Rubén Sanz, en 1984, entre Paquirri y Galloso
Rubén Sanz es un matador que puede dar en cualquier momento la sorpresa y, por la calidad de su toreo, uno de los que más aire fresco se encuentran en posición de aportar a un escalafón lleno de espléndidos toreros, pero en el que la ausencia de novedades aventadoras de entusiasmos empieza a resultar un tanto fatigosa, por no decir que preocupante.
CONFIRMAR EN MADRID
Por Joaquín Albaicín - Escritor y aficionado
Muy a menudo he soñado y sueño con mi abuelo toreando, a modo –imagino- de gratificación del Destino por no haberme concedido la dicha de presenciar sus paseíllos y faenas en los ruedos… Un pesar –asumo- no exclusivo mío, sino de todos los nietos de toreros. Cierta noche, cosas de los sueños, le vi en la arena, con el vestido de la alternativa, pegando una especie de lasernina… ¡a un caballo! Cosas, ya digo, del mundo onírico.
Pero también de internet. Porque el otro día, abro el Facebook y me encuentro con la foto de un torero que, a guisa de entrenamiento, está pegando un natural a un corcel blanco. Abro bien los ojos, me fijo mejor… No sólo no se trata de un montaje, sino que el caballo mete la cara como los buenos de Cuvillo y, además, resulta que –atribúyanlo a ese imán que uno siempre ha poseído para visionarios y majaretas- conozco al torero. El autor del –por lo demás, ortodoxísimo- muletazo es no otro que Rubén Sanz, el espada nacido a pocos kilómetros de las gloriosas ruinas de Numancia y que ha generado en torno a él, en no mucho tiempo, una inconfundible aura de torero de culto. Y no únicamente porque, a fuerza de torear poco y ser visto por escasos públicos, la disminución del número de festejos haya tornado más fácil para todos eso de merecer adosarse la vitola de torero de culto, sino por la solera y la personalidad y el sello atesorados por sus toreros procederes.
Rubén Sanz es un matador que puede dar en cualquier momento la sorpresa y, por la calidad de su toreo, uno de los que más aire fresco se encuentran en posición de aportar a un escalafón lleno de espléndidos toreros, pero en el que la ausencia de novedades aventadoras de entusiasmos empieza a resultar un tanto fatigosa, por no decir que preocupante. La composición de los carteles feriales viene desde hace ya un tiempo siendo bastante más que previsible y el aficionado principia a sentirse invadido por el hastío propio de quien no vislumbra lugar aparente para la renovación del escalafón –nacida, por ley natural, de la pugna entre las figuras y quienes aspiran a serlo- ni razón para la rivalidad entre coletas que ya han hecho el paseíllo juntos cosa de trescientas tardes.
Formado con novilladas serias, con ya unas pocas temporadas de alternativa a las espaldas y tras haber triunfado casi en todas las tardes en que se ha vestido de luces desde su doctorado, le creo en el momento óptimo para confirmar en Madrid y pasar después el examen de Sevilla, de Valencia, de Córdoba, de Alicante, de El Puerto, de Salamanca… No está el toreo –pienso- para dejar que se pase el arroz a los buenos toreros que pueden garantizar su vibración y continuidad.
Hay que confirmar en Madrid. Lo impone el rito. ¡Qué menos que los toreros no se queden atrás en ese sentido, cuando la otra noche confirmó en la Corte –al menos para mí, que no le había visto antes- un cantaor! La plaza: Casa Patas, en el séptimo u octavo cartel del ciclo de cante coordinado los fines de semana por Antonio Benamargo. En Casa Patas fue, decíamos, donde los bordonazos y floreos de la guitarra de Manuel Parrilla nos transportaron a los días de la Edad de Platino del Toreo en que Manuel Díaz Lavi, natural del Rincón de Cádiz y uno de los primeros toreros gitanos de que se acusa noticia, se medía en las arenas con Lagartijo y Frascuelo! Con el mismo sobrenombre y jerezano, Miguel Lavi -entre el público: Antonio Maya, Carmen Linares, Dominique Abel…- mostró con quemazón y –sobre todo- un irreprochable y depuradísimo temple sus cartas por siguiriyas, bulerías por soleá y fandangos, acordándose de Caracol y El Gloria y destapándose como una voz tan añeja como novedosa, presta a pelear por la nombradía y los dineros del flamenco.
Es de esperar que esta temporada –última o esperemos que, como mucho, antepenúltima de la crisis- también la voz cantante en la muleta y la capa de Rubén Sanz se persone en los Madriles para entonar su do de pecho ante la afición que, sí, oye de él pero, de momento, no le ha visto.
Ojalá sea así.
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