sábado, 2 de marzo de 2013

¿UN PAPA LATINOAMERICANO? / Por Fortunato González


"...En las comunidades de base de la iglesia católica latinoamericana ha nacido una teología más humana, más comprometida con “el valle de lágrimas”, con la dramática realidad generalizada en nuestro continente...!

¿UN PAPA LATINOAMERICANO? 

Fortunato González
Mérida-Venezuela, 01/03/2013.-¿Habrá llegado la hora de América Latina? El cristianismo une al Continente en la misma fe, y una mayoría determinante nos agrupamos en la religión católica. Nuestra religiosidad contiene valores teológicos propios que comprometen mucho más con la caridad, que se practica de muchas maneras en un Continente que acusa problemas graves de pobreza extrema, marginalidad y exclusión. A cinco siglos de la primera evangelización, la marca cristiana está indisolublemente unida a nuestra cultura, tanto o más que la lengua castellana que también forma una base unificadora para darle al Continente Americano una identidad inconfundible. Así como existe una Iglesia Latinoamericana con sus particularidades, la hay asiática, africana y la europea que es la que ha dominado desde Roma. La Iglesia Católica tiene una cabeza en Roma y una liturgia común, más los elementos continentales y nacionales de las iglesias particulares, y sobre todo las parroquias, que son los lugares donde se realiza la religiosidad popular. 

Donde la Iglesia Cristiana y con ellas la Católica es más vigorosa, más humana, más horizontal y menos racionalista y burocrática es el la parroquia, esa unidad humilde, cercana a la gente, íntimas, que es donde se realiza el encuentro cotidiano entre Dios y sus criaturas. La parroquia es la comunidad cristiana unida por lazos de vecindad, que comparten su religiosidad bajo la conducción pastoral del sacerdote y la autoridad de un obispo que más que jefatura, tiene la responsabilidad de vigilar la buena marcha de esas iglesias particulares parroquiales. 

El cura párroco es el verdadero pastor de las ovejas en sentido bíblico, porque le corresponde además de cumplir con los ritos formales, ser el padre, el hermano y el amigo de los fieles; un bálsamo para el que sufre, un consejero cercano y también con quien se comparte las alegrías. Es en la parroquia, en las comunidades eclesiales de base, en pequeñas unidades como los monasterios y los conventos para las personas dedicadas en exclusiva al servicio de Dios y de los demás, donde realmente se vive el cristianismo más cercano al ideal predicado con la palabra y el ejemplo de Cristo. 

En las comunidades de base de la iglesia católica latinoamericana ha nacido una teología más humana, más comprometida con “el valle de lágrimas”, con la dramática realidad generalizada en nuestro continente. Esas vivencias se han expresado en la teología de la liberación y que ha sido recogida en su esencia por los obispos latinoamericanos en documentos tan importantes como “Santo Domingo” y “Puebla” y más recientemente en “Aparecida”, ya con Benedicto XVI. 

Quizás esta teología liberadora y solidaria es la que hace falta en los vetustos y burocratizados espacios vaticanos. Quizás hace falta el aire nuevo de América Latina en Roma.

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