viernes, 12 de septiembre de 2014

La tarde de Guadalajara. Frascuelo en un lago, El Pana en una laguna / por José Ramón Márquez


 El cartel

José Ramón Márquez

¡Menuda tarde de toros han dado hoy en Guadalajara Frascuelo y El Pana!

Había que ir, que eso estaba claro desde que una tarde de julio nos dijo nuestro mentor, el aficionado J., que se acababa de cerrar el cartel y, como una premonición, a la salida de los toros nos lo confirmó personalmente el torero madrileño; pero no podíamos esperar una tarde tan especial, tan llena de ilusión como la que estos dos sesentones nos han dado hoy.

Se había programado en el inicio de la Feria de La Antigua este curioso mano a mano, para que se vea que hay empresarios que son capaces de salirse del sota-caballo-rey, acaso con la idea subliminal de poner sobre la blancuzca arena del coso alcarreño la antigüedad de estos dos matadores. Su misión era la de despachar cinco toros de Juan Manuel Criado y otro de Encinagrande, o sea de lo mismo. Toros de la Plaza de Guadalajara, iguales, exactos a los que les echan por esas Plazas de Dios a todos esos julypereratalavantemanza y adláteres, que nadie pensó en los achaques de la edad de los dos actuantes y les echaron la misma corrida que hubiesen echado si en vez de a ellos hubiesen anunciado a cualquiera de aquellos jóvenes maestros. Toros de ir y venir, un poco flojo el primero -bolita de sebo- y de algo más de presencia el resto, cosa que tampoco era hoy la principal, pues como recordarán los viejos del lugar a Frascuelo le hemos visto triunfar en Madrid ya talludito con una corrida del Cura de Valverde, don Cesáreo que en Gloria esté, por lo que no es cuestión ponerse ahora tiquismiquis con las cosas del ganado que aquí ya hay muchas cosas demostradas, y un respeto.

Frascuelo y El Pana han traído a Guadalajara uno de los espectáculos más revolucionarios que hoy día puede verse en una plaza de toros: el de su personalidad. Aburridos como estamos de que todos los toreros del escalafón sean tan cansinamente iguales, que ves uno y ves a todos y se te quitan las ganas, ver a estos dos tíos, cada uno con sus formas, con su manera de andar y de estar en la Plaza, te hace volar a aquellos tiempos en que los toreros no se fabricaban en esas escuelas y cada cual salía de su padre y de su madre. Las maneras clásicas de Frascuelo, de una desusada ortodoxia de la cual ya sólo queda él como representante, y la desinhibida heterodoxia de El Pana han traído un vendaval de aire fresco a estos ojos hartos de ver tantísimos toreritos que son iguales -de malos- que los que les enseñan, los que les amparan, los que les animan y los que en el camino les roban el alma. La sobriedad de Carlos Escolar brindando al público su primero, como un cardenal bendiciendo, o el desparpajo de El Pana en el saludo de capote a su primero, personalísimas verónicas con un aroma a Curro Romero en la manera de echar los brazos abajo en el embroque, han sido el toque de atención de que se cocía algo especial.

Lo especial llegó en el tercero de la tarde, cuando Frascuelo se estira, se engrandece, en unas verónicas inmaculadas, explicación minuciosa para tanto cantamañanas como anda suelto por ahí de lo que es el toreo de capa, la pata adelantada, las piernas asentadas en la arena, el torero firme, la mano a los huevos y la otra guiando la embestida, toreando con todo el cuerpo, con los brazos, con la cintura, con el pecho, mandando sobre el toro y obligándole como nos enseñaron los que sabían, verónicas que nos trajeron los ecos de los capoteros que toreaban en vez de acompañar la embestida con más o menos gracia, como ahora hacen todos. Y además de ese monumento al toreo que nos gusta, por el que nos hicimos aficionados, las trincherillas, el exquisito cambio de mano por la cara de sabor añejo, el trazo del muletazo bien planteado, el ayudado, el pase de pecho cuando se debe... una gavilla de cosas en las que alguien podría fijarse para ver que hay otra forma distinta de ser torero de la que se ve todos los días, en todas las Plazas.

Y lo especial llegó también en el sexto cuando El Pana, acaso espoleado porque las alegres peñas le habían cantado en el cuarto aquello de “¡Había una vez, un circo....!”, les dejó boquiabiertos con un espectacular capoteo mexicano, caleserinas acaso, rematadas al paso del toro con el vuelo del capote, precioso fuego de artificio repetido otra vez por si alguien no se había enterado de cómo iba el lance, y luego otra fantasía, para después, en el segundo tercio, poner un espectacular par al quiebro muy por los adentros, dejando llegar muchísimo al toro, otro también quebrando un poco menos perfecto y un tercer quiebro al violín, que las piernas del torero no están para carreras ni efusiones atléticas de esas que ahora tanto se estilan. Y tras eso, travieso Pana, nos hace un malvado guiño cuando le arrea al toro un pase cambiado por la espalda como para demostrar que ese introspectivo recurso de algunos -Perera, Castella- para darse importancia e impresionar a ciertas damas, lo puede ejecutar sin despeinarse un torero de 62 años que se queda tan pancho, y encima con el toro arrancado y suelto.

Pedir hoy una faena completa, una sucesión coherente de muletazos que compusiesen un conjunto con su principio y su fin habría sido como acertar los números de la Primitiva, pero que a nadie le quepa duda de que esta tarde en Guadalajara se ha visto mucho mejor toreo y de más verdad en la forma de ejecutarlo que en toda la “triunfal” Feria del Isidro 2014.

Y ya, si hablamos de torería...

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