lunes, 20 de mayo de 2013

San Isidro en Talavera. La fiesta de la casta victorinera, con Cid y Fandiño a hombros / Por José Ramón Márquez

Gran fiesta de victorinos en Talavera, con El Cid y Fandiño de triunfadores

José Ramón Márquez

Ayer Victorino en Madrid y hoy Victorino en Talavera.

 Los hados nos pusieron a tiro la repetición de Victorino al día siguiente y nos dieron la perfecta excusa para regalar la entrada de Las Ventas. Como a Talavera se llega en auto en una hora, no nos hizo falta tomar el ferrocarril, por lo que esta vez nos evitamos la posibilidad de tener trifulca alguna con nadie en una estación polvorienta, ni tener que abonar el velador roto en el forcejeo.

Lo primero que hay que recordar es que estamos hablando de una Plaza de tercera, no vaya a ser que alguno se ponga exquisito. En ella se presentaron hoy por vez primera los toros de Victorino para ser toreados por Uceda Leal, Cid y Fandiño, nuevo en esta Plaza.

Teníamos interés en ver la corrida de Victorino en una Plaza de poco compromiso, después de lo que ha habido que leer por ahí sobre la corrida del sábado en Madrid, que hasta el propio ganadero ha salido pidiendo perdón, no se sabe por qué; acaso porque sus toros echaron anteayer al vinagre a Talavante, lo mismo que otro de los de la A y la corona hizo en Sevilla con Manzanares III en abril. Dejar tan en evidencia al poderdante de la Empresa de Madrid debe ser algo bien duro para un ganadero, salvo que tenga un nombre que le permita, honor de la divisa, aguantar el tsunami de críticas bastante interesadas que se han vertido sobre él en los cotidianos medios de desinformación taurina.

Victorino trajo a Talavera seis toros cuatreños. Echaron por delante al más pequeño y la corrida fue en una progresión de tamaño finalizando con el de mayor volumen en sexto lugar. Corrida de cárdenos en diversas tonalidades, en general pobre de cara, de cuernas breves y abiertas. El mayor defecto que se le puede poner es su falta de fuerzas, pues tres toros las llevaban algo justas. Se la pegó poco en el caballo, pues todos los toros se cambiaron con un puyazo de diversa intensidad, desde el puyazo fuerte metiendo las cuerdas y recargando hasta el puyazo casi señalado que apenas hace sangrar.

 Los toros estaban muy pendientes de los pencos. Era moverse el picador por la Plaza y en seguida el animal ya se había orientado y demostraba sus ganas de acometer al tresillo de picar. Una vez en jurisdicción de los picadores los toros como mínimo cumplieron arrancándose con prontitud, empujando codiciosamente y recargando. Toda la suerte de varas se produjo en el lugar idóneo y no fue necesario andar cambiando terrenos para animar a los animales que, como se dijo antes, eran prontos al caballo.

El tercero fue un toro muy bravo, y con eso me refiero a la bravura en los términos antiguos y no a esa birria a la que ahora llaman bravo por no llamarle tonto del bote. Hacía mucho tiempo que no veíamos a un toro rematar con tanta contundencia e insistencia en tablas. El toro rompió dos burladeros, para hacer currar a los carpinteros de la Plaza; se echó hacia el caballo con alegría y tomó la única vara con fijeza y sin dejar de empujar, lo sacaron del caballo a base de capotazos, lo bregó muy requetebién Pedro Lara y lo banderilleó con suficiencia Jarocho y luego regaló unas vibrantes embestidas a su matador, de largo y con un buen tranco, pero cuando el torero se quedó descubierto, el toro le recordó que él no era un toro chuflas de esos que se ven por ahí y que tonterías con él, las justas. Incluso su muerte fue de una gran plasticidad, con el toro muy herido por una estocada ligeramente desprendida y aguantando en el tercio. Interesantísimo toro del que indagaremos su nombre para que no quede en el anonimato, pues es uno de los toros más completos que hemos visto últimamente.

Y además de esa joya hallada por azar, los demás tuvieron cada uno sus cosas para que la tarde, al igual que la del día precedente en Madrid, fuese entretenida para aquél que va a los toros a disfrutar con el cambiante humor y comportamiento del toro de lidia.

 El primero fue el más soso, cobró en varas y es el que menos fuerzas tenía de todo el encierro; el segundo, que fue muy bien bregado por Boni, apenas sin darle un capotazo, como suele, por alguna extraña razón, en el último tercio sacó un genio de carácter homicida, mirón, enterándose de todo, que le convirtió en un auténtico regalito para El Cid, tanto que cuando se perfilaba El Cid para matar, el toro se distraía con dos policías que andaban por el callejón de conversación. El cuarto se entregó más francamente a la muleta de Uceda y soportó una faena pasada de tiempo sin sacar los pies del tiesto; el quinto, un cárdeno claro que atendía por Melado, número 40, era algo remiso a tomar el engaño, pero El Cid le acabó haciendo embestir especialmente en dos series por la izquierda que nos hicieron volar al Cid grande de no hace tanto tiempo; el sexto de cuerna muy acapachada cambió en el último tercio quedando gazapón y soso, acaso porque Fandiño le quiso lidiar a la distancia que a él le convenía y no a la que el toro demandaba.

Con este material, Uceda estuvo, básicamente, como Uceda. Toreo frío, de oficio, más bien por las afueras, sin buscar el compromiso. A su segundo lo mató de un soberbio volapié hasta la gamuza.
El Cid quedó sorprendido por las intenciones de su primero ya descritas, y a su segundo le hizo una faena muy ensamblada en la que brillaron dos series de naturales con mando y colocación, aunque el conjunto adoleció de falta de una mejor colocación, que a este torero no le va nada eso de ponerse ajulianado.
Fandiño recibió a su primero con tres muletazos desde lejos, con el toro galopando y el torero quedándose en el sitio, que nos hicieron relamernos pensando en cuando venga a Madrid, que ya queda poco. Luego la faena tuvo altibajos especialmente cuando el torero se ponía a «alargar el muletazo» dejándose la pata escondida. La faena tuvo enjundia y alegría, con adornos muy toreros, pero Iván Fandiño debe tomar conciencia de que esa misma faena en Madrid le habría cosechado censuras, por más que tuvo algunos momentos brillantes como el citado principio y una serie de redondos de gran encaje y de gran verdad. En su segundo no entendió al toro o le entendió mal, el caso es que no hubo forma de que aquello funcionase.

Tarde variada con gran importancia de las cuadrillas y de los picadores. Nos preguntábamos si vendría a picar a Talavera ese hermano del Cid que le han colgado en un periódico serio y que se llama Manuel, igual que él, pero al final el único hermano que apareció montado fue, como tantas otras veces, el hermano de Espartaco.
 
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