martes, 15 de octubre de 2013

Estrellas crueles / Por Joaquín Albaicin




"...El realismo socialista se inauguró en todas partes con la edificación de una cárcel..."

Estrellas crueles

Joaquín Albaicín
Escritor
Pese a haber conocido a Nabokov justo cuando éste escapaba en 1937 de Berlín, la familia Modracek no tuvo tan buena vista como él, decidió no moverse del sitio y se chupó el paraíso pardo primero, y el rojo después. Uno de sus miembros protagoniza La promesa de Kamil Modracek, novela crítica del totalitarismo y los estados policiales desde lo grotesco, muy a lo Bulgakov y que ha publicado Impedimenta. Cuando un oficial de la policía checa detiene y mata a su hermana para poder quedarse con la mansión ocupada por la Enemiga del Pueblo, Kamil decide responder con una maniobra asimismo inmobiliaria y encerrar al agente en una jaula para osos acomodada en un sótano de su casa. Y aprende pronto el duro trabajo que supone mantener a un prisionero, carga que convierte al guardia en preso, a su vez, del sistema carcelario que supuestamente gestiona.

Como estilo arquitectónico –tal como Jiri Kratochvil, autor de la novela, indica– el realismo socialista se inauguró en todas partes con la edificación de una cárcel. No es el único novelista reciente en presentarnos el comunismo como un virus de raíces en gran medida inmobiliarias y en exponer con conocimiento de causa la nula gracia que tenía aquello del Estado leninista vivido en casa, y no leído en el extranjero. En otra novela con la tinta aún fresca, todo empieza asimismo con una mudanza, pues en los países “liberados” por el III Reich también era moneda corriente que los pisos propiedad de judíos quedaran repentinamente “libres”. Tras la debacle nazi, los alemanes o afines que, en Praga, habían aprovechado la ganga, fueron linchados o desaparecieron, dejando “sus” viviendas otra vez “disponibles”, para alegría de no pocos militantes del PC. Sin embargo, no pasaba demasiado tiempo antes de que sus puertas volvieran a lucir el cartelito de “libres”, dada la frecuencia con que los idealistas de la revolución empezaron a ser enviados a prisiones secretas o ejecutados en procesos amañados, dando paso como inquilinos otros más proletarios que ellos.

Esa vida regida por el absurdo –rasero de gradación del terror generalizado– tocó respirar a una hija de la burguesía judía de Praga: Heda Margolius Kovály, que, tras sobrevivir al infierno de los campos nazis, vio su país convertido de nuevo en presa de otra alimaña gobernada por los mismos instintos de crueldad, fanatismo, utopismo cutre y envidia de lo noble que Hitler. Lo comprobó en sus carnes cuando su marido, alto funcionario de la Checoslovaquia roja, fue detenido, confinado, torturado y ajusticiado, simplemente por la cíclica apetencia de hacer “limpieza” en las alturas, obsesiva en los regímenes de este corte.

Después, le tocó apechar con el ostracismo social, con las medidas previstas para que las viudas e hijos de los “traidores” murieran de hambre o por falta de asistencia médica, o se suicidaran. Todo, calculado al dedillo y con frialdad extrema por el partido único. Su columna vertebral: los conserjes, alerta las veinticuatro horas, no se les fuese a pasar delatar por poco proletario a algún vecino…

Escuchar sonar el timbre y abrir la puerta podía resultar letal en un país en el que, de continuo, todos vigilaban a todos mientras, con impostada sonrisa, aplaudían la imposición de medallas a las vacas cuyas ubres daban más leche.

Si bien inclinada hacia quienes habían derrotado a los culpables de la eliminación de su familia, Heda nunca se sintió del todo persuadida de la bondad de los liberadores. Ingresó en el partido por seguir a su esposo. Y pertenecía a una generación perdida. Aun a toro tan pasado, resulta estremecedora su reflexión acerca de una de las razones decisivas para que muchos diesen tan desafortunado paso: “Encerrados tras las alambradas, desposeídos de todos los derechos, incluso del derecho a la vida, habíamos dejado de considerar la libertad como algo natural y evidente. Poco a poco, la idea de la libertad como un derecho fundamental se desdibujó”. Tras haber quedado reducidos por el poder nazi a seres cuya vida valía menos que la del ganado, muchos se dijeron: “Si con el propósito de construir una nueva sociedad es necesario que renuncie a mi propia libertad durante un tiempo… estoy dispuesto”.

Y se equivocaron, cayendo de cabeza en una segunda versión de la pesadilla. Por lo que de irracional las preside, las anécdotas evocadas por Heda Margolius inducen, a veces, a la carcajada… hasta repararse en que lo leído fue real y configuró el sinvivir cotidiano de seres humanos condenados a habitar en el reino del miedo. Entonces, la risa se corta y se alza el vello. Esto duró, para Heda y muchísimos otros, desde 1941 hasta muy pasada la Primavera de Praga de 1968. Su historia se titula Bajo una estrella cruel, y ha sido publicada por Libros del Asteroide. Léanlo. Bueno, lean los dos.
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La Gaceta 

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