miércoles, 3 de julio de 2013

Es Burgos. ¡Sonríe! / Por José Ramón Márquez


Marinerito en aspas

"...Pensábamos que íbamos a una corrida de toros y en realidad fuimos al Festival de la Aluminosis taurina y al retorno de la cochambre, en este caso de la cochambre ganadera..."

José Ramón Márquez

I. EXPLICACIÓN NO PEDIDA

Dicen que van a demoler la Plaza del Plantío de Burgos a causa de la aluminosis. Dicen que van a echarla abajo sin que esté decidido con qué van a sustituirla, seguramente con pisos, y a uno le vienen a la memoria las dos grandes cosas que ha contemplado en esa Plaza. La primera, cronológicamente, son las quince horas de Rock Ciudad de Burgos, cuando en el verano de 1975 la seria capital castellana fue invadida por la cochambre que se desplazó hasta allí a ver a Hilario Camacho, Alcatraz, Tilburi, John Campbell, The Falcons, Tartesos, Bloque, Eva Rock,Compañía Eléctrica Darma, Gualberto, Burning,Granada, Storm, Eduardo Bort, Orquesta Mirasol, Icebergy Triana, en una especie de Woodstock mesetario que es considerado el primer festival de música que se celebró en España

Lacalle (de rosa), el alcalde que acabará con los toros en Burgos

La segunda es en 1982 cuando un militar sin graduación, soldado del Regimiento de Caballería Ligera Acorazada España nº 11, equipado con una entrada de contrabarrera y armado de un 8-9-8 de Partagás tuvo la enorme dicha de poder ver una grandiosa faena de Antoñete a un toro de Buendía.

Ahí hay dos motivos suficientes, unidos a la memoria sentimental, para irse a Burgos a despedirse de esta Plaza que van a demoler sin remisión y que, en el mejor de los casos, transformarán en un mamarracho cubierto, aposento de toda incomodidad, casa de los ecos.

II. ACUSACIÓN MANIFIESTA

Antoñete se retiró definitivamente del toreo, para nuestra orfandad, en 2001 precisamente en esta Plaza sentenciada a muerte. Como no existe posibilidad de poder volver a ver al maestro del mechón y puestos a elegir una corrida, decidimos ir a la de hoy con El Cid, Fandiño y Luque con toros de Bañuelos. Pensábamos que íbamos a una corrida de toros y en realidad fuimos al Festival de la Aluminosis taurina y al retorno de la cochambre, en este caso de la cochambre ganadera.

Parece mentira que estas bañueladas, este hato de bueyes con aluminosis que Bañuelos, don Antonio Bañuelos García, ha tenido la desfachatez de echar en su propio pueblo, tengan algo que ver genéticamente con los seis de Adolfo del otro día en Soria. Como si fuesen dos especies distintas, oiga. Y entonces caímos en la cuenta de que eso era a causa de la aluminosis, que afectaba a los bicharracos, que les ponía enanos, encogidos, cabezones, más feos que Picio, que hay que ver lo que ha conseguido Bañuelos, don Antonio Bañuelos García, tras veinte años de desvelos ganaderos, que es echar en su propio pueblo una escalera de caracoles mal llamados toros, descastados, sosos, más feos que el hambre, un hatajo de bueyes de carreta, toros de incineradora, apoteosis de la aluminosis taurina en la Feria de San Pedro y San Pablo.

En la solanera, en un burladero, vestidito con su sombrerito cordobés y todo, el mayoral veía cómo iban saliendo al albero burgalés sus desdichados pupilos: el Valeriano, el Florete, el Adjudicado, el Perdigón, el Mentiroso, el Calabacín y el Lanavirgen, que salió de sobrero, que ni siquiera nos dejaron el resquicio de que el sobrero fuese de otra ganadería a ver si al menos salía un toro en toda la tarde. Siete Bañuelos, como los siete enanitos y el mayoral haciendo de Blancanieves y cavilando sus cosas. Los siete aluminósicos al menos hicieron que los picadores se llevasen muerto el jornal de hoy, que entre lo que sangraron los siete no daba ni para hacer una morcilla, y bien es verdad que los últimos momentos de sus vidas no consiguieron despertar en ningún momento el más mínimo interés del público que se sentaba en los tendidos que, imbuido de la titularidad burgalesa de Ciudad Gastronómica, se dedicaron a despachar todo tipo de suculentas viandas tales como empanadas, embutidos y chacinas, manitas, tortillas, pimientos, caracoles y un sinfín de delicatessen más en el tipo de gourmand que en el de gourmet, impasibles al drama que se representaba en el redondel, tema puramente shakesperiano, donde se pretendía dar lidia a animales que no eran de lidia.

La aluminosis bañuelesca se manifestaba de diversas maneras. Afectaba principalmente a las patas, que se doblaban y no sostenían adecuadamente los cuerpos que llevaban encima, a los pulmones, que necesitaban más y más aire para paliar los ahogos de los bichos, aire a borbotones, aire a boca llena; toda la aluminosis del conjunto se sustanciaba estupendamente en la aparición de las cansinas lenguas, transformadas en certero índice de la falta de psicomotricidad del cuerpo que había detrás de ellas.

¿Qué pensaría Don Juan Carlos Díez, asesor veterinario, cuando viese los Bañuelos que salieron al ruedo? Acaso recordaría sus ya lejanos días en la Facultad de Veterinaria, pero en aquella época aún no se había descrito el síndrome de aluminosis en los toros de lidia por lo que su dictamen de aprobación era adecuado: los bichos tenían ojos, nariz y boca, cuatro patas dos cuernos y un rabo, por lo que podían ser aprobados con suficiencia y luego, además, una vez pasados por la báscula mágica, la que da el peso que conviene, resultó que los pesos eran adecuados. Don Juan Carlos puede estar bien tranquilo sobre su responsabilidad.

Y a nuestra vera, Doña Leticia Ortiz, esa jovencísima realidad del periodismo taurino burgalés, esa pluma ya tan sabia que ni siquiera necesita mirar al ruedo, porque sabe con precisión lo que va a ocurrir. Doña Leticia es una persona dotada de esa frescura tan necesaria en la crítica, para agitarla fuertemente desde los adentros, para renovar el manido lenguaje tan usado, para hacer que el lector vuelva a la reseña por el puro placer de la lectura.

De los toreros podemos decir que también se contagiaron de la aluminosis del ambiente. Cid estuvo como últimamente, Fandiño con un vestido que resaltaba fuertemente sus caderas y Luque teledirigido desde las tablas por su generoso padre, que en cierta ocasión me invitó a un café.
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