martes, 18 de marzo de 2014

LA FIESTA DE LOS TOREROS / Por Antolín Castro




Feria de Fallas ¿A quién le importan los toros?
Corrida de Adolfo Martín; Rafaelillo, Robleño, Castaño

"...La gente, esa que va la plaza en mayor o menor cantidad cada día, va a ver a los toreros, los toros le importan un pimiento..."

LA FIESTA DE LOS TOREROS

Antolín Castro
No cabe ninguna duda, estamos en la época de los toreros. Así se pone de manifiesto cada día. La feria de Valencia, a la que le faltan todavía los días más fuertes, lo ha cantado plenamente.

La gente, esa que va la plaza en mayor o menor cantidad cada día, va a ver a los toreros, los toros le importan un pimiento. Desde hace muchísimo tiempo ese culto por el torero ha ido en aumento entre lo que se llama el gran público que, sin dudar, hay que llamar público menor. Así serían considerados en otra cualquier actividad a los que ignoran prácticamente todo de lo que van a ver.

Además, hoy, con los medios de los que disponen y usan los que tienen dinero para hacerse ese plus de promoción, se acercan más a los que ignoran la fiesta, mientras se alejan de los que de ella están enamorados. Lo importante es meter gente en la plaza y si de toros no saben nada pues muchísimo mejor.

En esta feria primera del año se ha escenificado como nunca esto que afirmamos. Los días en los que la fiesta se ofrece en los carteles con visos de ser más en plenitud, los aficionados acuden en minoría, mientras si en los carteles aparecen nombres de los que cualquier público ha oído hablar de ellos, aumentan los que pasan por taquilla. Y no es cuestión de elección, más bien de descarte, no acuden si no conocen al actor.

Por si fuera poco, se van celebrando los festejos, los normales, en los que hay toros y toreros anunciados, con una secuencia lógica y natural entre lo que sucede y se premia, para dar rienda suelta a una auténtica verbena si los actores de la obra son los superfamosos que todo el mundo conoce.

La metamorfosis se produce y lo que antes era seriedad se convierte en jolgorio y las exigencias propias de este espectáculo pasan a un tercer, un último nivel, para servir en bandeja el triunfo a sus amados ídolos. Los asistentes enloquecen con verlos triunfar sin atisbo alguno de exigencia o crítica a su proceder. Toreros y público son una misma cosa, como si durmieran en la misma cama. 

Y la plaza de Valencia, de primera la llaman, pasa a de tercera de un día para otro. Los aficionados, esos que vinieron cuando los toros eran otros y los espadas también, sufren en silencio la decadencia de la fiesta antes llamada de los toros y ven cómo tiene que presenciar otra llamada la fiesta de los toreros.

Lo peor es que taurinos, críticos y medios oculten esta división tan palpable, a sabiendas de que forman parte del mismo carro en el que va esta metamorfosis y quieren llevarse los últimos euros de vida que le quedan. 

Nada queda de aquello de que el toro pone a cada uno en su lugar, pues cada toro es distinto y juega en distinta liga, apoyado también por un público distinto. Y entre los glamurosos nombres de esta fiesta de los toreros no crean que va a salir alguno quejándose de la generosidad de esos públicos y esos presidentes.

Tal como se ve en los aforos, la fiesta de los toros es fruto del pasado, mientras que la fiesta de los toreros mantiene, de momento, el negocio del triunfalismo.

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