sábado, 28 de marzo de 2015

La hora de la vida y la muerte / por José Ramón Márquez


Cumplido, de Escolar, el quinto del Domingo de Ramos 
Pintamonas, fuera


"...Hartos como estamos de la perenne búsqueda por parte de todo el escalafón de la facilidad, de la comodidad, de la inanidad del toro artista, impresiona ver el cartel de toros -por una vez de toros- con los hierros tan queridos y tan respetados a cuya vera Fandiño ha puesto su nombre en los carteles..."


La hora de la vida y la muerte 

El domingo que viene empieza le temporada en Madrid y empieza, por una vez, y sin que sirva de precedente, con la ilusión de un cartel muy atractivo en el que un torero se ha marcado el reto de vérselas con seis toros de los que menos gustan a sus compañeros coletas. Sólo por eso ya hay que dar, sin reserva alguna, un diez a Iván Fandiño: por haber puesto en marcha un planteamiento tan ejemplar e ilusionante como para llenar de gente, o casi llenar, la Plaza de Las Ventas. 

Hartos como estamos de la perenne búsqueda por parte de todo el escalafón de la facilidad, de la comodidad, de la inanidad del toro artista, impresiona ver el cartel de toros -por una vez de toros- con los hierros tan queridos y tan respetados a cuya vera Fandiño ha puesto su nombre en los carteles. 

Luego la cosa saldrá como sea, esperamos que bien, pero la principal misión ya se ha cumplido, y ésa es la de crear la ilusión. Porque lo esencial de los toros, de la Fiesta, es la ilusión. Todo el mundo conoce ese famoso dicho: “¿A dónde vas? ¡A los toros! (cara exultante); ¿De dónde vienes? De los toros (Cara compungida)”, que tan bien explica la magia que contiene el cartel de toros que es, como antes se dijo, la de crear ilusión. 

Por lo tanto, la ilusión ya es inalienablemente nuestra: esa no hay ya quién nos la quite. Y luego, como en un «Bienvenido Mr. Fandiño» cada cual soñará, estamos ya soñando, con lo suyo: con las pujantes y bravas embestidas, con el toro altivo y fuerte, con los tercios de varas hechos a modo, con el peonaje trabajando a favor de la obra, con la rotundidad del matador y de su labor, con las estocadas hasta la gamuza, con el triunfo, en fin, de un hombre solo frente a la bestia en una tarde concebida completamente a contraestilo de lo que nos quieren imponer como lo óptimo, no siéndolo. 

No es esta la hora del arte ni de los artistas: es la hora del hombre y el toro, como fue desde los principios, la hora de la vida y de la muerte. 


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