viernes, 5 de septiembre de 2014

Evocación de las Goyescas de Ronda con Antonio Ordóñez y de pocas más / por J.A. del Moral

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"...Aunque nunca se puede decir de esta agua no beberé, dudo que vuelva a la Goyesca de Ronda. Pero como llegadas estas fechas, es inevitable que los recuerdos de tantas goyescas rondeñas se amontonen en mi cabeza, escribo ahora sobre algunos entre los más importantes..."

Evocación de las Goyescas de Ronda con Antonio Ordóñez y de pocas más

J.A. del Moral · 05/09/2014
Asistí a muchas – no a todas desde que empezaron a celebrarse – hasta que Antonio Ordóñez se retiró en la Semana Grande de San Sebastián en 1971, ese año no la toreó, y a todas en las que actuó hasta la última en 1980 actuando mano a mano con su todavía yerno predilecto, Francisco Rivera “Paquirri”. Después de ésta, también a casi todas las que el maestro fue su organizador. En este casi, entraron casi todas las que siguió organizando hasta que murió, por cierto prematura y lamentablemente. Estando todavía vivo, la última que vi fue el día que Enrique Ponce la toreó por primera vez, tarde por cierto muy ingrata para mí. Y solamente volví dos veces más a Ronda para asistir a la alternativa de Cayetano Rivera y a la que hizo el número 2000 de Enrique Ponce. Aunque nunca se puede decir de esta agua no beberé, dudo que vuelva a la Goyesca de Ronda. Pero como llegadas estas fechas, es inevitable que los recuerdos de tantas goyescas rondeñas se amontonen en mi cabeza, escribo ahora sobre algunos entre los más importantes.


El primero es el de la primera goyesca que toreó Ordóñez después de retirado. Viví junto al maestro cuanto hizo hasta llegar el día. Al terminar la feria de Málaga que entonces se celebraba en la primera semana de agosto, Antonio me preguntó: “¿Te vas al Norte o prefieres ver como mato cincuenta toros a puerta cerrada? No dudé ni un segundo. Me quedé en Málaga para ver sus entrenamientos de cara a esa goyesca. Fue una experiencia excepcionalmente enriquecedora para mi formación como aficionado. Todavía ni me había planteado llegar a ser crítico. Ya tenía entonces mi primer coche, un mini Morris precioso pintado de azul Mahón con el techo blanco. Antonio y yo nos instalamos en el Hotel Atalaya Park a unos 20 kilómetros de la ibicenca plaza de toros de Estepona que fue en la que cada tarde mató dos reses a la misma hora que empezaría la goyesca, la cuatro en punto de la tarde. Tan temprana hora se debía a los terribles accesos por carretera que conducían a Ronda para que, en el regreso de los que iban desde afuera, tuvieran todavía luz solar. Subir y aun peor bajar desde San Pedro de Alcántara aquellos años era una temeridad. El viaje más cómodo y seguro para los que iban desde Madrid – fueron muchísimos de toda España y del extranjero – se hacía en el expreso de Algeciras.

Ya les contaré después como fueron aquellas noches de ida y vuelta en el tren. Antes de ir a Estepona desde el Atalaya al primer entrenamiento, Antonio me pidió que fuéramos en el mini. No supe el por qué de esta elección hasta que llegamos a la plaza de toros que era de su propiedad. “Deja el coche aquí”. Maestro, le contesté, aquí le va a dar el sol todo el tiempo”. Luego sabrás por qué… Una vez terminado el entrenamiento – fueron dos novillos – Antonio se puso un bañador, me pidió a mí que me pusiera otro y al entrar en el mini me dijo: “Este cochecito será nuestra sauna móvil todas las tardes, que a ti tampoco te vendrá mal…” Nunca sudé tanto durante tantas tardes seguidas. Pero además de sudar, en aquellos increíbles desplazamientos de ida y de vuelta saunera, ni soñando pensé que iba a aprender tantos secretos ni a descubrir tantos misterios del toreo.

