lunes, 3 de febrero de 2014

El Templo y el Sabio / Por Ignacio Ruiz Quintano








"...Dicen que con el Barça Luis Aragonés no renovó sólo porque en Madrid García se negó a liberar a Pepín Cabrales para que le hiciera compañía en Barcelona..." 

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

La Canina le ha quitado mucho a Luis Aragonés.

Como diría el Clint Eastwood crepuscular, le ha quitado todo lo que tenía y todo lo que podría tener.

Así, de entrada, le ha quitado el Carnaval de Cádiz, el Mundial de Brasil y el restreno de ese Bernabéu que Florentino Pérez promete destruir y reconstruir en tres años, que en el fútbol son como los tres días del evangelio de Juan (2, 13-22).

Cádiz le venía a Luis Aragonés por parte de Pepín Cabrales, y en Cádiz, en su casa de la calle del General Muñoz Arenilla, una Casa de Lúculo para emperadores romanos, a la pregunta de por qué aquel disparate de precios, mientras un cocinero salido de “Priscilla, Queen of the Desert” freía los Huevos de la Casa en el “wok” del chef Ken Hom, me contestó el Gitano Rubio:

–Yo le he ganado a los chinos a Luis Aragonés.

En Cádiz jugaba Cedrún, de quien Luis Aragonés se sabía (“¡Sabio de Hortaleza!”) los puntos débiles que Hugo Sánchez, delantero centro del Atlético, debía tocar en los córneres para provocar la expulsión del portero, que, en efecto, se produjo.

Dicen que con el Barça Luis Aragonés no renovó sólo porque en Madrid García se negó a liberar a Pepín Cabrales para que le hiciera compañía en Barcelona. 
   
 Luis fue el duro (un duro de dos afeitados diarios) de una época española y madrileña, de cuando la vida se ventilaba “entre hombres”, como en el patio de la penitenciaría, pero de frente. Luis, y en esto no ha tenido sucesor en España, fue siempre de frente, incluso con Raúl, lo que acabó costándole el sitio, porque prescindir de Raúl era como prescindir de Casillas.

–¡A mí no me van a ganar con caritas!

Pero el piperío tiene razones que la razón no entiende, y cobró su venganza de Aragonés por lo de Raúl (y de Mourinho por lo de Casillas).

A cambio de lo de Raúl, y en sus visitas con el Mallorca, Luis Aragonés había enseñado al Bernabéu las posibilidades de Eto’o, pero Valdano, que trabajaba por un Madrid más lírico, prefirió que el león africano rugiera en Barcelona. Para resarcir a la afición, en su regreso a la dirección deportiva, el vate argentino se presentó con Pedro León, y a Florentino Pérez ya no le quedó otro remedio que refundar el club sobre dos apuestas bernabeubianas: un estadio nuevo y un futbolista mítico.

Ese estadio nuevo pudo hacerlo Moneo, el mago del ladrillo, con un cubo como el del Prado en medio de la Castellana, con puertas arborescentes de Cristina Iglesias dotadas de bisagras movidas por ordenador.

¿Quién resiste un ladrillazo de Moneo? En San Sebastián le encargaron el Kursaal y Moneo les tapió el mar. Si le hubieran encargado el nuevo Bernabéu, Moneo nos tapiaría la Castellana, y hasta los piperos podrían hacer chascarrillos asociando los ladrillos de la fachada con el juego del Madrid.

Pero el nuevo Bernabéu será cosa de alemanes, que van a levantar un templo de titanio que es el Guggenheim pasado por la Puerta de Alcalá.


CONTRATAQUE Y TIQUITACA
Como buen castizo, Luis Aragonés hizo suyos los dos estilos del fútbol más opuestos, el contrataque, traído por Marcel Domingo, y el tiquitaca, traído por Johan Cruyff. El contrataque, para el Atlético, y para “la Roja” (esto sí, y para mal, lo inventó él), el tiquitaca, pero un tiquitaca español, fabril y manufacturero, el tiquitaca-jazzbandiano (con el negro Senna), un tiquitaca en cuya gran final sólo cabían tres futbolistas del Barcelona, Puyol, Xavi e Iniesta, previo a la gran desbolquización pancatalanista del Combinado Autonómico, fatalmente tibetanizado hoy por Xavi y sus cuentos de vieja tras el fuego.

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