Sergio Ramos celebra el segundo gol marcado al Bayern de Münich / Helios de la Rubia (Real Madrid)
"..Valdría la pena recordar siempre el modo en que el Real Madrid de Carlo Ancelotti se ensañó con la potencia muniquesa del filósofo Guardiola, cuyo dogma de la santa posesión queda tan seriamente revisado en Europa como el geocentrismo..."
Roma vincit
- Es una primera mitad como para dar nombre a seis peñas, pero Xabi Alonso le pone un gemido triste con su amarilla, que le apea de Lisboa
Valdría la pena recordar siempre el modo en que el Real Madrid de Carlo Ancelotti se ensañó con la potencia muniquesa del filósofo Guardiola, cuyo dogma de la santa posesión queda tan seriamente revisado en Europa como el geocentrismo.
En el año 2767 desde la fundación de Roma, que equivale al 2014 del calendario gregoriano, el capricho de los dioses encomendó al Real Madrid la ardua misión de arrasar Germania. Debía vencer donde la historia le había humillado. Eliminar a los esquivos mineros del Schalke, a los jóvenes orgullosos de Dortmund. Y en una noche primaveral del mes cuarto, con todos los elementos en contra, la horda bárbara perfectamente alineada, la mofa de los conspiradores ya secándose en amarillento pergamino a la espera de ser difundida, el equipo blanco llevó a término su misión reduciendo a escombros los cimientos de Baviera, con ayuda de Marte, guiado por la cegadora astucia de Carlo Ancelotti, fecundo en ardides, y los poderosos muslos de un hispano y un lusitano, de tremolantes penachos, queridos por los dioses.
No hay palabras en la ancha paleta de las musas para describir la gloria de los vencedores ni el pesar de los vencidos, en especial el pesar de su primus inter pares: Pep Guardiola, de torva mirada y lengua silbante. La batalla comenzó como se esperaba, pero terminó antes de tiempo. El esquema de Ancelotti era tan previsible como eficaz: 4-4-2 en defensa que se desplegaba en fulminante 4-3-3 cuando el Madrid robaba y lanzaba el ataque. La principal novedad la representaba el trabajo defensivo de Bale, que corría hacia atrás sin reparo para ayudar a Carvajal a secar a Ribery, interpretando a la perfección el plan del mando: los atacantes defienden, los defensores atacan. Nada más y nada menos bordó el Madrid en una primera parte homérica que obró el milagro de un ninguneo histórico al Bayern en su campo.
Sabemos que, llegados hasta aquí, sin Décima no habrá paraíso ni memoria. Pero valdría la pena recordar siempre el modo en que el Real Madrid de Carlo Ancelotti se ensañó con la potencia muniquesa del filósofo Guardiola, cuyo dogma de la santa posesión queda tan seriamente revisado en Europa como el geocentrismo. Veremos si no es Beckenbauer el primero en prender la tea del sacrificio expiatorio, la quema del heresiarca.
El Bayern no tejió su rondo como en la ida. El partido nació a brincos, a cabezazos, a desconexiones nerviosas. Carlo y Pep ya estaban de pie en el minuto dos para tratar de atajar semejante espectáculo, tan indigno de una legión romana como de una horda bárbara con estudios. Enseguida Di María quiso emular la de Coentrao en el Bernabéu y sacó un centro desde la banda al que esta vez no llegó Karim. Bale voleó luego muy alto un rechace de Neuer que anunciaba cosas raras, inversiones de hegemonía, fallas paradigmáticas: un gol en Múnich. Y el gol no tardó, pasados unos rifirrafes pueriles entre Ribery, Carvajal yPepe que evidenciaban tanta ansiedad alemana como picaresca madridista. Recupera el Madrid, Cristiano toca de espuela, Benzema controla en la frontal, se la roban y es córner. Modric al lanzamiento. Coloca el balón en la curva fantasmal donde se aparecen los muertos. Y ahí estaba Ramos, agazapado. Se elevó con toda su raza, aplicando lo ensayado ante Osasuna, y la puso tan lejos de Neuer que todo pareció hecho. El sagitario de Camas inauguraba su noche colonial, insomnio de los niños bávaros que soñarán con la criatura mitológica que hundía imperios a cabezazos.
Los alemanes acusaron el golpe. Empezaron a pegar. Plantillazo escalofriante a Cristiano de Dante (faltaban Virgilio y Beatriz), signo elocuente de frustración. Ni siquiera tuvieron tiempo de hacer muchas más faltas. Di María cuelga otra falta al área y Ramos avanza el rostro con determinación caníbal. Segundo gol. El relincho del centauro apaga las gargantas. ¿No era este el que tiró aquel penalti hace dos años? Sí era, sí.
Es una primera mitad como para dar nombre a seis peñas, pero Xabi Alonso le pone un gemido triste con su amarilla, que le apea de Lisboa
El Bayern se dice bueno, al menos que no nos abronquen en el vestuario, y se pone a liar su trenza. Pero se acerca al área de Casillas con ademán romo de oficinista. Teme además perderla y que Cristiano repita el mano a mano contra Dante y Neuer que felizmente tiró fuera. Solo Robben, con su braceo rítmico de esquiador, concluye la labor de hilanderas teutonas con un disparo o un pase incisivo a Alaba que acaba en córner o en nada, que en el Bayern de Guardiola es lo mismo. La remontada nunca, nunca se llegó a mascar. El control de los de Ancelotti no ya sobre el partido sino sobre el mismo ánimo alemán resultaba inverosímil: recordaba a lo que nuestros mayores nos contaron sobre Di Stéfano.
