martes, 19 de febrero de 2013

LA MUERTE DE PEPE-ILLO (Curiosidades) / Por Plácido Glez. Hermoso



Muchos aficionados, medianamente leídos, conocen muchos datos biográficos de los primeros toreros históricos, como Costillares, Pedro Romero, Pepe-Illo, etc.

De éste último, José Delgado Guerra, alias “Pepe-Illo”, sabemos de su gran competencia profesional en los ruedos con Pedro Romero y que encontró la muerte, en aquel lejano 11 de Mayo de 1801, en las astas del toro “Barbudo”, lidiado en séptimo lugar, de la vacada de D. José Rodríguez, de Peñaranda de Bracamonte (Salamanca).

También sabemos que en aquella famosa corrida alternaba con José Romero (hermano de Pedro Romero) y con Antonio de los Santos, y como media espada Juan Núñez “Sentimiento”.

Sabemos, también, que su actuación estaba “ajustada” en 2.800 reales y que la presenció la reina Doña María Luisa de Borbón-Parma (Esposa de Carlos IV y que en una carta a su “querido” Godoy le describió aquel luctuoso percance), y que estuvo acompañada por la duquesa de Osuna, con la que el torero sevillano mantuvo ciertos escarceos amorosos.

Y que mientras el toro lo tuvo prendido en sus astas, durante largo tiempo, su picador Juan López arremetió contra el astado y le puso un puyazo “a caballo levantao” que no sirvió de nada para salvar la vida de su maestro; acontecimiento que fue inmortalizado por Goya en la litografía número 39, de la serie “La Tauromaquia”.

Cogida de Pepe-Illo

Pero de lo que jamás había tenido conocimiento era del “Parte Facultativo” con los detalles y destrozos que produjo la mortal cornada. Y “hete aquí” que brujuleando, como algunas veces me encuentro, me topé, en la biblioteca digital de Castilla y León, con una obra titulada: “Apuntes históricos acerca de LA FIESTA DE TOROS EN ESPAÑA”, tomo I, libro II, Córdoba 1897, escrita por D. Isidro Gómez Quintana, quien en su Capítulo VI, página 159, incluye dicho parte facultativo, poniendo de manifiesto lo espeluznante que fue aquella tragedia, de la que podemos decir que fue una “cogida de caballo”, dicho en el argot taurino, de cuyos enormes destrozos difícilmente podemos encontrar parangón y cuyo horripilante relato es el siguiente:

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