viernes, 16 de mayo de 2014

7ª de la Feria de San Isidro.Ponce deja en lo alto su privilegiado pabellón / por J.A. del Moral



"...Como si un hubiera pasado el tiempo, tanto como hombre que como torero, cada año que pasa, Ponce se muestra más y más perfeccionado. Su impar, su inigualada e inigualable carrera es el milagro torero más grande que vieron los siglos que lleva sumados de existencia la Fiesta..."


Ponce deja en lo alto su privilegiado pabellón

por J.A. del Moral · 16/05/2014
Gran expectación y primer llenazo de la feria. Enrique Ponce volvió a estar magistral en su regreso a Las Ventas contra viento y marea. Con su flojísimo primer toro, el gran maestro solo pudo lucirse con el capote a la verónica. No valió para más. Pero con el cuarto cuajó una faena marca de la casa superando sobrado de valor y de inteligencia torera todas sus carencias y mejorando sus desclasadas embestidas. Perdió una valiosa oreja por fallar con los aceros. Muy desdibujado, sin sitio y sin alma Sebastián Castella, no fue capaz de aprovechar del todo el buen pitón izquierdo del quinto. Confirmó su alternativa David Galán que, siempre animoso, anduvo más entonado con el buen sexto toro que con el del doctorado aunque en ambos muy vulgar. La muy bien aunque desigualmente presentada corrida de Victoriano del Río no fue ni de lejos como la de Sevilla pese a salvarla en parte el quinto toro y los dos del lote de Galán.

Madrid. Plaza de Las Ventas. Jueves 15 de mayo de 2014. Séptima de feria. Tarde cálida sin viento y algo enmarañada con llenazo de no hay billetes.

Seis toros de Victoriano del Río, bien presentados aunque de pesos desiguales y de vario juego en gran parte deslucido. Poca fuerza el muy noble que abrió plaza. Muy a menos, tardo y soso el segundo. Noble y humillando embistió el tercero pero claudicó demasiado. Manejable sin clase alguna y nada fácil el cuarto. Noble y brioso por el pitón izquierdo el quinto. Bravo, encastado y noble el sexto.

Enrique Ponce (celeste y oro): Pinchazo, otro hondo y descabello, silencio. Pinchazo, estocada y tres descabellos, prolongada ovación con salida al tercio para saludar.
Sebastián Castella (lila y oro): Estocada trasera, silencio. Estocada, silencio.
Confirmó la alternativa David Galán (blanco y oro): Estocada muy trasera tendida y nueve descabellos, silencio. Pinchazo y estocada algo atravesada trasera tardando mucho en doblar el toro, ovación.


Cuando en Madrid se supo con seguridad que Enrique Ponce reaparecería en Las Ventas una vez comprobado que lo hizo en Sevilla tras su gravísima cornada de Valencia en gesto de verdadero figurón del toreo, de inmediato se agotaron las entradas para verle. Llevaba cinco años sin pisar la llamada primera plaza del mundo por propia voluntad y por un solo motivo: el mal trato que le dispensaron en sus últimas comparecencias pese a estar siempre muy por encima de los pésimos toros que le correspondieron. Su última tarde triunfal en Las Ventas – cortó tres orejas y salió a hombros – fue en la feria de 2002. También aquella vez acababa de reponerse de su primera cornada grave. La que recibió en la feria de Sevilla. El toro le atravesó el muslo y los que estábamos en la plaza no supimos de la importancia de la herida hasta comprobar que no salía de la enfermería a donde se fue caminando sin que le notáramos ningún gesto de dolor. Ponce le dijo a Manuel Caballero a pasar junto a él: “Prepárate porque vas a tener que matar mi segundo toro, llevo el muslo apuñalado de parte a parte”. La última vez que vino a Las Ventas fue el 2008.

