miércoles, 11 de febrero de 2015

LAS MEDALLAS: VICTORINO MARTIN y EL CORDOBÉS /por Antolín Castro


Dos figuras señeras reconocidas a mayor gloria de la legitimidad del arte de torear en las Bellas Artes. 




"...Dos personajes, dos artistas, hechos a sí mismos allá por los años sesenta Victorino ha sabido mantener su encaste, con los altibajos propios de tan difícil alquimia, y no por ello ha perdido caché y prestigio..."


LAS MEDALLAS: VICTORINO MARTIN y EL CORDOBÉS


Con todo merecimiento el ganadero más emblemático, Victorino Martín Andrés, recibió hace unos días, de manos del Rey Felipe VI, la Medalla de Oro de las Bellas Artes, concedida el pasado año.

Esta concesión, además de hacer justicia a toda una trayectoria personal del ganadero, afianza como ninguna otra la Fiesta Brava. Los toros, origen de dicha Fiesta, de esta manera y a través de uno de los más populares de sus criadores, reciben un premio de tan alta distinción. Quizá nunca haya sido tan relevante esta Medalla.

Y los aficionados, por fin, esos que son de quien lo hace ante un toro, ven reconocida su exigencia del toro y de su casta. Posiblemente agradezcan más esta medalla que las que se conceden a los toreros, no en vano el toro, y por tanto su criador, son quienes hacen posible la Fiesta de los TOROS.

Dos personajes, dos artistas, hechos a sí mismos allá por los años sesenta Victorino ha sabido mantener su encaste, con los altibajos propios de tan difícil alquimia, y no por ello ha perdido caché y prestigio.

Es esa una manera de darle a la Fiesta lo que necesita para hacerla grande. Sus toros forman parte ya de la historia y leyenda viva de la Tauromaquia, dejando en segundo plano nombres legendarios de otras ganaderías. La Medalla, siendo de él es de todos los aficionados que persisten en creer, como él, que el toro es el principal protagonista de la Fiesta Brava.

Casi simultáneamente se han dado a conocer las Medallas de Oro al Mérito en las Bellas Artes de 2014. En esta ocasión el mundo taurino también ha sido reconocido, y en este caso en la persona de un torero inolvidable Manuel Benítez ‘El Cordobés’.

Un torero diferente pero que goza de méritos sobrados para ser acreedor a tal distinción. Si la Fiesta además de ser un arte es también un espectáculo, lo simbolizó más que ninguno El Cordobés. La década de los sesenta, en el siglo pasado, estuvo ocupada por un ciclón, un huracán que arrasó con todas las leyes de la tauromaquia y de la sociología.

Un caso único que hizo estallar la banca. Las empresas, los medios y el mundo entero supo de su caminar por los ruedos, llevando el nombre de los toros, de España y de la Fiesta hasta los lugares más recónditos. Nadie quedó indiferente a su quehacer en los ruedos. Seguidores y detractores empuñaron sus argumentos para situarle en lugar u otro, pero fue incuestionable su supremacía durante varios años.

Con Victorino y El Cordobés, que irrumpieron en la escena del mundo del toro en la misma época, década de los 60, se premia a dos hombres del pueblo, hechos a sí mismos y con una dosis altísima de esfuerzo, convicción en sus ideas y carisma como para ocupar los más altos puestos del mundo taurino, aunque fuera con procedimientos y proyectos muy distintos y distantes.

Dos figuras señeras reconocidas a mayor gloria de la legitimidad del arte de torear en las Bellas Artes. 

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