lunes, 28 de julio de 2014

PRECISIONES NECESARIAS / por Antolín Castro


Que salga el toro, ese es el principio de esto, luego vendrá todo lo demás

PRECISIONES NECESARIAS
  • Exijo la verdad y la pureza del torero y siendo difícil administrar ese ejercicio con el toro duro, que invita al regate, también es posible hacerlo cuando se es torero auténtico
Antolín Castro 
España
La pasada semana me descolgué con un artículo en el que gritaba '¡Humildad, señores!'. Los festejos presenciados en Francia me obligaban a recapacitar, y hacer que se recapacite, sobre la deriva de la fiesta en España. Para muchos pudo ser una simple defensa del torismo, de las corridas llamadas duras, de unos determinados encastes, de los toros imposibles como a otros les gusta llamar.

Nada de eso es verdad y por ello quiero hacer algunas precisiones. No se trataba de defender un tipo de toro, aunque es evidente que es mejor defender ese que no el otro que nos vienen administrando desde hace tiempo. También es obvio que con uno es más difícil ponerse bonito el torero que con el otro y que esto último gusta a determinada gente. Por todo ello, paso a precisar:

Soy adicto al arte de torear y a los toreros artistas, con una sola condición, que lo hagan delante de un toro o, me vale también, en festivales. Disfruto con el arte. Salimos de dudas si digo que Frascuelo llenó ese hueco y esa necesidad en el espacio que relaté, en su enfrentamiento con los toros de Felipe Bartolomé.

Exijo la verdad y la pureza del torero y siendo difícil administrar ese ejercicio con el toro duro, que invita al regate, también es posible hacerlo cuando se es torero auténtico. Proclamo que pude verlo claramente con Diego Urdiales y los victorinos en Mont de Marsan. 

Rafaelillo con los miuras representó esa otra faceta de las ganas de vencer en la pelea con el toro correoso y con peligro, saliendo triunfador de la esa 'guerra'. También eso es la lidia, el toreo. No necesariamente se necesitan o exigen toros intoreables, porque ese concepto de intoreable no existe, se quieren ver esos toros porque sí existe el de lidia y ésta existió mucho antes que lo que hoy llamamos artista.

Podríamos resumir que:

Se necesita, es imprescindible, que el toro sea el todopoderoso para así calibrar el poder del torero.

Se disfruta cuando el toro plantea los problemas propios de su raza y el torero ha de proceder a resolverlos.

Es preferible, y exigible, un toro que no de lástima, dando miedo dará sentido a la propia fiesta.

Es exigible el toro en plenitud y de no ser así que ofrezcan festivales para disfrutar del ballet sin que se produzca el fraude.

Con el toro de verdad y la exigencia y respeto de la afición francesa hay cabida para valorar a picadores y banderilleros, dejan de ser meros acompañantes del matador.

Claro que pueden gustar las figuras a todo el mundo, pero siempre que estén delante de un toro con poder y no con un ‘amigo’. No parece ejemplarizante que cuando se está delante de uno de ‘La Quinta’ se le olvide a El Juli, valga de ejemplo, el oficio y la técnica que atesora. Sucedió también en Mont aunque no lo viéramos por televisión. 

No es posible concentrarse cuando el torero es el que lleva la voz cantante sin oposición, ello produce tedio y aburrimiento en el aficionado al ser predecible casi todo cuanto ha de suceder.

Hechas estas precisiones al texto anterior, reitero que las sustanciales diferencias que se señalaron entre la fiesta en uno y otro lado de los Pirineos, se basan en la mayor exigencia del toro, del tercio de varas y consecuentemente de cuanto se hace durante una lidia completa y ordenada. Eso es lo que gana el respeto de la afición francesa. Utilizar la fiesta, y la lidia del toro, como un puro trámite pasajero para esperar al torero de turno con la franela es, cuando menos, una fiesta mutilada. Muy mutilada.

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