viernes, 6 de febrero de 2015

CALEIDOSCOPIO TORERO / por BENJAMÍN BENTURA REMACHA


"...De México llega la noticia de la presentación de un libro sobre la vida y fotografías de los Arjona, de Agustín, Pepe, Agustín nieto, Joaquín y creo que un biznieto del patriarca. Dicen que luego vendrá la presentación en Sevilla y en Madrid. No me lo quiero perder..."

CALEIDOSCOPIO TORERO
  • Como colofón de este caleidoscopio de colores, el oro viejo del recuerdo cuando se han cumplido 50 años de la muerte de Churchill y 25 de la de Ava Gadner. Ambos tienen un rincón en mi almario torero,

BENJAMÍN BENTURA REMACHA
El caleidoscopio de mi niñez era un tubo de un palmo de largo con un cristal en una punta y una mirilla en la otra, por lo que se veía una sucesión de colores que, como el agua del río o la llama de la fogata del hogar, nunca eran los mismos. Eso busco yo en el artículo que quiero dedicar a la actualidad taurina. Y empezaré por el que pienso que es el acontecimiento más importante de estos días, el sesenta y nueve aniversario de la inauguración de la Monumental del distrito federal de México, una plaza de toros que, en principio, tenía una capacidad para 55 mil espectadores. Luego se fue reduciendo el aforo por cuestiones de seguridad y, ahora, por falta de atractivos. Pero fue una obra que impulsó el libanés Neguib Simón Jalife, que se realizó en ciento ochenta días y con la participación de diez mil hombres en tres turnos diarios y bajo la dirección del ingeniero Modesto C. Rolland. La primera corrida tuvo lugar el 5 de febrero de 1946 con toros de San Mateo que se encargaron de lidiar Luis Castro “El Soldado”, Manuel Rodríguez “Manolete”, que cortó la primera oreja, y Luis Procuna “El berrendito de San Juan”, que cortó la segunda. En la segunda corrida hicieron el paseíllo “Manolete” y Silverio Pérez y en la tercera “Manolete”, Procuna y Rafael Perea “Boni”. Pareciera que el coso monumental se había levantado sobre un profundo embudo de veinte metros desde la entrada al ruedo para que allí se instalaran las reales toreras del de Córdoba. En la cuarta corrida apareció por el oscuro pasillo que llevaba a la puerta de cuadrillas otro de los consentidos por la afición mexicana, Joaquín Rodríguez “Cagancho”, al que acompañaron “El Soldado” y Silverio Pérez, con lo que bastaría recordar a Fermín Espinosa “Armillita” y Lorenzo Garza para completar el cuadro de los más grandes del lugar en el segundo tercio del siglo XX, a los que yo sumaría el nombre de Paco Camino, tercer tercio de ese mismo siglo y, a sus finales, el de Enrique Ponce. Y, para rematar el cartel, Pablo Hermoso de Mendoza por delante. 

Pero a la gran obra de ingeniería le pusieron un remoquete vejatorio: le llamaron “el monstruo de concreto” (aquí, en España, cemento) y hubo que buscarle un adorno artístico que dulcificara su clima ambiental. Fue el escultor valenciano Alfredo Just Gimeno el que creo las esculturas que prestaron aroma torero al conjunto, desde el encierro de la puerta principal a las dos docenas de homenajes, episodios vividos o recuerdos soñados por el propio escultor, Pedro Romero, Manolo Granero, Manuel Jiménez “Chicuelo”, la larga cordobesa, la gaonera y la necrológica de Alberto Balderas, que murió en la plaza de “El Toreo” cuando estaba ubicada dentro del Distrito Federal. Antonio Fuentes, Juan Belmonte, Rafael “El Gallo” o Juan Silveti, el primer “Tigre de Guanajuato”. Los mexicanos “El Soldado”, Garza, Arruza, Briones, Silverio y Garza, la manoletina de Manuel Rodríguez, la verónica de “Boni” y el póstumo homenaje al leonés Laurentino José López “Joselillo”, que resultó herido de muerte en ese ruedo de la plaza también conocida por “la México”. Hay otra escultura famosa, la “del par de Pamplona” de Rodolfo Gaona, pero esta es obra del escultor Humberto Pereza y se colocó a la entrada del citado coso de “El Toreo” como preciso ornamento del sabor y contra estruendo de la cubierta de hierro de la plaza que acogió a Manuel Benítez en 1964.

Casi setenta años después, pero hoy sólo sé que en el paseíllo conmemorativo estará el francés Castella. En los tiempos de la super comunicación los acontecimientos históricos pasan sin pena ni gloria.

De México llega la noticia de la presentación de un libro sobre la vida y fotografías de los Arjona, de Agustín, Pepe, Agustín nieto, Joaquín y creo que un biznieto del patriarca. Dicen que luego vendrá la presentación en Sevilla y en Madrid. No me lo quiero perder. Y, como muestra de la pervivencia artística de los Arjona, una foto publicada en 6TOROS6 de publicidad de José Ortiz Muñoz, el sobrino nieto de Curro Romero. Algo tienen que ver en estas cosas los genes de los individuos. Pepe Arjona ya lo cogía el aire al tío abuelo de Camas.

Y aprovecho que estoy por la orillas del Guadalquivir para manifestar mi asombro cuando leí en el suplemento semanal de ABC un artículo sobre la Maestranza de Sevilla en el que se afirmaba que Pepe Luis salió a hombros por la Puerta del Príncipe 16 veces. Sé que Pepe Luis desde 1938, cuando se presentó con picadores y enloqueció a sus paisanos, triunfó muchas veces en la Real Maestranza, coso del Baratillo por el que hubo cerca del lugar antes de 1760. Hasta que se retiró definitivamente en el umbral de los años 60, cuando llegaron Puerta Curro, Santiago, Paco y algunos más. Creo que fueron un par de salidas a hombros más, 18, pero no puedo certificar que lo hiciera por esa afiligranada Puerta porque antes de instituirse reglamentariamente su apertura, tres orejas son el aval suficiente, la cancela se abría cuando daban su aquiescencia los maestrantes. Contaba José Manuel Inchausti “Tinín” que una tarde cortó cuatro orejas y el cancerbero no le franqueo el paso a hombros por e famoso portal. El madrileño aseguraba que se zafó de sus porteadores y pasó la puerta a pie y vestido de luces. Hubo sus disputas ante el criterio de los maestrantes y el público y todo se solventó reglamentariamente. El imperio de la ley sobre el sentimiento.

Como colofón de este caleidoscopio de colores, el oro viejo del recuerdo cuando se han cumplido 50 años de la muerte de Churchill y 25 de la de Ava Gadner. Ambos tienen un rincón en mi almario torero, el inglés por sus puros habanos y la cabeza de toro que le regalaron con la uve de la victoria en pelo blanco en su cara, y la más bella por la asiduidad con la que vivió su afición a los toros, al margen de sus aventuras amorosas con Mario Cabré (“Dietario Poético a Ava Gadner”) y Luis Miguel Dominguín, que tuvo la hombría de confesar que no era cierta la anécdota de su precipitada huida “para contarlo”. ¡Qué cosas pasaban en aquellos tiempos!

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