Luka Modric empieza a destacar dentro de un grupo macizo, donde nadie acusa desconcentración. Coentrao y Carvajal no se han movido desde el partido de ida y contra ellos mueren las intentonas de los extremos muniqueses. Pepe se anticipa y corta todo, su estatura se agranda y estira ante los ojos de Müller y Mandzukic como un fotograma de Murnau. Por delante de él, el intrépido croata –Astérixsuperando pruebas– tiende con Xabi Alonso una red náutica que atrapa los balones como atunes, y conduce la salida del balón sin permitirse un pelotazo. La BBC corre y ensaya en secreto la obra maestra que consumará en el tercer gol: recupera Bale, cede a Di María, este a Karim, que devuelve a Bale (porque ya está allí Bale), que controla en ventaja y da tiempo a la incorporación de Ronaldo. Asistencia en el momento justo y récord histórico de goles del semidiós portugués. El estadio cruje como una civilización caduca. Pep bebe agua. Cristiano casi hace el cuarto en un disparo remoto ante la salida del portero. Solo el bote del balón salva a Neuer de repetir su manoteo histérico contra el piso de césped inmaculado, altar del fútbol verdadero revelado en Múnich: todos atacan, todos defienden.
Es una primera mitad como para dar nombre a seis peñas, pero Xabi Alonso le pone un gemido triste con su amarilla, que le apea de Lisboa. Él es el primero en procesarlo todo y se cubre la cara con las manos. ¿Por qué arriesgaste tanto en jugada tan intrascendente, oh profesor? Pues porque sin esa actitud no se habría llegado a Lisboa. Si hay gloria será tan suya como del que más. El Bayern se dedica entonces a lanzar los golpes del boxeador sonado. El partido se envisca en bronca y fingimiento. Neuer decide que a partir de ese momento él saldrá hasta la línea del horizonte si es preciso, y así logrará frustrar dos carreras francas de Cristiano y Di María. Ya no confía en sus centrales.
Guardiola deberá reconstruir pacientemente la identidad de su fútbol con el reguero de añicos que el Real Madrid ha dejado en su estadio
En la segunda el Madrid salta al campo sin creerse que el trabajo esté hecho. Eso enamora todavía a más a las mocitas, ya desorejadas para entonces. No ceja en la disciplina defensiva, pero encima sube líneas y se atreve a tocar en la cara del Bayern. Si uno se fijaba bien podía advertir en el círculo central el holograma de un testigo pasando de una mano roja a una blanca: el Madrid jugando como dueño y señor de Europa. Hasta Benzema persevera en la presión. En el 59 Casillas hace la primera parada del partido: un tiro vegetariano de Ribery. Enseguida responde el Madrid con una incursión de Bale por banda. Javi Martínez le da más profundidad a su acogotado equipo y Götze abre una grieta en el muro espaciotemporal levantado por Pepe para revolverse demasiado cerca de Iker y rematar alto. Si son los dos jugadores que más peligro han creado a lo largo de la eliminatoria, cuesta explicar que Pep no los ponga de inicio. Suponemos que la respuesta figurará con toda nitidez en un rollo de papel de arroz custodiado en un templo tibetano. Kroosempieza a descreer de la Idea y bordea la blasfemia con un disparo lejano. Nota inmediata en el cuaderno mental de Pep: “Kroos ha tirado. Programar análisis de orina. Sospecha de contaminación por atletismo”.
Mientras Ramos y Pepe torturan en el calabozo del área a Mandzukic y Müller, el Ayuntamiento de Madrid se prepara para inaugurar la cola oficial de desagravio al genio táctico de Don Carlo, inspirándose en la logística testada cuando lo de Suárez. El Madrid lleva 36 goles en la Liga de Campeones: nadie nunca llegó a esa marca. En el palco,Plácido y Florentino se cuchichean posibles arias al oído en previsión de los fastos imperiales.
Habrá alguna contra abortada más, algún esfuerzo melancólico por alzarse del rendido pabellón bávaro, algún grito de Cristiano conminando hasta el final, vamos Real. Y no hace falta que lo recuerde porque su equipo no se ha descompuesto nunca: ha sido un bloque que avanza, extenso y homogéneo como un rodillo. Las entradas de Isco y Casemiro prolongan el resuello donde lo dejaron los sustituidos. Los córners que saca el Bayern carecen de Ramos y de pascuas. El rostro de Neuer revela la magnitud del naufragio: del fondo de sus apolíneas facciones empieza a emerger un atónito Tom Hanks.
Entonces el árbitro pita una falta en la frontal. Cristiano toma carrerilla. Apuesta a que la barrera saltará. Y gana la apuesta. Cuarto gol y Pep abismándose en disertaciones con su vecino de banquillo, que de pronto le parece un extraño. ¿Quién es este hombre? ¿Qué hago yo aquí? ¿Quién era yo?
Guardiola deberá reconstruir pacientemente la identidad de su fútbol con el reguero de añicos que el Real Madrid ha dejado en su estadio. La civilización clásica, el glorioso fútbol de siempre, la sabiduría competitiva de la aristocracia se ha impuesto. Poetas e historiadores ya doblan la espalda sobre el pergamino para registrar la hazaña. Roma vincit.
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