sábado, 28 de diciembre de 2013

Salvados / Por Ignacio Ruiz Quintano


Bibí

El caso es que en Lerma mil euros de la santa infancia no torcieron el brazo a la España de Trento, que dio el festival, y un destacamento antitaurino hubo de desplazarse a la ciudad ducal para “increpar e insultar a la gente que compraba las entradas”, por lo que el torero retirado Ramos comenzó con ellos “un forcejeo de manos” que ahora le ha costado un multazo judicial

Salvados

Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En un país donde, oficialmente, “abortar es como ponerse tetas” (Bibiana, y Aído, no Fernández), unos escolares del Campo de Cariñena reunieron mil euros, quitándoselo, se supone, de su material escolar, para arrancar de las garras de Joselillo los toros de un festival en Lerma para la restauración del santuario de San Pedro Regalado en La Aguilera, de las monjas Iesu Communio.

Este fogonazo de compasión schopenhaueriana (“Oh my darling Clementine”) no se veía aquí desde los días en que Pablo VI, siendo arzobispo de Milán, envió un telegrama personal a Franco para que no se fusilara (?) a Conill, un estudiante acusado de poner bombas en Barcelona que había sido condenado, no a muerte, como exagerara la prensa italiana en que abrevaba Montini, sino a treinta años.

El caso es que en Lerma mil euros de la santa infancia no torcieron el brazo a la España de Trento, que dio el festival, y un destacamento antitaurino hubo de desplazarse a la ciudad ducal para “increpar e insultar a la gente que compraba las entradas”, por lo que el torero retirado Ramos comenzó con ellos “un forcejeo de manos” que ahora le ha costado un multazo judicial.

Una vez, a la entrada de la plaza de Burgos, fui víctima del peñismo antitaurino. Protegidos por la policía, te llamaban “asesino” e “hijo de p…”, y entre concepto y concepto te lanzaban gargajos como tortillas francesas. Nada que ver, desde luego, con las flemas británicas en el recibimiento al asesino de Alcáser, y esas reporteritas que sólo acertaban a musitar palabras (“Es hipereducado y muy cachas”) por las que uno hubiera pagado en Burgos. 


Sin toros, el futuro del ocio estaría en el cine, aunque en Madrid no sé de ninguno con colas al que acudir a gritar lo que opino de quienes compran entradas para ver cine ministerial.

Sin toros y sin cine, como pretendamos ser salvados, sólo nos quedará el café Gijón y que nos muelan a versos de Marcos Ana y (más lúbricos) García Montero.

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