sábado, 21 de septiembre de 2013

MÉXICO: EL MONUMENTO / Por Pla Ventura


El Pana, vivito y coleando, presente antes de desembarcar su monumento

“No tengo ranchos ni fincas, pero Dios está conmigo”. 

El Pana

EL MONUMENTO

Pla Ventura
Decía ese genial cantor mexicano al que conocemos como Juan Gabriel, que el pueblo siempre tiene la razón, aunque esté equivocado. Claro que, tal axioma seguro que brotó del corazón de Juan Gabriel sabedor de las decisiones de la gente cuando ésta, libremente, sin presiones, sin engaños, sin dogmas y sin esperar nada a cambio, abre su corazón para decir lo que siente.

Y ha sido precisamente esa gente de la que hablo la que, en su momento, arrebatados por la consigna de sus corazones, allá por tierras de Apizaco, en México, supieron rendirle honores a su hijo más querido, sencillamente, a Rodolfo Rodríguez El Pana, el que ahora nos honra con su presencia aquí en España. Como explico, cuando el pueblo decide, no existe acción más bella, y Apizaco decidió encumbrar para siempre a Rodolfo Rodríguez El Pana, sencillamente para inmortalizar su genialidad, la que nos regala en vida y, sin duda, la que quedará el día que él se marche de este mundo.

Dos hechos de enorme relevancia dicen mucho de los apizaquenses puesto que, en vida y en pleno ejercício de su profesión, supieron darle gloria y rendirle culto a su hijo más ilustre llamado Rodolfo Rodríguez El Pana. No es normal, para nada, que en vida le rindamos el homenaje debido a todo aquel que se lo merece. Siempre vitoreamos a los que entendemos como genios, una vez que han muerto. Convengamos que nosotros los españoles somos muy dados a ello; solo falta que te mueras para que todo el mundo hable bien de ti, es una máxima incoherente, pero de mucho arraigo ancestro entre nosotros.

No deben ser muchos los toreros que tengan un monumento en su pueblo, honor recibido en vida y, mucho menos, estando en pleno ejercicio de la profesión, caso de El Pana que, como diestro en activo, para gloria de su ser, ha podido ver como en su pueblo se renombraba la plaza de toros con su ilustre nombre, a su vez que se construía un monumento en su honor.

Son esos valores que hacen ilustre a un ser humano y, a su vez, al pueblo que le ha concedido semejante distinción. Son esas acciones que van mucho más allá del dinero, de la fastuosidad con la que viven muchos toreros que, para su desdicha, algunos, sólo tienen dinero; y a la inversa, otros, la amargura por no haber sido.

Ha sido el pueblo, en este caso Apizaco, el que ha tenido la sensibilidad suficiente para inmortalizar a su hijo más querido; pero lo han hecho en vida, justamente, todavía, viéndole crear bellas páginas en la torería mexicana. Este es el caso de Rodolfo Rodríguez El Pana que, habrá acaudalado lo que Dios haya querido que recaude, pero que ha logrado la riqueza soñada por todos, ser reconocido de forma unánime por todos hasta el punto de la inmortalidad con las acciones antes dichas.

¿Qué darían, los ricos del lugar, por tener un monumento en su honor y disfrutarlo en vida? Como antes dije, en el toreo, se ha reconocido a muchos toreros y, salvo a Curro Romero, a los demás se les ha homenajeado tras haber muerto. Está muy bien todo eso, pero que nos acordemos del que ha sido grande cuando ha muerto, el dislate es inmenso. Por las razones expuestas, el hecho de que Rodolfo Rodríguez El Pana disfrute de los agasajos antes citados y que lo haga en vida, incluso toreando en la plaza que lleva su nombre, la dicha no puede ser mayor, para él y para cuantos así le han reconocido.

Recordemos que El Pana es hombre de sentencias memorables. Tomemos nota. “No tengo ranchos ni fincas, pero Dios está conmigo”. Y digo yo, ¿cabe riqueza mayor en este ser humano? Seguro que no.
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