimera. 
Sin embargo era un creador único porque sabía moldear la imagen y comportamiento de un ser vivo. Un Pigmalión campero. Como el escultor que quita o agrega materia, don Salvador en pura alquimia moldeaba la raza de un toro bravo. Eran sus obras vivas. Hasta consiguió obras maestras como el toro Comedia lidiado en Algeciras por Emilio Muñoz. Uno de los grandes logros del escultor Mariano Benlliure fue su obra La estocada de la tarde. Don Salvador modeló también su obra genial: el toro Comedia. Azorín dijo : 

“La medida del artista lo da su sentimiento de la naturaleza”. 

En el campo está toda la sabiduría y los sentimientos más elevados. El campo es el aire libre por donde rayan los vuelos. Es la vida. No tiene puertas -como el mar- pero si muchas ventanas por donde mirar.

Don Salvador -¡qué don más bien puesto! Hombre señorial; nunca fue señorito. Respetaba de igual modo que se hacía respetar. Imagen repetida con sombrero gris de ala ancha; la tez labrada, arruga por arruga, que canta a las claras tanta vida y sacrificio echado al campo y de plaza en plaza. De tanto sol y soleo en el cuerpo y en el alma la madre naturaleza le imprimió a su piel el color del pan candeal. El campo con el bramido del toro bravo y el relincho del caballo de buena doma y remonta fue para él como una prolongación de la vida, no una actitud. De tan puro y auténtico se le podía considerar un heterodoxo de marca mayor sin peligro del contrasentido. Es decir, siempre fue disconforme con las prácticas generalmente admitidas y más sin estas iban en detrimento o perjuicio de la pureza y encaste del toro bravo. Nunca quiso darle bautizo al vino. Ni vino al agua. Un romántico, sin él saberlo, porque lo era por temperamento. Nunca claudicó a los intereses creados y esto tiene elevado precio donde dominan los trust y los monopolios y otros intereses oscuros. 

Creía en la fuerza de lo auténtico. “Si no hay toros de verdad; tampoco hay toreros”, le oí decir a la salida de una corrida. Cuando se le preguntaba por el trapío de sus toros solía contestar: “Guapos...guapos”. 

En el laboratorio abierto de la placita de tientas fue creando, a base de sudores y sueños, un toro bravo, encastado; de bellísima estampa; “leña” en la cabeza y pujanza. El “picante” de los toros de la Zorrera era un pretexto y plato de difícil digestión para las toreros en el palito. Toros así son los que justiprecia a los toreros grandes. Ocurre como con el cante por peteneras. Un día le dice Naranjito de Triana al que escribe estas líneas: “El mal fario de cantar por peteneras, por derecho, es que es muy difícil de interpretar no hay que darle más vueltas.” Ante la dificultad siempre terminan apareciendo los tres pies al gato. Con un toro noblón y bobalicón la Fiesta carece de emoción y de sentido. “Mis toros salen a la plaza como las madres los parió” .Toda una declaración de principios de don Salvador. No le gustaba que los toros sacaran genio. Sino un equilibrio entre la bravura y la nobleza y la casta. En esa ardua y compleja administración radicaba todo el prestigio de la ganadería. El gran aficionado rinde culto a los cebadagagos. La divisa verde y roja fue durante 25 años seguidos a Pamplona. Un dato a tener en cuenta, por tratarse de un lugar donde se le rinde devoción al toro-toro. Como toda persona consecuente con su obra tuvo que sufrir injusticias y cornadas malas por dentro. Ya se sabe que con los seres excepcionales los espurios intereses van a la contra. Sin embargo, siempre fue prudente e intuyó o andaba en la fe cerrada que lo falso nunca lograba la prosperidad. El metal bueno, siempre de ley. O el que resiste siempre gana.

En una acertada combinación y encastes de toros de origen Núñez, Jandilla y Torrestrella, bien asesorado en los principios por don Álvaro Domecq, Salvador García Cebada, elevó la herencia familiar (Cebada Gago) y creó una divisa para la historia de la ganadería brava ¡Con tanta pasión y dedicación plena la gloria no podía esperar! Para confirmar basta con tirar de las hemerotecas.