Fueron las clases más lujosas de tauromaquia que jamás hubiera podido imaginar. Darían para un libro. Y algún día saldrán… Veinte tardes duró el entrenamiento solamente interrumpido algunos fines de semana que subimos a Ronda a descansar, otro muy al final que nos fuimos a la finca “Las 40” en la vega de Carmona y otra que Antonio fue solo a Madrid para encargarse el vestido goyesco en Fermín. La noche que dormimos en “Las 40”, nos quedamos solos junto a la piscina después de cenar y en un obscuro silencio de esos agosteños que solo interrumpen las chicharras, me atreví a preguntar: “Maestro, tu vas a reaparecer en serio…” No, me contestó, en absoluto. Solamente voy a torear dos festivales, uno en San Sebastián y otro en Bilbao justo cuatro días antes de la Goyesca. Ni una vez más hasta el año que viene…”

La preparación había sido realmente impresionante. Terminó matando toros serios y su puesta a punto fue espectacular. Rejuveneció quince años. Cómo se quedaría de delgado el rondeño que, al vestirse para torear la corrida, la calzona le venía grande y por eso salió de goyesco con dos colores, celeste y blanco con pasamanería negra. Actuó mano a mano con Antonio Bienvenida porque su cuñado Luís Miguel Dominguín convalecía de una inoportuna cornada y no pudo cumplir su contrato.

Decir expectación es muy poco. A Ronda llegaron aficionados y aficionadas de todo el mundo y digo de todo. Hasta del Japón. Y como el maestro mató cuatro toros – siempre en las goyescas regaló un sobrero – la demostración fue impresionante. Esta palabra tampoco puede definir lo que fue aquello. Una lección pluscuamperfecta y un delirio colectivo que jamás habíamos vivido los que allí estuvimos. Yo entonces ya escribía esporádicamente en un folleto salmantino y lo de esa tarde lo titulé “Quien quiera verlo, que vaya a Ronda”…

Y así fue hasta la goyesca de 1980. En ese expreso del que escribí antes, yo viaje y volví a Madrid tres veces. En los coches cama solo íbamos los taurinos. En el coche restaurant y en cuatro turnos, las cenas y las copas se agotaron durante el regreso. Y en los pasillos de cada vagón, todo el mundo toreando de salón….Durmiendo hasta Aranjuez, casi nadie. Entusiasmados, todos…

Un año no toreó el maestro por estar enfadado con el Alcalde de Ronda, su primo, Juan Arillo Ordñóñez. La causa del enfado fue el cambio de fecha de la goyesca. Antonio la hizo coincidir con la conmemoración de la entrada en Ronda de las tropas de Franco tras la Guerra Civil, y el alcalde del Partido Andaluz, retrasó las fechas de la Feria de Pedro Romero. Antonio se sustituyo con Manuel Benítez El Cordobés. Siempre que fui a Ronda para la goyesca en mi coche, llegaba una noche antes y cenaba en El Recreo de San Cayetano con el maestro y su familia. Ese año, también. Al entrar en la casa y saludar a Antonio, lo primero que le dije fue que comprendía la sustitución, pero que iba a ser la profanación del templo. Antonio no quiso estar presente y esperó en la casa aunque esa noche dio una gran cena a los matadores participantes y a varios amigos. El Cordobés toreó esa tarde con Manolo Vázquez y con José María Manzanares que fue el único en cortar oreja con un sobrero de Carmen Ordóñez que fue el único que embistió. Inmediatamente después de terminar la corrida, salí disparado en mi coche y, cuando llegué al Recreo, grité al maestro: ¡Ni se profanó el templo ni se llenó la plaza¡

El Cordobés un pudo dar ni su salto de la rana. Y yo encantado. Pero lo que no supe hasta meses después, es que Ordóñez no había puesto a la venta 300 entradas del tendido alto de sombra…. La guasa, corrió de boca en boca.

Uno de los cometarios que también me hizo Antonio durante la cena en su casa la noche antes del día de la goyesca, fue que lo único que temía de Benítez era que estrenara un vestido goyesco bordado con pasamanería dorada…. Pues bien, años más tarde, le conté a Paco Ojeda este capricho del maestro – nunca lo pudo cumplir – y una mañana de agosto me llamó Ojeda para pedirme que le acompañara a la sastrería de Fermín. Iba a encargar el vestido que le había comentado y quería que yo le explicara cómo sería a Fermín. Eligió la seda de color tabaco. Y los bordados, ¡de oro¡ Llegado el paseíllo del la tarde de marras, estaba yo junto al maestro en su burladero y al ver cómo iba vestido Ojeda, me miró con ganas de matarme y me dijo secamente: “¡José Antonio, qué mal viene vestido Ojeda, ¿verdad? ¡…

Precisamente y años después de la antes comentada, Paco Ojeda fue el único matador que actuó en solitario frente a seis toros – muy serios por cierto – de Torrestrella. Tarde ciertamente memorable en la que el sanluqueño llevó a cabo una de las faenas más geniales de su vida con un toro llamado Bulería. Ojeda lo toreó por soleares. Esta vez fue la primera que un torero bajó a la plaza sentado en un precioso coche de caballos debidamente enjaezados. El propio Ordóñez me comento al finalizar el gran espectáculo que “esta goyesca ha tenido el mismo ambiente que cuando yo actuaba”.

