domingo, 25 de mayo de 2014

Id por el mundo y predicad la Décima / Por Jorge Bustos


El Real Madrid levanta su décima Copa de Europa / Getty

"...No hubiera sido justo perder así. La segunda parte fue una sucesión de oleadas de fe blanca muriendo en la orilla de Courtois..."

Id por el mundo y predicad la Décima

  • El árbitro da cinco de prolongación. Cinco minutos separan a las masas neptunianas de su primera Liga de Campeones. Y entonces lo vi. Vi a Ramos. Y entonces creí.

Jorge Bustos
El balón sale del córner y dibuja una parábola suave. En el silencio crispado del fondo sur hemos oído el chasquido de la bota al golpearlo. Es una parábola larga como el horizonte que parece que no va a cesar. Entonces lo veo. Veo a Ramoselevarse como una marioneta. Unos hilos invisibles tiran de él desde el cielo. Veo los hilos y veo a Ramos ascendiendo. Lo veo. Y veo que la puede tocar. Veo que la toca. Hay contacto, yo lo he visto. Lo siguiente que recuerdo es el balón cayendo dócilmente al lateral interno de la red. Nunca he abrazado a nadie como al señor canoso de la camiseta deHugo Sánchez a cuyo lado había sufrido durante 93 minutos exactos. Querré a ese aficionado toda mi vida, toda mi vida lo querré. Y cuando me encuentre en el lecho de muerte, ojalá que dentro de muchos años, la última persona que recordaré al irme de este bendito mundo será el aficionado canoso de la camiseta de Hugo Sánchez a mi izquierda. Y también el director de la películaReal, que resultó ser el padecedor de mi derecha.

No hubiera sido justo perder así. La segunda parte fue una sucesión de oleadas de fe blanca muriendo en la orilla de Courtois. Y había sido también la vergonzonería canchera de los jugadores de Simeoneabusando de la croqueta como si les fuera el premio Max en ello. Solo la contumacia gafe de Bale y la convalecencia clamorosa de Cristiano y la desconexión existencial de Karim habían evitado el empate hasta entonces. Pero la suntuosa BBC no ganó este partido, aunque en la prórroga el galés y el luso sacaron el orgullo y clavaron su gol inmisericorde sobre la nuca doblada del Atlético. Este partido –¡la Décima ya es Real!– lo ha ganado un regateador famélico llamadoÁngel Di María, que supera contrarios como si verdaderamente le fuera el pan en ello, y una raza quintaesenciada en sevillano de quien yaSófocles escribió: “¡Qué cosa terrible y maravillosa es Sergio Ramos!”

No hubiera sido justo perder así. La segunda parte fue una sucesión de oleadas de fe blanca muriendo en la orilla de Courtois

A la prórroga el fondo sur se fue rugiendo y ya no calló. Nos abrazábamos en los baños con la cremallera a medias, qué se le va hacer. El madridismo es así: tarda en calentarse, nunca podrá presentar frente a la aguerrida tribu india la batalla de los decibelios. Cuando cae el tifo sobre la grada blanca experimentamos un cierto agobio de invernadero, más que orgullo de haka amenazante. Hasta que se desencadena algo al borde de la tragedia que da paso a la épica y que desprecinta el furor y lo derrama por todo el estadio. Lo hizo Ramos y así debe reconocérsele en los anales. Ya tiene su Copa de Europa, y a fe que su nombre podría grabarlo en la plata el buril. Fue el primero en saltar al campo tras los porteros y lo primero que hizo fue pegar un pelotazo al aire, rabioso. Estuvo atento a las ayudas, inteligente en el corte y los errores en el desplazamiento largo del balón fueron veniales. Se dirigía a la grada para levantar al público. Y en el pitido final hizo el paseíllo ondeando su camiseta como blasón de conquistador.

Raras veces las finales son vibrantes, pero el tiempo reglamentario de esta había oscilado entre el tedio y la agonía. Los del Cholo no buscaban otra cosa porque no cambian lo que les va bien. Ancelottiamuralló el medio del campo, eligiendo a Khedira por Illarra para la reyerta previsible del círculo central. Modric podía así adelantarse para crear juego con alguna despreocupación. Pero la baja de Xabi Alonsose notaba a raudales. Faltaba criterio y cemento, dos virtudes que ninguno otro como el vasco reúnen en un solo pie. Di María al principio no quería alegrarse por banda porque sabía que tendría que doblar turno en las coberturas. Lo acabaría haciendo porque es tan delgado que se conoce que no se cansa y porque tiene unas pelotas que por mí puede recolocarse las veces que quiera.

