lunes, 21 de julio de 2014

¡¡HUMILDAD, SEÑORES!! / Por Antolín Castro



El interés con el que se sigue la lidia es totalmente envidiable si hay humildad

"...Hay que ver al torero, y respetarle, como hacen en esas plazas, pero partiendo del toro que tiene delante. Sin el toro nada tiene importancia, nada es meritorio, sin toro simplemente es la nada. Por respetarlo todo, son plazas donde no se va a merendar, ni siquiera a comer pipas, se va a ver los TOROS, casi nada..."

¡¡HUMILDAD, SEÑORES!!


Antolín Castro
Tras celebrarse las ferias francesas de Cèret y Mont de Marsan en los últimos fines de semana (una vista en directo y los dos últimos festejos de la segunda por televisión), no puedo por menos que gritar ¡¡Humildad, señores!!

Mucha humildad hace falta para reconocer que son los aficionados franceses quienes de verdad aman la fiesta brava, quienes de verdad la exigen tal cual es, con el toro por delante. Un ejemplo visible el de dar al toro el protagonismo y a la lidia el sitio que nunca debió perder.

Añaden, además, respeto, mucho respeto por cuanto se hace en el ruedo y ello es posible porque se parte del respeto al toro y a partir de ahí viene todo lo demás. Al toro es al que hay que ver, verle salir íntegro y con trapío, dejar que muestre sus cualidades de bravura ante el caballo y durante el resto de la lidia. Todo un ejemplo de cómo hay que ir a la plaza a ver ‘los toros’. Así lo decimos todos ‘a los toros’, pero luego retorcemos la esencia para ir solo a ver a los toreros. Ese es el mal de la fiesta en España.

Hay que ver al torero, y respetarle, como hacen en esas plazas, pero partiendo del toro que tiene delante. Sin el toro nada tiene importancia, nada es meritorio, sin toro simplemente es la nada. Por respetarlo todo, son plazas donde no se va a merendar, ni siquiera a comer pipas, se va a ver los TOROS, casi nada.

Francia, sus aficionados, toman ventaja en la defensa de la Fiesta porque aman al toro, no lo quieren como compañero de baile de determinados toreros. Cèret marca la pauta en esto del toro, eligiendo ganaderías nada sospechosas de connivencia con el mundillo edulcorado de las figuras, y naturalmente esas figuras por allí no aparecen ni como aficionados. Si lo hicieran, sentirían vergüenza de ver cuán diferente es lo que allí sucede con lo que ellos hacen a diario para presumir. ¿Presumir de qué, de dinero quizá? Del resto, de toreros, de capaces, quienes presumen son los que se anuncian allí.

De Mont de Marsan, hemos visto por la tele las corridas de Victorino y Miura. Ante ellas seis toreros, de los que tres estuvieron en Cèret la semana antes. Aguilar se reafirmó, Urdiales remató en Mont lo que no pudo en Cèret y a Robleño le tocó al revés. Los tres mostraron, como sus compañeros, que son toreros para enfrentarse a toros, resolver los problemas que deben de plantear -de lo contrario no serían toros-, y dar rienda suelta a su torería y capacidad artística si ha lugar. De esta última también tuvimos gran ejemplo con Frascuelo en Cèret. Toreros a los que premian y repiten por méritos, como no se hace en España por existir un coto cerrado a cal y canto.

¡¡Humildad, señores!! para reconocer que la fiesta se nos ha ido de las manos en España, que estamos en un laberinto de dificilísima salida. Un grupo de privilegiados, toreros, ganaderos, empresarios y medios, han impuesto un modelo de fiesta que es una auténtica ruina, pura basura. Se ha llegado a tal extremo, que los tercios han desaparecido en aras de una cursileria supina ante un animal mortecino a la hora de la muleta. A todo eso, tan poquito, se le ha dado carta de naturaleza, siendo la prueba del crimen que con la Fiesta se comete a diario.

¡¡Humildad, señores!! para rectificar desde todos los ángulos, empezando por los medios, que son eso, medios, ya que no parecen enteros. Un daño irreparable que se manifiesta como daño cuando en Francia se puede ver lo que en España se hurta; y se manifiesta como irreparable si no se es capaz de rectificar en los últimos segundos que nos quedan antes de expirar. 

Lo que aquí, con lo que se ofrece, no interesa a los aficionados que no llenan plaza alguna, allá es todo lo contrario y se llena todo los días. ¿Hasta cuándo la ceguera? ¡¡Humildad, señores!! para ver con claridad que hemos perdido la batalla, el rumbo y hasta la vergüenza. O abandonamos el mirarnos el ombligo, a base de humildad y reconocimiento a los que lo hacen mejor, o estamos condenados a peregrinar para siempre a la vecina Francia.

En la falta de humildad, señores, está nuestro mayor castigo. 


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