miércoles, 16 de octubre de 2013

DIEGO RAMOS RAMÍREZ, pintor / Por Benjamín Bentura Remacha



“El colombiano de los pinceles de colores”
DIEGO RAMOS RAMÍREZ
  • De Madrid a Las Landas francesas, paisaje nuevo, vivencias eternas
Benjamín Bentura Remacha
El año pasado empezaba la semblanza del artista Diego Ramos Ramírez con estas palabras: “Confieso que lo conocí al momento, vi el primer plano de los alamares de una chaquetilla torera y …”. Estoy otra vez ante ese simple y hermoso alamar y, por mimetismo, un poco para empezar de otra forma, se me ha ocurrido ponerle a Diego un remoquete antes de su apellido paterno. Le voy a llamar Diego “Alamar” Ramos. Es costumbre en el toreo esto de los seudónimos: Niños, Chicos, Chicuelos, Chatos, Pepetes, Gallitos, Gitanillos, Rafaelillos o Miguelitos. Es más serio lo de “Alamar”. Pero, me arrepiento inmediatamente porque, allá por los años 60, mi amigo Rafael Herrero Mingorance, mago de la voz, la poesía, el manoletismo y la bonanza, creó en “Fiesta Española” una sección que titulaba “Alamares en su tinta”. No, no es posible, pese a mis embelesos místicos ante el citado alamar de Diego, no puedo confundir esos efluvios artísticos con el sabroso condimento de unos calamares en su tinta. O alamares. No le pongo al señor Don Diego ningún remoquete pese a lo taurino que ello sea y voy a tratar de meterme entre los pinceles del nuevo estudio del artista en tierras francesas, en Saint Martín de Hinx, en Las Landas, quilómetros y quilómetros de llanura nada más atravesar el Pirineo Atlántico por Hendaya y en dirección a París, cerca de Bayona, Dax y Mont de Marsan, triplete taurino y termal, y de Saint Vincent de Tyrosse. Diego sigue en el ambiente y se purifica en tierras francesas porque ahora nuestra Meca taurina está por aquellas tierras.

Estudia a los pintores del XIX al XX, Denís Belgrano, Muñoz Degráin, los Jiménez Aranda, Jiménez Prieto, Eduardo Zamacois, Antonio Fabrés, Pradilla , Villegas Cordero o López Mezquita, con especial interés hacia Fortuny, Sorolla o el gran cartelista que fue Marcelino Unceta. Y de esos estudios surge la pincelada genial, no pensada sino sentida, burbujeante, como de los dedos del pianista consumado surgen las notas del “Para Elisa” de Beethoven o un “Nocturno” de Chopín. El pintor no tiene que pensar en los colores, como el pianista no tiene que estar pendiente de sus dedos y las teclas del piano. “No son pinceladas humanas, son embelesos del ingenio y la inspiración”. Y, como decía Picasso, que cuando esta llegue, la inspiración, te encuentre trabajando. Conoce, aparte de los pintores señalados, a todos los típica y tópicamente considerados como taurinos, aunque a ninguno se parezca. Es el privilegio de la personalidad.

Diego no para y, pese a esa su personalidad y maestría, no se repite. Tú sabes que ese cuadro es del colombiano aunque sea distinto del resto de sus lienzos. Y, por añadidura, es muy buen aficionado y le caben muchos toreros en su cabeza soñadora, real e intuitiva. Sabe como toreaban los Gallos, don Juan, “Cagancho” o Pepe Luis. Lo de Romero, Paula y Morante es más comprensible porque ya hace casi veinte años que llegó al Madrid castizo de la Venta del Batán y el Rastro y ha saboreado en directo los aromas del toreo sin partitura. Conoce, con Bergamín, que no todas las figuras del toreo tienen potencial literario, poético o plástico. “Percha literaria” lo llamaba don José al definir a Rafael de Paula.

Habla de don Rafael, el Divino: “Creo que han existido muchos toreros plásticos, con empaque suficiente para ser pictóricos, “Paquiro”, “Joselito”, Belmonte, “Cagancho”, “Manolete”, Paco Camino, “El Viti”, Paula, pero como el “Divino Calvo” difícil igualar. Sin ser un hombre guapo, creo que hasta bajo de estatura, pero grandioso de movimiento y arte a raudales, sin duda, fuente de inspiración, pictórico como pocos. Es un milagro de reencarnación artística”. Diego Ramos pinta como toreaba Rafael Gómez “El Gallo”, digo yo, sin más argumento que lo que pienso que pudo ser el mayor de los Gómez Ortega, el gitano de los dos, porque José era payo como su padre, científico, cuadriculado y previsor. Hasta que se le olvidó todo en Talavera de la Reina. Corrochano, don Gregorio, lo repetía alucinado: “Joselito era el toreo y lo mató un toro”. A Rafael casi lo mata Pastora Imperio y nadie supo el porqué. Ninguno de los dos lo contó nunca.

Diego confiesa que pinta acompañado por la guitarra de “Tomatito” y la metralla de la garganta de “Camarón”, rota y repiquetera. Y música clásica. Esas son sus partituras sin pentagrama ni renglones, notas ni apuntes. Le sugestiona lo caló y, al margen de sus sutiles pinceladas, sus palabras definen también a Rafael de Paula: “De personalidad singular, gitano de estadísticas desastrosas y con un duende genial, con unas formas y movimientos pausados y a compás…como el mejor cante por soleas o la solera de los mejores vinos”. Luego toma el pincel entre sus manos, lo arrima a su paleta de grises y azabaches, rojos, negros o azules del revés del capote paulista y la imagen difumina completamente a la palabra. Es el arte. Lo fantástico es que acudes al moderno internet y te encuentras con el Diego Ramos integral. Un vídeo bohemio y evocador te presenta la magia femenina de Modigliani entre vinos, cafés y cigarros y el sonido de una particular Ave María para mostrar una imagen de mujer entre evocaciones a Picasso y Utrillo y, luego, una sucesión de carteles que satisfacen todas mis apetencias estéticas.

