domingo, 11 de mayo de 2014

Un espectáculo, un ídolo, un héroe / por Antonio Lorca


El torero Juan José Padilla en la faena con la muleta a su primer toro, de la ganadería de Torrestrella, en la quinta corrida de toros de la Feria de Abril. / JULIO MUÑOZ (EFE
"...Padilla lo da todo y todo se le devuelve con creces. La plaza entera se alborotó cuando el torero cruzó el diámetro del ruedo para esperar a su primero de rodillas en los medios, y siguió vitoreándolo hasta la apoteósica vuelta al ruedo..."

Un espectáculo, un ídolo, un héroe
  • Atiende por Juan José Padilla y es el torero de moda, aquel que ha sido capaz de convertir su desgracia en un pasaporte para la gloria
Antonio Lorca / El País
Un espectáculo, un ídolo, un héroe. Atiende por Juan José Padilla y es el torero de moda, aquel que ha sido capaz de convertir su desgracia en un pasaporte para la gloria. En la Maestranza, —que tampoco se llenó—, transformada, eso sí, en una plaza de segunda, y arropado por un público tan fiel y cariñoso como bullanguero, fue el protagonista absoluto. Y se ganó una oreja porque llegó dispuesto a robarla si fuera necesario; y triunfó porque demostró mentalidad de ganador. Del mismo modo que El Cordobés se presentó alicaído, frío y desmotivado y pasó de puntillas entre el enfado de sus seguidores; y al igual que El Fandi, voluntarioso siempre, pero que ejecuta un toreo tan basto y epidérmico que no divierte ni a los suyos.

Padilla lo da todo y todo se le devuelve con creces. La plaza entera se alborotó cuando el torero cruzó el diámetro del ruedo para esperar a su primero de rodillas en los medios, y siguió vitoreándolo hasta la apoteósica vuelta al ruedo. Recibió al toro con una larga cambiada, otra en el tercio, dos verónicas a pies juntos de buen trazo, una chicuelina y una larga, todo ello sin solución de continuidad y entre la alegría desbordante del gentío. Banderilleó con facilidad y acierto, y volvió a hincar las rodillas en el inicio de la faena de muleta. A partir de ese punto, el asunto cambió; primero, porque el toro, reventado de tanto entusiasmo, se aplomó, y, segundo, porque Padilla es dado a la engañifa, y no se cruza, desvía la embestida hacia fuera y no es un artífice del temple. Mató, es verdad, de una gran estocada tras un pinchazo, y la vuelta fue merecida. Destacó más ante el manso encastado que hizo quinto, al que toreó muy bien a la verónica, lo llevó al caballo con un vistoso galleo con el capote a la espalda, se esmeró en las banderillas, y la movilidad del animal hizo brillar su irregular faena de muleta. Mató bien otra vez y la oreja la paseó entre los vítores entusiastas de la multitud.

He ahí un héroe, Un personaje de una entereza ejemplar. Un hombre de una pieza. No ha sido nunca ni será un torero exquisito, pero ahí está, entre los primeros. Ha perdido visión, pero ha ganado inteligencia y hambre de triunfo, empujado por una milagrosa fuerza de voluntad.

Y después de Padilla, naide. Después, del ciclón impetuoso de este torero, todo supo a poco. El Cordobés no tardó ni un minuto en decir a todo el mundo que no estaba pa ná. Veroniqueó a su primero al revés de cómo manda la ley: dando un paso atrás en cada envite y echando fuera la embestida. El toro se hundió pronto por su falta de casta, y el torero abrevió con la derrota dibujada en el rostro. Y no mejoró en el otro. ¡Cuando uno tiene un mal día…! Dejó la lidia en manos de su subalterno Caricol, permitió que le pegaran fuerte en el caballo, y el toro llegó hundido a la muleta. El Cordobés, con cara de pocos amigos, se limitó a matarlo, y adiós muy buenas.

Y por El Fandi es que no pasan los años. Sigue siendo un atleta y un mal torero. Torea con unas prisas incomprensibles; pone banderillas como si estuviera en una carrera de velocidad y siempre a todo pasado, y con la muleta en la mano es un dolor. Sus dos toros embistieron con nobleza y recorrido, veroniqueó bien al sexto, dio muchos pases insulsos, y ni sus partidarios jalearon los muletazos. Cómo sería la cosa que algunos pidieron la oreja a la muerte del tercero y, ante la negativa del presidente, ni siquiera ovacionaron a su ídolo. Ver para creer…

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