El diestro Manuel Escribano en la faena a su segundo toro en La Maestranza. / JULIO MUÑOZ (EFE)
¡A ver si se enteran de una vez los toreros, los apoderados, los ganaderos, los empresarios y la autoridad! ¡A ver si se enteran, en este caso, los señores El Cid, Castella y Escribano! Que no se puede venir a Sevilla con seis sardinas podridas, con seis novilletes inválidos y descastados, con seis moribundos… Que eso es engañar al público, que es echarlo de las plazas, que es una pantomima inadmisible, y que no hay derecho.
¿Dónde está el toro?
- Búsquenlo si desean que esta fiesta perdure. Existe, porque sale en otras plazas, ese toro que, al menos, causa respeto por su presencia. Pero es verdad que estos son más cómodos; pero, amigo, esta comodidad tiene la pinta de ser una sentencia de muerte.
ANTONIO LORCA / Sevilla
- Tres ganaderías / El Cid, Castella, Escribano
Dos toros de Daniel Ruiz (1º y 2º); tres de Juan Pedro Domecq (3º, 4º, como sobrero, y 5º), y dos de Parladé (4º, devuelto, y 6º), justos de presentación, mansones, muy blandos, nobles y descastados.
El Cid: estocada baja y un descabello (silencio); estocada(ovación).
Sebastián Castella: dos pinchazos y un descabello(ovación); dos pinchazos y estocada (silencio).
Manuel Escribano: estocada (ovación); estocada baja (ovación).
Plaza de la Maestranza. 28 de septiembre. Segunda y última corrida de la feria de San Miguel. Menos de tres cuartos de entrada.
Otra vez la misma película; otra vez el toro moderno, noble y tonto hasta la exageración, sin gota de bravura ni de casta en sus entrañas; el toro gestado y criado para el aburrimiento y la desolación.
Otra tarde perdida, otra mentira, otra piedra grande contra el débil tejado de la fiesta.
El único cimiento de este espectáculo —al menos, el básico— es la emoción. Y esta procede en primera instancia de un toro poderoso y fiero, codicioso, noble y desafiante. Sin emoción, no tiene sentido que un señor se vista de luces. Sin la emoción es preferible el baile, por ejemplo, que puede costar lo mismo, pero es más cómodo y garantiza la diversión.
¿Dónde está el toro? Búsquenlo si desean que esta fiesta perdure. Existe, porque sale en otras plazas, ese toro que, al menos, causa respeto por su presencia. Pero es verdad que estos son más cómodos; pero, amigo, esta comodidad tiene la pinta de ser una sentencia de muerte.
Está visto que los taurinos no escarmientan. Nos engañan cada día con una manifiesta irresponsabilidad, pues en esa mentira va la vida de su propio negocio.
Visto lo visto, la terna de hoy domingo no merece más que una pública reprobación por presentarse en plaza tan importante con una mercancía de desecho. Que no se olvide que si no hay respeto para el toro, difícilmente puede haberlo para el torero. El respeto, además, hay que ganarlo, y hoy los señores de luces prefirieron el escarnio. Porque un torero de verdad, un héroe artista, no se presenta en la puerta de cuadrillas con productos de esta calaña.
Mal El Cid, sin ilusión, frío, sin ideas, mecánico y desconfiado. Sabe torear, qué duda cabe, pero hace tiempo que dejó de hacerlo. Ni a la verónica, sin embraguetarse nunca, ni con la muleta, dijo nada. Castella pasó sin pena ni gloria. Su toreo en línea recta es anodino. Y Escribano se jugó el tipo de verdad con las banderillas, que las puso todas a toro pasado, pero se arriesgó en un par al quiebro sentado en el estribo. Con los engaños en las manos, solo voluntad.
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