Varane cumplió el desafío constante de las jugadas a balón parado del Atleti, y Carvajal se acalambró en la prórroga a fuerza de sellar las internadas rivales con celo y seriedad. ¿Será hora ya de que se señale la pobreza ofensiva del Atleti? Costa no parecía lesionado pero tampoco galopaba como esperaríamos de su terapia: fue sustituido al minuto nueve. Sin su pegada, un gol rojiblanco siempre y solo es el fruto de un tumulto aéreo. Y vaya por delante que la gesta de Simeone este año sigue intacta. Sencillamente no podían ganarle una Champions al Madrid. No lo permite el código de Hammurabi

Fruto de un tumulto aéreo, efectivamente, fue el gol de Godín. A Godín lo pones una tarde de controlador en Barajas y llenas los programas de sucesos durante dos años. Iker, que había hecho el calentamiento muy reconcentrado y oyendo el apoyo explícito de la afición, salió a por uvas, que es lo contrario de salir a por la Décima. Gol de Godín y cabreo general. Dos bengalas se prenden en el fondo norte, bengalas rojas de la decepción blanca donde parecía quemarse la paciencia del madridista.

Pero quedaba mucho. A mi lado se desgañitaba el clásico iniciador de cánticos, espécimen muy preciado en la zoología futbolera que se reconoce tanto por el oído como por el olfato: “¡Estamos todos aquííííí…!” Y no hay más remedio que seguirle.

Benzema y Bale empezaron a competir por ver quién se dejaba más balones atrás, y Khedira reincidía en la suerte del centro preventivo: ese que se ejecuta por si acaso alguien lo cabecea. El galés falló su primera en la suerte tan suya del punterazo con juanete, que a veces es el caño de la Copa del Rey y a veces la desesperación del mercado de valores. Cristiano inédito. Las escapadas de DiMa rebotaban en el colchón de rayas, pero el Madrid se iba asentando y del Atleti, en ataque, no cabía temer más que los córners godinescos. Ahora bien: al descanso se ve en los del Cholo la satisfacción del guión previsto. Esto lo podemos aguantar hasta el final, se decían.

Pedíamos cambios en el descanso. Mensaje de seis palabras de mi compadre Ángel del Riego: “Marcelo e Isco o la muerte”. Tardó en llegarle a Carletto, pues es sabido que en los estadios disminuye la cobertura, pero acabaría llegando. Y vaya si se notó. El partido moría en ataques de temperamento que mutaban gradualmente a actos de fe. Yo tiritaba no sé si de frío o de miedo según avanzaba la segunda mitad. La red de kevlar colchonera soportaba las acometidas de Di María, doblado esta vez por Marcelo, apoyado con malas intenciones por Isco, zancadilleado por Miranda cuando se marchaba. Avisaba de la maravilla que haría pasado el minuto cien a unos metros de mis atónitos ojos. Las faltas de Cristiano no tomaban altura y los córners botados por Modric o DiMa tampoco. Los minutos pasaban. La jornada de reflexión derivaba directamente hacia el existencialismo sartreano. El infierno eran los otros; en concreto, los indios aullando unánimes en la grada rival.

Sergio Ramos celebra el gol del empate / Getty

Aprieta el Madrid con esa fuerza agónica que es su seña de identidad más reconocible, la que más odian los adversarios. A medida que Bale encadenaba fallos juaneteros, con el Ibex hozando ya en el subsuelo, la angustia se extendía a mi alrededor. Yo trataba de desdoblarme, de sacarme de allí y estudiarme fríamente desde fuera como un personaje de Valle-Inclán, pero no podía: yo era uno de ellos. Yo era un madridista sufriendo como un cerdo. Un control de peonza mágica de Isco te devolvía la fe, y al rato una croqueta desaforada de Filipe Luis te la robaba. Caían los atléticos para perder tiempo como fulminados por drones invisibles. El árbitro da cinco de prolongación. Cinco minutos separan a las masas neptunianas de su primera Liga de Campeones.

Y entonces lo vi. Vi a Ramos. Y entonces creí.

De la locura desatada en la segunda parte de la prórroga queda la explicación puramente literaria del relato blanco. El rey de Europa divisó el trono vacío, llamándole con voz dulce de mujer, y se lanzó a ocuparlo sobre los cadáveres de sus enemigos caídos. Di María imaginó un cálido albergue al final de una pista de nieve virgen y bajó por ella en slalom dejando defensas rayados (y rallados) detrás hasta plantarse ante Courtois y tirarle hasta los bastones. El balón sale repelido de la manopla del belga y allí, trotando por la campiña, aparece un galés arrepentido de sus pecados, la frente por delante. Gol. Ego te absolvo, Gareth.

El Atleti terminó de desmoronarse y el Madrid no tuvo piedad. Además es que se veía que no habría piedad para los vencidos. Primero Marcelo y después Cristiano, para delirio de la representación local, acabaron de asaetear al san sebastián del Manzanares que creíamos curado de pupas. Ronaldo premió a la posteridad con la escultura imperial de su torso, en el que vislumbré una pequeña pantalla biónica que rezaba: 17 goles. El Cholo enloqueció entonces de dolor y se arrojó al campo. Todos creíamos que era Jimmy Jump de luto.

En el principio, bravos atléticos, era el Real Madrid. Y el Real Madrid estaba con la Champions, y el Real Madrid era la Champions. Ella estaba en el principio con el Madrid. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe en el fútbol de clubes. En ella estaba la vida, que es la Décima, y la Décima era la luz de los hombres blancos, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron.

Ahora id y contad lo que habéis visto en Lisboa. Predicad la buena nueva de que el rey de Europa ha vuelto.

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