Pero, como muestra de las fuentes en las que ha bebido el genial colombiano, al margen de los clásicos maestros del impresionismo y el costumbrismo taurinos, nos enseña obras de Daniel Vázquez Díaz, Vicente Arnás, Alfredo Sanchís Cortez, Fernando Botero, José Villegas Cordero, Miguel López Coronado, el mexicano Pancho Flores, el trío catalán formado por los castizos Fortuny, Cecilio Pla y Ramón Casas, el valenciano Sorolla y el aragonés Marcelino Unceta con aureola bendita, los desconocidos Manuel Ruiz Pipó, granadino, Antonio Uría Monzón, madrileño, y Luca Monzani, italiano, los dos españoles de muy similares trayectorias y el de Turín, curioso, y sus compañeros de la exposición de Pamplona de julio de 2013, Pablo Lozano y Eloy Morales, padre e hijo, hiper-realistas. De todos ellos y muchos más – casi todos los que en esto “han sido” – bebe, aspira y se alimenta Diego. El milagro es que él los mezcla y confunde en su paleta y nace algo nuevo. Don Jacinto, del que en otros tiempos no hacía falta citar su apellido, Benavente, decía: “Bienaventurados sean nuestros imitadores porque de ellos serán nuestros defectos”. Claro que Ramos Ramírez no es un imitador, es un creador. Goya también copió a Velázquez para aprender. Y, como él mismo confesaba en uno de sus grabados, ya ochentón, seguía aprendiendo. Diego Ramos tiene la ventaja de tener a mano todo lo que se ha pintado en España y en el mundo, incluido el francés Manet, los ingleses, los alemanes y los americanos John Fultón y Robert Ryan.

Al repasar los carteles que han salido de la mano del colombiano, se da uno cuenta de la capacidad de absorción que tiene este artista que nació en Cali, Colombia, el 3 de octubre de 1976, y que todavía no ha llegado a la cuarentena. Con toda una vida por delante, ahora en el cogollo de la torera Francia. Sus obras como árboles de un ya más que considerable campo, con sus robles y encinas, sus flores exquisitas, fresas silvestres, sus olivos, cerezos o dorados trigales. Las dos zapatillas abandonadas en la arena del cartel de la corrida de Beneficencia de 2007, la cuadrilla de 2004 a lo Vázquez Díaz , el toro de Alcalá de Henares, antecesor del toro de Pamplona, el niño toreando a un perro con un sombrero para el Carabanchel madrileño, que hubiera firmado José Puente en su gusto por la anécdota y el costumbrismo, el trincherazo de “Manolete” basado en el realismo de Ruano Llopis, Antonio Bienvenida de caña y azabache, memorias del número 1 de calle madrileña de General Mola y la torera familia, Paco de Lucía y Camarón, su paisano Pepe Cáceres y el cartel anunciador de su exposición en Madrid del 22 al 28 de mayo de 2009, el cantado alamar sobre la chaquetilla azul cielo, valentía, o el otro alamar clavado en la pared desconchada para anunciar la fiesta de Olivenza. Su gusto por otros muchos pintores, como es el caso de Ángel González Marcos, “para mi, uno de los pintores más interesantes de los que han tratado el tema taurino”, opinión con la que coincido. “Duendeando”, reclamo de su exposición en Pamplona y su evocación de Caracol y los Gallo, sonidos de la Alameda de Hércules, sus ídolos, toreros y “cantaores”, Curro, Paula y Morante a los sones de la guitarra que arropa a Camarón. Me repito, pero es que a Diego le gusta insistir en sus alucinaciones. “El Patio de Caballos” del escultor Pablo Lozano prepara su paladar para emprender otra nueva aventura con los picadores de Almagro y, además, se acuerda de Benlliure, Pablo Gargallo o Venancio Blanco. Portadas de la revista “Aplausos” y la publicación de la empresa de TORESMA, la de los hermanos Lozano en Madrid. Festivales de Jaén con un capotazo de Ponce y el de Utrera con Romero, Paula y Morante, azules escurridos en Valencia y el garrochista en Baeza, Cayetano Sanz y sus patillas y el Alguacil de El Puerto de Santa María, paseíllo de Almería y el 50 aniversario de la alternativa de “Miguelín” en Algeciras.

A vuela pluma (tecla de ordenador), este es el apunte de lo que Diego Ramos pinta. Claro, hay que verlo. Todo lo que se diga es pálido reflejo de lo que pueden contemplar nuestros ojos. Y lo que pueden ver en el largo futuro que le espera al colombiano, si Dios, como le pedía el guitarrista Andrés Segovia, “nos deja aquí un ratico más”. Que no me lo quiero perder, Señor.  
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Barico     

1 comentario:

  1. Magnífico el artículo de D. Benjamín; como excelsa es la obra del gran Diego Ramos, pintor y artista; aficionado y torero por vocación. La evolución pausada y constante de la pintura de Diego Ramos, reclama un estrado diferenciado en el palco de las Bellas Artes; toreras o no.
    Compartir con Diego Ramos una sensación artística sobre la Corrida, depara un estado de felicidad único; diferenciado de todo arte taurino anterior; ecléctico, y aderezado sólo por su profundo amor y conocimiento de la Fiesta.
    Un ¡urra! por la obra y por los que, en justicia, la ensalzan.
    José Mª Moreno Bermejo

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