lunes, 14 de octubre de 2013

XC Festival de Chinchón. La prueba de que aquí hay que montar otro Ceret


Chinchón, 2013


José Ramón Márquez
Otro año más a Chinchón, al festival a beneficio de las Clarisas. Este año se cumple la XC edición de este festival que pone punto final a nuestra particular temporada taurina; en él repiten dos de los matadores del año pasado, Eduardo Gallo y Daniel Luque, acompañados en el cartel por los matadores de toros Fernando Robleño, Javier Castaño y David Mora, y por los novilleros Juan Miguel Benito y Álvaro Lorenzo en una amable tarde adobada con los novillos de Zacarías Moreno, que cuando lidia en Chinchón figura como ganadero de Chinchón y cuando lidia en Morata se anuncia como ganadero morateño. Cosas del márketing.

Los bichos que soltó Zacarías, con una desesperante falta de fuerzas, estuvieron en general en el registro de más tontos que Pichote. Los pobres demostraron a las claras una ignorancia supina sobre para qué servían las escasas fuerzas que tenían y para qué servían esa especie de platanitos que ornaban sus sienes. A cambio recibieron las zalemas de sus matadores ordenando a los picadores que no cumpliesen su labor, pidiendo al palco que sacase el pañuelo a toda mecha, o cambiando el tercio con una sola pasada en banderillas. 

Tampoco es como para ponerse exquisito, que estamos en Chinchón y no en Sevilla, en el festival de las Clarisas y no en San Isidro. Tan sólo se picó adecuadamente el segundo, lo hizo Tito Sandoval, que provocó la venida de la res, echó el palo y agarró un puyazo en buen sitio que hizo sangrar al toro sin derrengarlo: ese puyazo mejoró netamente las condiciones del toro. Lo que es hacer las cosas bien.

Con el material de Zacarías, el hierro de la zeta y la corona, podría haber reaparecido Curro Romero, porque la bondad franciscana y la abundiez de las entendederas de los cornúpetas iban parejas a la bondad de los fines de la convocatoria. Ni un mal gesto, ni una mala idea, ni una mirada aviesa; y si la deficiente colocación o remate de los pases dejaba al torero descubierto, el Zacarías amagaba un poco para que el coleta viese por dónde podía ser y le diese tiempo a apartarse, no fuese a haber una desgracia. El único que sacó un poco más de fuerza y de enjundia, sin ser ni mucho menos un Leviatán, fue el último, un jabonero que manifestó bastante más interés en el caballo que el resto de sus congéneres y con una embestida menos bobalicona que el resto del encierro.

Con ese material ahí estaba Robleño, que viene de su particular Armagedon de cada año, y Castaño, que también se las ha visto con corridas la mar de serias. Robleño se cortó con el estoque al entrar a matar y Castaño no se cortó de matar fatal. Ninguno de los dos acabó de decir nada en voz alta porque ambos son toreros que precisan de mayor y mejor enemigo enfrente.

De los demás vino una terrible, apabullante, demostración de la neotauromaquia de la pata escondida, de la pérdida de pasos, del toreo en paralelo, de la contemporánea subordinación de las reglas del toreo a una inexistente estética ausente por completo de la más mínima ética. Luque hizo sus monerías con el capote, y menudo capote que lleva el gachó; Gallo hizo sus pillas pollerías con las que lleva años sin llegar a sitio alguno; David Mora al menos se dio cuenta de que tenía que sacar el novillo hacia los medios, que en el tercio se le rajaría como habían hecho los tres primeros, y allí hizo lo que todos los demás, solo que con más ligazón y oficio que el resto. Lo de los novilleros es penoso, porque el retorcimiento, la falta de naturalidad, la falta de verdad y de compromiso incluso con ganado tan bonancible como el que tuvieron hoy a su disposición demuestra bien a las claras que no tienen nada que decir, ni personalidad alguna que mostrar en la plaza, que no hacen falta alguna y que lo mismo que están podrían no estar.

Así que el nonagésimo festival de Chinchón sirvió para mostrar cómo en una disección magistral los males que aquejan al espectáculo de los toros, el adocenamiento de los toreros, la falta de vigor de los toros, la falta de una decidida acción publicitaria que haga que se quede gente en la calle sin billetes en uno de los escenarios más hermosos que se pueden concebir, la innecesaria presencia de la televisión, la ausencia de las autoridades autonómicas, que se dedican a marcar vergonzantemente distancia con este espectáculo cada vez más ninguneado desde dentro y desde fuera. A cambio de toda esa nada, la magnífica entrada que se registró, con un público estupefacto ante la blandenguería del ganado y la presencia en un balcón, sin complejo alguno, de una Infanta de España.

Imaginemos en este escenario único una novillada fuerte y encastada. Imaginemos un Ceret chinchonero de respeto y enaltecimiento del toro a la vera de Madrid. ¿Por qué no puede ser?

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