"En la lidia sólo hay dos verdades: o mandas tú o manda el toro". Muy probablemente este pensamiento forma parte de la médula de la concepción del toreo que siempre tuvo Domingo Ortega y que venía a ser el paso previo y necesario para su forma de torear, que algunos definieron como "la ciencia de parar, templar y mandar". Esto quizá explique la convicción popular de que Ortega a un toro malo lo hacía bueno. Ahora que se cumplen 25 años de su muerte, resulta oportuno rememorar su célebre conferencia en el Ateneo de Madrid en 1950, cuatro años antes de su definitiva retirada. Una conferencia que el torero escribió de su puño y letra y que viene a ser un compendio de su permanente Tauromaquia.
Taurología.-En este mayo pasado se ha cumplido el cuarto de siglo de la muerte de Domingo Ortega, el maestro nacido en Borox (Toledo) el 25 de febrero de 1908, uno de los toreros fundamentales de todo el siglo XX y de los propios anales de la Tauromaquia de siempre.
Un hombre de campo, acostumbrado a las duras tareas, no descubrió el toreo hasta cumplir los 20 años. Pero a partir de esa fecha su carrera fue meteórica. De hecho, tras unas pocas novilladas se sintió preparado para dar el salto al escalafón superior. De hecho, cuentan sus biógrafos que su aprendizaje fue breve, porque se trataba de un torero intuitivo, que desde sus primeras actuaciones en los cosos dio muestras de unas condiciones extraordinarias para la lidia de reses bravas y que cuajó rápidamente en un torero magistral, figurando durante toda su vida artística en un puesto de privilegio.
En Barcelona, tras pocas novilladas, tomó la alternativa en Barcelona el 8 de marzo de 1931) de manos de Gitanillo de Triana, que le cedió un toro de la ganadería de Juliana Calvo. Y se presentó en Madrid, donde no se había presentado como novillero, para confirmar el doctorado con un toro de la ganadería de Julián Fernández, el 16 de junio1932, siendo su padrino Nicanor Villalta.
En los Anales del Toreo siempre se le ha considerado como un torero poderosísimo, de los contadísimos que a lo largo de toda la historia tauromáquica han dominado a los toros con que se enfrentaba, por muy duros y difíciles que fuesen. Excelente en el manejo del capote y seguro estoqueador, con la muleta era excepcional, ya que lograba siempre adueñarse de los cornúpetas desde los primeros pases y mandar en ellos en toda la faena, descollando en las de castigo para los astados de mucho temperamento, aunque supiese torear con suavidad y con pases de adorno.
De estilo clásico y con técnica depurada, lidiador de sorprendente facilidad y con sugestiva personalidad. Su última corrida fue en la Feria del Pilar de Zaragoza el 14 de octubre de 1954. Después tomó parte en numerosos festivales benéficos.
Si algún concepto primaba sobre los demás en su concepción del Arte del Toreo, sin duda éste era cargar la suerte, a la que daba tanta importancia que cuando era así en realidad se está "destoreando". La pierna contraria adelantada, sacando todo el toro por delante, era un paradigma esa concepción orteguiana del toreo.
“En el toreo --decía Ortega-- todo lo que no sea cargar la suerte no es torear sino destorear. Torear no es que el toro venga y usted se quede en la recta, eso es destorear; pero si usted carga, echa el cuerpo hacia delante con la pierna contraria al lado por el que viene el toro obliga a torear, si no le coge; porque es un obstáculo que usted le pone delante” .
De hecho, este es uno de los conceptos que Ortega glosó en su histórica conferencia en el Ateneo de Madrid en 1950. Durante algún tiempo se especuló que, en realidad, la conferencia se la escribió Antonio Díaz Cañabate, tomando como base las ideas del torero. Sin embargo, Joaquín Vidal atestiguaba en las páginas de “El País” (23.12.1985) que el escritor y crítico madrileño le había confesado que la escribió personalmente Ortega, de su puño y letra, a lápiz y en papel timbrado de un hotel.
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TEXTO INTEGRO: Domingo Ortega y el Arte del Toreo (Tamano: 5,8 Mb.)
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