Madrid ha sido muy importante para Ponce. Tanto, que aquí ya asombró de novillero – un niño que no llegaba a ver el ruedo desde el callejón porque era más bajito que la barrera –, y aquí se consagró como máxima figura del toreo en la corrida de Valdefresno que mató en la feria de 1996 cuando inmortalizó al ya famosísimo toro llamado “lironcito”. Lo que le hizo fue un equilibrado compendio de valor, de paciencia, de entereza, de inteligencia, de técnica y de arte, una vez superadas las imponentes dificultades que tuvo este animal de pavorosa cornamenta que incluso le cogió al comenzar su obra muletera. A pesar de la apoteosis ambiental que produjo el faenón, solo se le concedió una oreja porque la mayor parte de los 22.000 espectadores que se habían entusiasmado durante el trasteo, se agarraron a un descabello para guardar sus pañuelos blancos nada más sacar el suyo el presidente. O sea, que no pudo salir a hombros quien acababa de hacer historia poniendo en escena la piedra angular de su vida torera. Pero ahí quedó eso. Nadie se acuerda ahora de si cortó orejas o no. Pero de la faena a “lironcito” se hablará siempre. No pocos pensaron que ese hito sería muy difícil, dificilísimo de superar, pero se equivocaron de medio a medio. Ya llevaba protagonizando Ponce su década prodigiosa al matar bastante más de cien corridas por año cada temporada sin interrupciones en casi todas las plazas del mundo y triunfando en la mayoría. Ahí es nada… Nadie logró tal palmarés en la historia del toreo porque quien tenía el record de más de cien tardes por temporada había sido Joselito El Gallo que sumó tres. Algunos toreros y no pocos críticos se apresuraron a decir para ningunearle que lo más importante era la calidad, no la cantidad. Los toreros que no han sido capaces de hacer lo mismo ni de lejos, fue y sigue siendo porque no pudieron ni pueden. En absoluto porque no quisieron o no quieren. O sea, que lo de Gallito era una maravilla haberlo conseguido tres años y los de las diez campañas de Ponce una mera acumulación de festejos… Me da la risa cada vez que alguno se atreve a decir esto mismo. Ya veremos, si vivimos, cual de los grandes de la actualidad continúan tal y como está durando Ponce dentro de diez o de veinte temporadas…

Por mucho que en Las Ventas hayan intentado reventar al valenciano tantas veces por considerarle los partidarios de varios diestros de su tiempo, adorados en Madrid – sobre todo Cesar Rincón, Joselito Arroyo y José Tomás -, el principal sujeto a batir, lo cierto y verdad es que ni estos tres toreros ni sus acérrimos partidarios pudieron conseguirlo y que, al cabo del tiempo – 25 años consecutivos de alternativa en la cumbre del toreo – parecía estar escrito que algún día en Madrid se le rendiría el homenaje que nunca le dieron. Se lo debían aunque, cuando salió saludar ayer a la ovación que se le tributó después del paseíllo, no faltaron murmullos discrepantes de los que casi siempre pretendieron mortificarle. Bueno, al fin y al cabo fue algo que al gran torero le hizo recordar sus muchas tardes de juventud en Las Ventas. Ni siquiera le iba hacer falta ni triunfar porque eso dependerá de la suerte si es tan adversa como otras veces, y de sus aciertos o desaciertos con la espada. Le bastó a Enrique aparecer en la puerta de cuadrillas de Las Ventas y hacer el paseíllo vestido de luces con el celeste y oro que estrenó en Valencia la tarde de su último percance. Uno de esos vestidos con las mismas medidas y los mismos bordados que cuando tomó la alternativa en las Fallas de 1990 matando un toro de nombre premonitorio: “talentoso”.

Como si no hubiera pasado el tiempo, tanto como hombre que como torero, cada año que pasa, Ponce se muestra más y más perfeccionado. Su impar, su inigualada e inigualable carrera es el milagro torero más grande que vieron los siglos que lleva sumados de existencia la Fiesta.

