sábado, 11 de mayo de 2013

Segunda. La de los Bayones. La corrida que a nadie importaba / José Ramón Márquez


La papela de Abeya

"...Toros de Lisardo, pues, que si los ve Lisardo se echa a llorar y se vuelve al sepulcro desconsolado, que si yo fuese pariente de Lisardo ponía una querella a estos que andan tomando el nombre en vano..."

José Ramón Márquez

Hoy seconda puntata, verdaderamente sin hilo. No sé, ni las he contado, las entradas que me regalaban para hoy, decenas; los reventas las daban por debajo de su precio, pegabas una patada a un papel en la calle Londres y resulta que era una entrada para la corrida de hoy. La corrida de hoy no le importaba a nadie y la prueba es que no encontrabas ni armado con un candil o con un microscopio a alguno que quisiera una entrada, ni con invitación a almorzar. La página web de Las Ventas se colapsó a la hora del apartado, la gente entraba ansiosa a mirar si la corrida no había pasado y se podía devolver el papel, pero no hubo suerte. Al final el eximio elenco veterinario dio el placet a las seis bestias que había enviado desde Salamanca la Sociedad Agraria de Transformación nª 2817 Heriber y que se lidian bajo el epígrafe de Los Bayones, que ya sabemos que este nombre ganadero tiene una fácil rima digna del poeta urbano Sabina.

Toros de Lisardo, pues, que si los ve Lisardo se echa a llorar y se vuelve al sepulcro desconsolado, que si yo fuese pariente de Lisardo ponía una querella a estos que andan tomando el nombre en vano. Decimos toros porque es lo que ponía en la ficha. Los animales llevaban una diferencia entre el que más pesó y el que menos de 77 kilos y al menos hubo dos que fueron recibidos con hostilidad por el respetable. Al segundo lo mandó de vuelta al lóbrego toril, a las manos tauricidas de D. José Luis Olmos, la pañoleta verde que exhibió D. Julio Martínez inmediatamente después del colapso psicomotriz y subsiguiente costalada del bicho, Picadito, número 9. Por cierto que si en el programa al asesor artístico le etiquetan como D. Joselito, no estaría mal que al Presidente le colocasen un afectuoso D. Julito, para no dar una imagen tan distante y tan poco amigable.

Para dar fin de los lisardos, novillotes gordos y medio bobos, se anunciaron Matías Tejela, David Mora y Antonio Nazaré. Dicen que torear es tener una verdad que decir, y decirla. Matías Tejela, en ese sentido, proclama a los cuatro vientos que no hay nada que decir. La sensación que llega al tendido es la prolongación del enorme tedio que al hombre le supone el tener que vestirse de luces, hacer el paseo y ponerse a ver qué le enjareta al bicho que tiene enfrente. Tejela estaría con sus sueños puestos en los caballos españoles, el alazán, el rodado, el tordo, el ruano, el palomino; o en los perros, la galga barcina, la negra, la lobuna o la canela encendida; en las liebres de Barcience o de la Venta de la Rubia, qué se yo, pero ni el Bayón llamado Cuba, número 41, ni el conocido por Cantinisto, número 13, le sacaron de su introspección evocando mañanas de niebla y frío en los correderos de Toledo o Valladolid.

David Mora no es ni la sombra del fulgor que hace dos años agitó las mansas aguas de la tauromaquia contemporánea. David Mora debe estar abducido o poseído por alguna entidad que le roba el alma, que se come el soplo de frescura con el que se puso en circulación y que le empuja a la vulgaridad julianesca, anticristo del toreo. Hubo un retazo de torería, no obstante: respondía a un quite de Nazaré con el capote a la espalda cuando el toro Carretilla, número 14, sobrero cinqueño de Fraile Mazas, le enganchó, lanzándole al aire y después del susto y las carreras le faltó el tiempo para recoger el capote y volver frente al toro con gran parsimonia a finalizar el quite con los mismos argumentos que antes del atropello. Por lo demás, Mora no debería echarse al toreo de descargue y de embuste y, aunque esa tendencia podía atisbarse en él incluso en su temporada buena, debería considerar que si hoy es algo en el toreo es porque no hace tanto que se puso a torear como se debe y que, por lo menos en Madrid, debería huir de los patrones del deplorable y deprimente neotoreo, toreo cuarteando, toreo de chicha y nabo y practicar lo que le vimos en El Puerto con aquel Charlatán de Cebada Gago. La moneda sólo la cambia quien la tiene y a Mora le restan cuatro toros en los próximos días donde poder mostrar otras maneras.

Antonio Nazaré en su primero, Linero, número 26, anduvo, como muchas veces le hemos visto, sacando sus pases de uno en uno, componiendo la figura, colocándose por fuera y vendiendo el triste humo de esa estética ayuna de la ética del compromiso con el toreo firme y verdadero, el de quebrar al toro, el de hacerle ir por donde no quiere. Faena, si se puede llamar así, de fuegos de artificio y de hondísima superficialidad al servicio de la nada que es hacer ir y venir al toro. Cuando el bicho se tragó los muletazos, la Plaza rugió como si el torero lo estuviese bordando, porque ahora el público admira una barbaridad que el animal se encuentre en perpetuo movimiento, y yo creo que eso ocurre porque a las buenas gentes les han convencido los de la TV de que eso es torear y el que no haya visto otra cosa pues se cree ese embuste a pies juntillas. La faena se hizo frente al diez y al toro lo mató en el seis, con eso queda dicho mucho. Con su segundo, Cubo, número 27, había cundido tal desánimo en la Plaza que los que no se habían ido se dedicaban a hablar de la diferencia que hay entre arar con bueyes y arar con mulas, como si aún quedase alguien que supiese trazar una besana con una yunta.

La cosa toricida hoy fue una digna continuación de la de ayer. La deplorable manera de practicar la suerte convierte a la antiguamente llamada «suerte suprema» en un bodrio, festival de cuarteos, pérdida de muleta y bajonazos. Ya nadie se acuerda de aquello de que para matar por derecho hay que ponerse en medio de la cuna, porque en este toreo nuevo en que se huye de la cuna ya no hay apenas nadie que siga la vieja receta de Machaquito cuando decía que para perfilarse a matar «Hay que ponerse en mitá de la vía».
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