Fue un capricho más del maestro que así fuera. Pero merece la pena que los lectores sepan cómo aconteció la contratación. Listo todo salvo el dinero a ganar por Ojeda, Ordóñez citó al apoderado y suegro de Paco, José Luís Marca, a un almuerzo para negociar la cantidad. Antonio propuso a Marca que escribiera en un papelito cuanto quería que se le pagara a Paco y que él escribiría la cantidad que quisiera en otro papel. Y que el que fuera más sustancioso, sería acordado de inmediato. Cuando Marca desenvolvió el papelito que le dio Ordoñez quedó asombrado con lo que el maestro había escrito: ¡De acuerdo¡… Así se las gastaba don Antonio cuando estaba de buenas.

Aunque tengo en mi memoria muchas más goyescas y sus entresijos – también esto daría para otro libro -, termino esta evocación con lo ocurrido en la primera que toreó Enrique Ponce. El valenciano había sido requerido por Ordóñez mucho tiempo antes, dos o tres años después de tomar la alternativa. Pero Ponce declinó la oferta porque ese mismo día tenía una corrida formada en Calatayud. Ordóñez, siempre orgullosísimo, no entendió nunca que Ponce cumpliera con Calatayud y no con él. Y se puso a la contra con manifiesta estupidez. Hasta que, por fin, volvió a llamarle. Y Ponce aceptó. Los toros de Juan Pedro Domecq. El maestro me llamó por teléfono para decírmelo con guasa: “Ya le he dicho a <<tu>> matador que se encargue un vestido goyesco” “Ya lo sabía por él”,contesté. Dos días antes de la fecha, tuve que bajar desde Palencia a Madrid en mi coche que guardé en un garaje cercano a la estación de Atocha para tomar luego un AVE a Sevilla donde dormí en mi casa de Triana. Subir a Ronda con algún amigo, regresar después de la corrida a Sevilla, dormir unas horitas, viajar de regreso a Madrid en el primer AVE que saliera, retomar mi coche e irme rápidamente a Dax, donde también actuaba Enrique. Cuando le comenté mi plan a Enrique – ya lo había hecho así varias veces – me propuso que desde Ronda me bajara con él para dormir en un hotel pegado al aeropuerto de Málaga y saltar a Biarritz por la mañana en un reactor que le habían dejado. Era, por cierto, el de nuestro desgraciadamente fallecido recientemente amigo, Arturo Beltrán. Un plan perfecto. Pero este avión se estropeó y Ponce – que llegó a Ronda muy apresurado solo dos horas antes de la corrida – me dijo que por la avería del avión, tendríamos que viajar hasta Dax en el coche de la cuadrilla. Por respeto y por educación, no me atreví a decirle que me iría a Dax siguiendo mi primer plan. Cuando pasamos la frontera, cerca de Bayona, pregunté a los que iban allí – banderilleros, picadores, mozos de espada y Enrique acostado y durmiendo plácidamente en la camilla que la furgoneta llevaba detrás se los asientos – que si a ellos no les dolía todo el cuerpo. Me contestaron al unísono: “Nos duele todos los días”.

La verdad es que yo no solo había viajado con tan notable incomodidad. Llevaba por dentro otra procesión cuya historia es la siguiente:
Cuando llegué a Sevilla para ir al Ronda el día siguiente, llamé a la redacción del diario “Sur” de Málaga para advertirles de que iba a necesitar dos páginas. Por entonces, yo era el crítico titular de todos los periódicos del Grupo Correo, actualmente llamado Vocento desde que los vascos compraron gran parte de ABC. En una publicaríamos un reportaje sobre la inauguración de las estatuas del Niño de la Palma y de su hijo Antonio. Y en la otra aparecería mi crónica de la goyesca. El redactor jefe me dijo que no hacía falta que les mandara nada porque el ya jubilado cronista de El Sur, Francisco Cortes “Pacurrón”, quería subir a Ronda para hacerlo. Había sido muy amigo de Ordóñez y le hacía mucha ilusión. Yo lo comprendí perfectamente y les di mi asentimiento. El jefe me dijo que mi crónica aparecería en los demás periódicos del Grupo. Y así fue.

