sábado, 21 de septiembre de 2013

El espíritu de Babel / Por Aquilino Duque



"...Este Estado de los Bantustanes que es el “Estado de las Autonomías” tiene por objetivo la balcanización de España, una balcanización cuyo espíritu babélico se delata en las menores decisiones del llamado Gobierno central y muy señaladamente en los proyectos de reforma de la enseñanza..."


El espíritu de Babel 

  • La administración, de facto, la ejercen las llamadas autoridades autónomas, y el que opine lo contrario que ponga, si se atreve, una bandera nacional en un balcón de San Sebastián o de Gerona.
Aquilino Duque
Premio Nacional de Literatura

ABC / “Pongamos fronteras entre nosotros para estar más unidos y hablemos lenguas distintas para entendernos mejor”, dice con ironía amarga mi amigo Lorenzo Gabarda, catalán de linaje anarquista trasplantado a Ginebra por la diáspora de nuestra guerra. Con esta fórmula resume y condensa mi amigo el espíritu del llamado “Estado de las Autonomías” que yo prefiero llamar “Estado de los Bantustanes”, un espíritu que no es otro que el espíritu de Babel. Al soplo de ese espíritu, la igualdad y la solidaridad se predican en abstracto, como meras válvulas de escape del resentimiento social, pero a la hora de pasar del “ciudadano del Estado de las Autonomías” a la realidad de los hombres y las tierras de España, esa solidaridad y esa igualdad brillan por su ausencia. Puede que Murcia y Extremadura estén muy orgullosas de su autonomía de papel, pero a la hora de la verdad resulta que los pescadores murcianos no pueden faenar en las aguas territoriales del Estat català y los emigrantes extremeños reciben en Euzkadi trato de extranjeros, cuando no de enemigos.

Este Estado de los Bantustanes que es el “Estado de las Autonomías” tiene por objetivo la balcanización de España, una balcanización cuyo espíritu babélico se delata en las menores decisiones del llamado Gobierno central y muy señaladamente en los proyectos de reforma de la enseñanza. ¨¿Qué delicada y complaciente componenda borra de las Filologías Catalana, Gallega y Vasca a la Lengua Española, “troncal” en las demás ramas?”, se preguntaba el filólogo Alarcos Llorach, y añadía: Esto recuerda el ambiguo subterfugio con que se redactó el artículo 3 de la vigente Constitución Española. Ante ese amenazante proyecto, Alarcos no dejaba de insinuar que a las distintas ramas de la Filología se las pretendiera aislar por criterios políticos en lugar de agruparlas por categorías científicas. 

El artículo 3 de la Incolaza o sería tan ambiguo si no lo fuera como lo es el artículo 2, que es la cuadratura del círculo. Si no fuera por ese zafarrancho de “autonomías de las nacionalidades y regiones” sobre el que se pretende asentar “la indisoluble unidad de la Nación española”, no pugnarían por dejar de llamarse españolas lenguas que el artículo 3 dice que lo son. Un catalán tontorrón, intérprete de oficio y que, como tal, hizo una fortuna a costa de la “lengua del Imperio”, me comentaba una vez que si era correcto decir que el catalán y el vascuence son lenguas españolas. Yo le dije que a mi juicio lo son, puesto que son lenguas propias de regiones de España, y que mientras San Sebastián y Barcelona sean ciudades españolas, serán españolas las lenguas que hablen sus ciudadanos, tanto las locales como la nacional. Naturalmente él no estaba conforme, como no creo que lo estuvieran los señores que insistieron en proclamar el carácter oficial de “las demás lenguas españolas” en ese malhadado artículo 3 de esa malhadada Constitución. 

Hasta fines de los años 60, todos los mapas alemanes de Alemania conservaban, en línea de puntos, el trazado de las fronteras de 1937 con la indicación, en los territorios ocupados por Rusia y Polonia, de “por ahora bajo administración soviética” o “por ahora bajo administración polaca”. Willy Brandt acabó con esos mapas al reconocer el carácter definitivo de esas administraciones. Más de uno en Cataluña y Vascongadas debe de considerarse también provisionalmente bajo administración española, al menos los que proclaman a los cuatro vientos que son una nación bajo la administración del Estado español. Esa administración, en Vascongadas primero y en Cataluña después, es más nominal que efectiva; es una administración de jure, porque la administración, por llamarla de algún modo, de facto, la ejercen las llamadas autoridades autónomas, y el que opine lo contrario que ponga, si se atreve, una bandera nacional en un balcón de San Sebastián o de Gerona. Y esto será así hasta que el Willy Brandt de turno conceda la administración de jure a quienes la ejercen de facto, y escribo “administración” para evitar otra palabra más exacta y más “desestabilizadora”. Cuando tal cosa suceda, si es que sucede, habrá llegado el momento de dejar de considerar lenguas españolas, o lenguas de España, como dice Gregorio Salvador, a los numerosos dialectos vascongados y a la variedad catalana de la lengua dels països occitànics. 

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