Otra estampa digna de ver de don Salvador era lo bien que caía a caballo, se asentaba en la silla vaquera con toda naturalidad y elegancia, a compás, sin abusar nunca del bocado o la serreta o la espuela. Montaba como nadie a la vaquerosa. Verlo subido a caballo por los vientos de La Zorrera, a la vera de Medina Sidonia, llegaba pronta a la memoria tomando los versos camperos de Fernando Villalón, el ganadero esotérico: Que me entierren con les espuelas/ y el barbuquejo en la barba/ que siempre fue un malnacido/ quien renegó de su casta...

A los 93 años, a don Salvador lo enterraron en Paterna de Rivera, el lugar de su primera luz, pasión y latido. Murió con las botas puestas y el sombrero también. Un sombrero en una suerte de corona campera. Un hombre excepcional que pide a gritos un monumento. Hasta el último aliento estuvo toreando la vida que venía noble o marraja según soplaran los vientos en el toril. Vitalista hasta el último aliento. No claudicó ni siquiera al turbión del tiempo. Su reloj no tenía manecillas.

El que escribe, se topó en la vida a don Salvador en muchas ocasiones; siempre noté en él una palpable afabilidad y buen trato. En cualquier ámbito que lo encontrara se mostraba siempre auténtico, llano, sin artificios ni aristas, con su mirada entre azul purísima y verde manzana como los ternos de torear. O como el cielo jandeño y la hierba fresca de La Zorrera ¿Contagio o mimetismo? Sentía adoración por Juan Belmonte, hasta llegaron al trueque entre una yegua alazana y un toro. Su sobrina Tinita, me confesó hace tiempo que en las noches de invierno, lo vio pegado al fogarín leyendo la biografía en dos tomos sobre El Pasmo de Triana que un servidor escribió ¡Qué honor!

Siempre que paso por la carretera de Medina y veo a los legendarios “cebaitas” o a los cebadagago, más propiamente, pastando en La Zorrera se me vuela el recuerdo de don Salvador al pie de los altos molinos blancos diseminados por la finca, a caballo garrocha en mano, como otro caballero andaluz a la sombra del manchego Don Quijote, presto a luchar y desfacer entuertos, si era menester. Que los molinos quijotescos -según Papini- resultaban más peligrosos que los gigantes. Los molinos que dan vueltas y muelen la harina con ventaja son como los imponderables de la Fiesta. Pero siempre el leal ganadero estuvo en su sitio. Era el más cuerdo de los cuerdos. Podía tener alma de caballero andante; pero cabalgaba por los mapas de la realidad; aunque estos fueran inciertos.

Da cierta melancolía pasar por el campo de su devoción y ver todavía los toros de don Salvador pastando ajenos a la ausencia del amo. La vida brava sobreviviendo a la muerte. Una obra aún latente, pero efímera. Pero de las manos, y buen traspaso de poderes, ahí están Salvador y José, los hijos. Buen paño hay en el arca y hay que seguir dándole hilo al telar. En ellos recae una grave responsabilidad: que la gloria ganada jamás se despinte. La autenticidad y la honradez a carta cabal es su mayor herencia. Y el afán de cada día. Y seguro que los toros seguirán embistiendo todo bravura y nobleza. Los herederos así lo sienten y lo saben.

Seguirá y seguirá partiendo el aire campero el siempre inquietante mugido del toro en la primavera -avisando el celo- y el acandelado relincho del caballo. Y las aspas de los molinos contemporáneos darán vueltas y más vueltas. Y los vientos antiguos soplarán sobre las palmeras solitarias del cortijo. Y los toros de don Salvador -que mira desde el rompimiento de la gloria- seguirán embistiendo y alargando el tiempo y la historia que como la buena memoria no cesan.

El autor, Jesús Cuesta, Salvador Cebada y Luis Rivas

El califa de Aragua y Erick Cortés con Don Salvador

Fotografía de archivo fechada en Pamplona el 10 de julio de 2007 del ganadero Salvador García Cebada (i) al recibir el premio a la mejor ganadería de la Feria del Toro 2006, Cebada Gago, de manos del vicepresidente de la Casa de Misericordia, Luis Arraiza.

Un cebada lidiado en en San Fermín 2010



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