Cuando llegué a Ronda, fui enseguida a la plaza para estar presente en el acto inaugural. El maestro, al verme, me saludó con el cariño de siempre y empezó el acto. Mucha gente asistió. Ministros del Gobierno, miembros del andaluz, el presidente Chaves – ¡vaya pájaro, por cierto¡ -, los matadores de toros Joselito y el nieto mayor del maestro, Francisco. Docenas de fotógrafos, cámaras de varias televisiones… En fin, que el acto resultó esplendido y emocionante. Eché de menos a Enrique Ponce….¿Donde se habría metido?

Ya he contado lo tarde que llegó a Ronda y lo de la avería del avión de Arturo Beltrán… Cuando bajé a la plaza de toros desde el entrañable e histórico Hotel Victoria, entré por el patio de caballos y, aunque faltaba casi una hora para que empezara el festejo, ya estaba allí Antonio Ordóñez con esa cara que se le ponía en las goyescas… Como si fuera a torear él. Me dijo que yo no estaría esta vez junto a él en el callejón. Ni siquiera había mirado en qué burladero estaría cuando me dieron el pase en la taquilla. “Lo entiendo, maestro, hay muchos ministros amigos tuyos…”, le dije.

Mi burladero estaba en sol, justo enfrente del que tantas veces ocupé junto al maestro. Y conmigo, mis grandes amigos, Manolito González y Juan Antonio Gómez Angulo. Ellos también entendieron que nos situaran allí. Un minuto antes de romper plaza los coches de caballos que en las goyescas preceden al paseíllo, mi llevé la mano a mi frente para ver bien quienes estaban junto al maestro en su burladero. El sol impedía distinguirlos sin protegerme los ojos. Y entonces descubrí cual era la razón de que yo no publicaría mi crónica en el diario Sur. Quien estaba al lado de Ordóñez era “Pacurrón”, justo en mi sitio de costumbre. O sea, que quien no había querido que mi crónica apareciera en el Sur de Málaga fue el propio Antonio Ordóñez. Sin duda temiendo de que me volcara con Ponce y llevaba razón…

Pero no tuve ocasión de volcarme con el valenciano porque, aunque cortó una oreja de cada uno de sus dos toros de Juan Pedro y hasta salió a hombros, la verdad es que Enrique no anduvo a la altura de los toros ni de él mismo. Sin duda le habían influido la avería del avión y las prisas por llegar con tanto retraso a Ronda.

Una vez terminada la corrida, fui a despedirme del maestro, le di las gracias y para terminar la breva conversación le dije: “Maestro, tu sabes lo que has hecho conmigo mejor que nadie. Ya no volveré nunca más a la goyesca… “. Antonio se sonrió socarronamente y me dio un beso y un abrazo. Él supo enseguida que me había dado cuenta de la jugarreta pero nunca creyó que cumpliría mi amenaza.

Tanto fue así, que al cabo de más años, una mañana volvió a llamarme por teléfono para decirme que ya le había pedido a Enrique que se hiciera otro vestido goyesco…“Ya sabes que no iré…” le dije. Y no fui. Me quedé en Bayona donde se celebraran las corridas septembrinas de Clausura y allí esperé que llegara Ponce porque toreó en la última. Esa misma tarde, me llamó Gómez Angulo diciéndome que Ordóñez le había preguntado varias veces que donde estaba yo….

Nunca creyó que cumpliría la amenaza ni que mi enfado llegara a tanto. Pero una vez que también discutimos por cuestiones políticas, estas fueron mis palabras: “Maestro, que te admire y te quiera tanto, no quiere decir que sea incondicionalmente en otras cosas que no sean de toros. Tú eres Antonio Ordóñez, el gran maestro del torero. Pero yo soy como de la familia y no puedo defraudarte en lo mío porque soy el Ordóñez de la crítica…”

“Aquí tienes a la crítica aristocrática” le dijo Ordóñez ante mí al jefe de taquillas de la Real Maestranza una mañana de abril cuando entré en el despacho de Pepe Bermejo para encargar unas entradas para unos amigos de Madrid. Yo sabía perfectamente desde niño quién y cómo era Antonio Ordóñez. Pero él también sabía y a la postre supo mejor que nunca quién y cómo soy yo….

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