MANZANARES EN MIS RECUERDOS
ENJAMÍN BENTURA REMACHA
No soy amigo de necrológicas porque, en la mayoría de los casos, son hagiografías non santas. Algunas, flagrantemente hipócritas aunque se apoyen en opiniones de prestigio. Varios opinantes han asegurado que José María Manzanares es “torero de toreros”. Puede que sea así: su penúltima salida a hombros, por la Puerta del Príncipe que abrieron excepcionalmente los maestrantes sevillanos la tarde en la que su hijo le arrancó el añadido, fue a hombros de toreros, entre ellos Enrique Ponce, el único que hasta el momento ha superado las 1831 corridas que sumó el de Alicante en sus más de treinta años de alternativa. Es para mí esa de “torero de toreros” una clasificación subjetiva en la que incluí hace años al valenciano nacido en Santander, Félix Rodríguez, porque me lo decía muchas veces Curro Caro. Después, a Pepe Luis Vázquez porque lo afirmaba “Manolete”, a Domingo Ortega porque soy de pueblo y del pueblo viene todo lo bueno que ocurre en España, Antonio Bienvenida porque dulcificó el sueño eterno de su padre, a Ordóñez pese a sus fans y a Paco Camino para llevarle la contraria a Cañabate. Cada cual puede tener su torero. El que tiene uno solo es un monoteísta taurino condenado a la idolatría más antipática. ¿Recuerdan aquello que le dijo un socio de “Los de José y Juan” al señor Miura? Le felicitó por haber criado a “Islero” y la reprobó por no haberlo hecho siete años antes. Pasiones desordenadas.
Pero estos mis recuerdos van mucho más allá y casi al margen de todas las cosas que he leído estos días, las fotos y los vídeos que ha contemplado. Van a 1971: apoderaban a Manzanares (José María Dols Abellán) Pepe Barceló y Luis Alegre, le había dado la alternativa Luis Miguel en Alicante y en septiembre fue a Murcia a cumplir su compromiso de hacer dos paseíllos en su Feria pese al rumor de que iba a cortar su temporada por razones de salud. Alguien ha dicho que fue por culpa de una hepatitis. Creo recordar que fue por algo menos complicado y sin secuelas: un derrame involuntario de esperma que le debilitaba excesivamente. Esa debilidad no se le notó en las dos corridas de Murcia, en la primera, con toros de Eusebia Galache, cortó los mismos trofeos que Diego Puerta, tres orejas, y en la segunda, con toros de Núñez, con Luis Miguel (Edad Antigua), Paco Camino (Edad Media) y el propio Manzanares (Edad Contemporánea) empató con el de Camas a cuatro orejas y un rabo. La confidencia de la dolencia del alicantino me la hizo Luis Alegre, hombre jovial y tolerante que luchaba con la juvenil rebeldía de su poderdante, como sucedió en México al reprenderle por el consumo de alcohol y le derramó el líquido del vaso en el bolsillo de su chaqueta. No era fácil de llevar José Mari en esos primeros años de su carrera y tuvo suerte de caer en manos de personas tan solventes y ecuánimes como Alberto Alonso Belmonte, Pablo Lozano o Manolo González. Alguno le buscaba las vueltas y provocaba sus enfados supersticiosos con un jersey amarillo o su varonil apostura con una fotografía en la que aparecía vestido con ropajes femeninos. No fue su vida ni en el punto más álgido de su carrera taurina un camino de rosas. Su padre, Pepe Manzanares, banderillero, escribió un libro de pensamientos y sentencias que se publico en 1989 con letras muy gordas y manifestaciones encontradas y dispares: “Mi obra tallada con el cincel del sentimiento y el martillo del arte…” Su hijo José María. ¿Y qué es el toreo sin sentimiento y sin arte? Lucha y sangre. Con sus reglas, con sus normas, reglamentos y postulados y sin alma. Como si el ruedo moderno fuera un circo romano. Sin sentimiento y sin arte no hay toreo. Y en mi vieja obsesión por encontrar ese camino que me lleva al disfrute inexplicable, hijo del sentimiento y no del análisis, me encuentro con José María Manzanares. Fue en Tudela en 1996, el día de Santiago, 25 de julio. Otra vez entre rumores de despedida. Cumplía 25 años de alternativa.
Fue con un toro de Sánchez Arjona y mi crónica publicada en Diario 16 y titulada “El toreo se llama José María Manzanares” relataba lo siguiente después de haber cortado una oreja al primero de la tarde: “Pero en el cuarto, un castaño de buena presencia, lo de Manzanares fue algo inenarrable. Los que conocen lo que es y significa el torero alicantino comprenderán fácilmente lo que vimos los afortunados espectadores de esta corrida en este toro. No es para contarlo, desde luego; es repetir la imagen de un toreo sobre la cadera, acompañando el viaje del toro con el juego indescriptible de su dibujada forma de concebir el arte hasta rematar la obra en el lugar oportuno, en el sitio preciso, en el momento cumbre de tanta belleza”. No analizo, sólo describo lo que he visto. Lo que vi hace ya 18 años. Algún tiempo después, en la boda de Raúl Gracia “El Tato”, el propio Manzanares me recordó aquel acontecimiento. Bergamín lo decía de Paula. “Tiene percha literaria”. No basta con ser torero, hay que parecerlo. Y en este aspecto hay dos arquetipos que se encontraron aquel día en Murcia, el de Camas y el de Alicante. Solamente chirría en mi memoria un traje butano y oro que no iba con la innata elegancia de José Mari. En cambio llena mi memoria un pase de pecho ejecutado entre los tendidos del 5 y el 6 de Las Ventas y que resultó ser el hecho más destacado de una Feria de San Isidro. ¿Cómo es posible tal dislate? Sólo porque Manzanares es un elegido entre los seres que a los largo de más de dos siglos y medio han vestido el traje de luces.
Hace unos días, para homenajear al ganadero y al torero declarados triunfadores de la Feria del Pilar en el 250 cumpleaños de la plaza de toros de Zaragoza, se celebró en su Aula Taurina un acto bajo la batuta de Fernando García Terrel y con la presencia de Pepe Marcuello, de “Los Maños”, y Jonathan Blázquez “Varea”, novillero de la castellonense Almazora que lidió a “Quejoso”, el indultado utrero de Luesia (*), en Las Altas Cinco Villas de Aragón. A “Varea” alguien le preguntó por los toreros en los que fijaba su atención para progresar en su afán de ser torero. Citó en primer lugar a Morante de la Puebla y una señorita de la última fila lanzó un sonido gutural como significado argumento discrepante. Me entró una especie de angustia existencial, como si hubiera resucitado Chaves el venezolano y, ante la maravillosa fachada de la plaza zaragozana, hubiera sentenciado un autoritario “EXPROPIESÉ”.
(*) Está más que divulgado que no era el novillo de Los Maños el primer cornúpeto indultado en la plaza de toros de Zaragoza puesto que a “Llavero”, de don Nazario, se le perdonó la vida en 1860 después de tomar 53 puyazos y matar a 14 caballos. Sí ha sido “Quejoso” el primero novillo en recibir ese indulto a través del pañuelo naranja sobre la barandilla del palco de la presidencia gubernativa, con José Antonio Ezquerra al frente. Menos castigado que su lejano antecesor, el novillo volverá a su hábitat y tendrá a su cuidado y placentero deber un buen lote de vacas. Habrá que esperar unos cuantos años para ver los resultados y, por entonces, puede que Los Maños se decidan a lidiar cuatreños. Volverán a salir toros de las tierras de Aragón, señor Viard.
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