Ayer tarde confirmó la alternativa al hijo de Antonio José Galán de nombre David. Yo vi a este niño por primera vez sin caballos una mañana en la plaza francesa de Bayona y su padre se acercó a mí para preguntarme qué me había parecido su hijo. Nos abrazamos porque fuimos amigos estando Antonio José en activo. Aquellos años en los que a menudo solía entrar a matar sin muleta como Fandiño lo hizo antier. La primera vez fue en los Sanfermines de Pamplona a un torazo de Miura y bajo un diluvio de tormenta universal. En la corrida vespertina del mismo día en Bayona, Oscar Chopera se acercó al burladero del callejón donde yo estaba y nos comunicó que Galán padre había sufrido un accidente mortal en el viaje de regreso. Se nos cayó el alma a los pies.

Como testigo de la confirmación del joven Galán, actuó Sebastián Castella a quien de siempre le fueron mejor las cosas en Madrid que en Sevilla. Acabamos de comprobarlo en la pasada feria. Ojala tengamos que rectificar. Desgraciadamente confirmó que anda con el sitio perdido.


Por apadrinar la confirmación de David Galán, Ponce actuó para empezar su actuación en segundo lugar. Un toro castaño listón, hondo y bien puesto. Suelto del capote de Ponce y muy corretón. A la tercera lo paró Enrique cuajando una tanda de verónicas excelentes, sobre todo las del pitón izquierdo. Muy noble pareció el toro por ese pitón. Precioso el recorte para dejarlo ante el caballo. Descolocado el picador, chocó el toro con el peto y perdió las manos, midiéndosele el castigo después como era debido por mucho que protestaran los del 7. Sebastián Castella quitó con el capote por detrás rematando por arriba. Bien Mariano de la Viña y Emilio Fernández en palos. Devolución de trastos y largas palabras del toricantano a su padrino. Brindó Enrique a su amigo, el Nobel Mario Vargas Llosa. Empezó la faena por bajo con la derecha, cambio, de la firma y de pecho. Con la derecha muleteó a media altura tratando de sostener al animal aunque sin lograr coser los muletazos por la dichosa falta de fuerza del burel. Muy tardo y soso el animal, Ponce se fue de donde estaba y volvió con la muleta en la mano izquierda con parecidos resultados y el sector contestatario de siempre ya a la contra. En vista de lo cual, decidió cortar por lo sano. Tras dos pinchazos, descabelló. Y las masas silenciaron su escueta labor.


El cuarto toro pesó casi 600 kilos. Un pavo el galán que salió echando las manos por delante y la cara arriba. Ponce no pudo lucirse como antes a la verónica. Fue bravo en el caballo en dos puyazos seguidos. Ponce quitó por verónicas tras el segundo y el toro no respondió mal. Se avivó en palos aunque persiguió poniendo en apuros a Jocho y a Emilio Fernández. Ponce brindó al público entre una gran ovación a sabiendas de que el toro apenas le iba a valer aunque seguro de que lo conseguiría. Y adrede, se llevó al toro bajo el tendido del 7 donde sucedió casi todo el trasteo. Los inició por bajo con la derecha y en redondo ligando los muletazos con el de pecho. Los alargó mucho y muy templados con cambio de mano ligado a un natural y al de pecho. Engarzó un molinete al natural y los siguió dando sin que el toro acabara de romper. Siempre bajo el tendido del 7 para que los que allí estaban pudieran verlo muy cerca. Hubo un momento que hasta se encaró antes de engarzar más redondos muy relajado pese al viento que le molestó repentinamente y, tras esperar a que amainara, los recetó a pies juntos. No se cansó Enrique para nada. Ayudados por bajo y más naturales a pies juntos con susto por un repentino extraño que le hizo el torancón. Lo curioso del caso es que los de 7 contemplaron la faena sin rechistar y algunos hasta se levantaron para aplaudirle. Mató de pinchazo y estocada ligeramente desprendida. Y como tardó mucho el toro en doblar, descabelló repetidamente perdiendo la oreja que había ganado con tanto o más mérito que hace días en Sevilla. La sabiduría en elegir el cómo y el cuando tocar al toro, en elegir las distancias adecuadas, las pausas debidas y los momentos exactos de entrar o de salir de cada ronda de muletazos, fue la causa de la magistral demostración. Y no importó tampoco como en Sevilla que no cortara ningún trofeo. Se llevó la admiración y el respeto de toda la plaza.


