martes, 29 de julio de 2014

Colombia taurina / Por: Alcalino


Pepe Cáceres


De Pepe Cáceres ha escrito José Alameda: “Su verónica, de un clasicismo impecable, pudo quedar de modelo en la más exigente academia del arte taurino” 

  • De César Rincón, frescas aún las huellas de su esplendor y relativamente reciente su retirada, baste recordar que ha sido el único matador, en la dilatada historia de la primera plaza del mundo, que descerrajó en cuatro actuaciones consecutivas la puerta de Madrid, durante la memorable campaña del 91 
Colombia taurina


En México nos quejamos del trato que se dispensa a nuestros toreros en España. No reparamos, sin embargo, que, de cara a las tauromaquias de otros países americanos, entre nosotros tampoco priva precisamente la justicia sobre el ninguneo, por más que no deje de reconocerse y jalearse en momentos puntuales a ciertos valores de esas naciones hermanas cuando son tan evidentes que nadie en el peculiar planeta Tauro osaría ignorarlos. Casos paradigmáticos en este sentido han sido los dos Césares grandes del toreo: Girón y Rincón, venezolano y colombiano respectivamente.

Desde Bogotá hasta el mar. Desde las tierras altas de Santa Fe de Bogotá, el toreo baja por verdes serranías y dilatados recodos boscosos hasta el mar Caribe. Colombia tiene cerca de cien cosos taurinos en activo y algunas de las ferias más importantes de América (Cali, Medellín, Manizales, la temporada invernal de Bogotá…). Además, ha sido cuna de más de un centenar de matadores, entre los cuales sobresalen nítidamente los nombres de Pepe Cáceres (José Humberto Eslava Cáceres: Honda, 1935Sogamoso, 1987) y Julio César Rincón Ramírez (Bogotá, 1965).

Dos clásicos intemporales. Pepe Cáceres tomó la alternativa en Sevilla de manos de Antonio Bienvenida (30.09.56). Y fue, durante décadas, capitán general del toreo colombiano, de lo cual tuvimos buena constancia en México entre los años 60’s y 70’s. Tan a pecho tomó esa condición que, con la vida resuelta y un hierro ganadero al alza, se siguió sintiendo torero hasta el último día, cuando con más de 50 años a cuestas y vestido de salmón y oro, se inmoló a las astas de “Monín”, de San Esteban de Ovejas, en una de las corridas de la veraniega feria de Sogamoso –departamento de Bocayá, centro–oriente del país–. Herido de muerte el 20 de julio de 1987, sobrevivió hasta el 16 de agosto, dejando una huella indeleble en la historia universal de la tauromaquia.

De Pepe Cáceres ha escrito José Alameda: “Su verónica, de un clasicismo impecable, pudo quedar de modelo en la más exigente academia del arte taurino” (El hilo del toreo, p. 252).

De César Rincón, frescas aún las huellas de su esplendor y relativamente reciente su retirada, baste recordar que ha sido el único matador, en la dilatada historia de la primera plaza del mundo, que descerrajó en cuatro actuaciones consecutivas la puerta de Madrid, durante la memorable campaña del 91 que lo entronizó como figura indiscutible de la Fiesta. Después de Arruza, su trayectoria en cosos hispanos ha sido la más trascendente de un torero nacido en nuestro continente.

Rincón, un César conquistador de todo el orbe taurino, primerísima figura durante tres lustros, orgullo de Colombia y de América.

Mexicanos en Colombia. A despecho del deplorable dominio colonialista ejercido regularmente en Sudamérica por las casas empresariales españolas, la torería azteca ha podido abrirse paso por aquellos cosos en épocas diversas. Venezuela y Ecuador fueron teatro de frecuentes triunfos de toreros mexicanos, desde los Armilla, Liceaga, Silverio, Velázquez o Procuna hasta los Huerta, Leal, Martínez, Cavazos, Rivera y Ramos. En cambio, Perú y Colombia fueron siempre más resistentes a la presencia de nuestros toreros, aunque Luis Procuna haya sido el primer ganador del trofeo del Señor de los Milagros, en Lima, y el guanajuatense David Liceaga sostuviese hasta el final de sus días que uno de los mayores éxitos de su vida ocurrió en Medellín, con Carlos Gardel en el tendido y una copiosa cena de enhorabuena que el Zorzal Criollo le ofreció la noche anterior a su trágica muerte, en junio de 1935.

De Arruza a Mariano. Durante el primer invierno de Manolete en América, el Monstruo y Arruza arrasaron en tres actuaciones consecutivas en la Santa María de Bogotá (abril de 1946). También actuaron en Colombia, con suerte diversa, las principales figuras mexicanas de la década del 50 –Calesero, Velázquez, Rafael Rodríguez, Córdoba, Juanito Silveti—, pero sería hasta finales de la década siguiente cuando los abanderados de la siguiente generación plantaron con fuerza su bandera, coincidiendo con la consolidación de la feria de Cali como la principal de América del Sur.

Antes, en agosto del 68, Manolo Martínez –que en el futuro iba a torear en Colombia más bien poco y con escasa fortuna– fue consagrado, en una cabeza a toda plana de El Espectador, como un torero eucarístico, tras una gran tarde en Bogotá, coincidente con el congreso de la CELAM, presidido por Paulo VI. Pero, en la década siguiente, serían los de Eloy Cavazos, Curro Rivera y Mariano Ramos los nombres mexicanos más sonoros y significativos, a tono con sus éxitos tanto en la plaza de Cañaveralejo como en Manizales y Medellín. Sobresale nítidamente una memorable corrida de Piedras Negras con la que triunfaron arrolladoramente Pepe Cáceres, Palomo Linares y, con tres orejas, un indulto y un rabo simbólico, el regiomontano Eloy Cavazos (Cali, 01.01.72).

Ese año, durante las ferias de enero y febrero, Curro Rivera arrasó en Manizales y Medellín. Y en 1977, Mariano Ramos sería señalado como autor de la mejor faena de la feria de Cali, a un toro de Tequisquiapan al que se le perdonó la vida debido a su infatigable bravura y nobleza.

Los toros colombianos. Aunque divisas clásicas como Aguas Vivas y Dosgutiérrez procedían del encastes hispanos francamente duros –Parladé, Campos Varela–, las ganaderías actuales son troncales de Núñez y Domecq, caso de Las Ventas del Espíritu Santo, el hierro de César Rincón.

Como sea, en los principales cosos de Colombia siempre gustó el toro con casta, edad y cuajo, y no han sido pocos los percances sufridos por ases iberos que, confiados en “hacer la América”, se encontraron allí con una realidad distinta. Paco Camino, Diego Puerta, Manuel Benítez, su hijo putativo –anunciado también como El Cordobés–, Ortega Cano y Sebastián Castella pueden dar fe, dolorosamente, de la casta y certeza al herir de las reses colombianas. Aunque tampoco hayan faltado Dominguines y Ordóñez, en su tiempo, o Ponces y Julis, en el nuestro, empeñados en imponer el medio toro, como admirablemente han reflejado en sabrosos textos Antonio Caballero y Víctor Diusabá, dos de los autores más señeros de actual literatura taurina en el mundo.

Agradecimiento. Hablando de escritores y cronistas eminentes, debo señalar mi gratitud hacia Guillermo Rodríguez, de Radio Caracol, de Bogotá, por su generosa mención al autor de esta columna, y la transcripción parcial que le mereció la del pasado 30 de junio. Como no es la única persona con quien me interesaría entablar fructíferos diálogos, remito a los lectores mi correo electrónico:hreiba@gmail.com.

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