El castaño tercero fue increíblemente protestado pese a su trapío. Y es que pesaba 500 kilos. Increíble. Me acuerdo que en mi juventud era raro que salieran reses de más de media tonelada sobre los lomos y cuando salía uno con 500, la gente se asombraba. Vivir para ver. Delantales de Castella en el recibo con remate a pies juntos y gritos de “miau” del 7. Incorregibles sujetos. Y como este toro tampoco tuvo fuerza, empezó el tango que creció al perder el toro las patas en la suerte de varas. Pareció irse algo arriba en banderillas y metió la cara humillado en los capotazos de Javier Ambel. En los medios empezó la faena Castella refrendando que el animal no había mentido antes aunque continuó faltándole la fuerza. Por eso unos pases resultaron buenos y otros regulares o interrumpidos. E idéntico comportamiento en los naturales. Esta clase de reses no gustan nada al siempre impaciente público de Madrid. Estocada trasera de efectos rápidos. La corrida iba aún más rápida.

La lidia del quinto se vio con el público casi indiferente y con incesante ruido por el mucho hablar del gentío. No pasó nada especial con el capote y el toro cumplió sin más en varas. Javier Ambel y José Chacón sí que lograron que el público se fijara en ellos porque banderillearon muy bien. Tuvieron que saludar. Castella, espoleado por el renacido ambiente, brindó su faena estándar de toda la vida en los medios. Cambios, de pecho y naturales de muy variada factura con predomino de los largos aunque no del todo templados. Ansioso de triunfo pero sin centrarse. Quizá le perdieron los nervios. El toro había tenido veinte arrancadas muy buenas por el lado izquierdo y con tantos pases sin estructurar, terminó rajándose. Prolongó el trasteo con la mano derecha y mal. No era el pitón del toro. Le salvó en parte de la quema la estocada. Pero la impresión que dio Castella fue muy preocupante.

Para confirmar su alternativa, David Galán le cupo en suerte un primer toro burraco, noble en el capote – saludó con lances discretos – que derribó con estrépito en el primer encuentro con el caballo y nada más salir suelto volvió a arrancarse descabalgando al picador y sembrando cierto barullo. Pese a parecer tener fuerza, antes del segundo puyazo perdió las manos. Galán quitó con brevedad y Ponce apenas pudo dar una verónica en el suyo porque el animal perdió las manos de nuevo. Como siempre en Madrid con los toros blandos, empezaron las protestas. Ponce ejerció su padrinazgo con cariñoso rigor y el nuevo matador brindó la faena al público. Empezó con cambios en los medios con plausible buena intención y muy bien con la mano derecha. El toro le embistió con dulce largura. Bajó el inicial tono de la faena en la segunda tanda y el animal volvió a flaquear. Lo mismo al natural. Pero otra vez con la derecha, subió el diapasón. Terminó con manoletinas, dobles pases de pecho y una estocada muy trasera tendida. Tardó en doblar pese a la consabida rueda de los peones y se eternizó con el descabello.

Con el bravo y noble sexto, el mejor de la corrida, volvió a mostrarse animado y dispuesto. Y templado con la mano derecha en su faena de muleta aunque toreando como últimamente se ha puesto de moda. Muy doblado por la cintura, excesivamente agachado y echando al toro para fuera, por lo que el trasteo careció de estética. Así es como los nuevos quieren torear últimamente, emulando al que pretende mandar más que un emperador romano. David falló con los aceros.

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