lunes, 2 de marzo de 2015

SALVEMOS LA FIESTA / por Antolín Castro

La presencia siempre del TORO es la que puede salvar la Fiesta
(Toro Serranito de Pablo Romero al que Paco Camino cortó 2 orejas en Las Ventas)


SALVEMOS LA FIESTA

Ese puede ser el lema más actual del momento taurino. Desde Albacete hasta Bogotá se grita, y se desea, que unamos las fuerzas para lograr ese objetivo.

Todos los que se sienten taurinos, ya sean profesionales o aficionados tienen ese deseo en común. Gritar ‘Salvemos la Fiesta’ es reconocer que está en peligro.

Pero para salvar la Fiesta, como cualquier otra cosa, ya sea enfermedad o matrimonio, hace falta un diagnóstico preciso. Sin él se convierte en puro voluntarismo cada paso que se de. Querer es algo destacable y a reconocer, pero no basta con ese solo querer.

Cuantos movimientos se han puesto en marcha en los últimos tiempos, todos pecan del mismo mal: Expresar el deseo ante cuantos más presentes mejor y darle la máxima difusión a través de los medios, que normalmente son solamente los taurinos.

Muchas de las cosas que en el mundo han de salvarse, necesitan fuerzas de apoyo y no solamente del mismo mundo al que pertenecen. Como ejemplo podemos decir que los enfermos del ébola quieren salvarse, pero se necesita vitalmente la ayuda del exterior de su mundo.

Nuestra Fiesta padece varios males y suelen aparcarse en aras de lo políticamente correcto. Ese correcto se refiere a la parte que genera el dinero, el beneficio de la misma y eso mismo hace que quienes lo ganan no quieran dar su brazo a torcer.

No pretendo en estas líneas sentar cátedra de nada, pero nuestra querida Fiesta muere por arrinconar al toro, único elemento que no participa en esas manifestaciones o congresos, que ni siquiera es convocado y muchas veces ni citado. Se habla del arte como el elemento vertebrador de la fiesta, cuando en realidad el eje sobre el que gira todo es el toro.

El gran olvidado, el toro, es el único capaz de enderezar el torcido rumbo por el que caminamos desde décadas atrás. El presente siglo XXI ha sido de pleno retroceso. Echamos las culpas a quienes nos acosan desde el exterior, pero nos gusta ocultar que allá donde esos alborotadores no aparecen tampoco se llenan las plazas.

Lo que se ofrece en las plazas es el verdadero mal. Es el diagnóstico cierto y puntual. Hay que cambiar esa oferta, pero no solo por un día, haciendo hincapié en eso del torismo o las duras que tanto daño hace. El torismo y las corridas duras son la esencia de la Fiesta y no al revés. Así nació, así creció el interés por ellas y, al contrario de otra cualquier actividad donde el superar las pruebas difíciles es el quid de la cuestión, aquí se inclinó la balanza por descafeinar el café negro zaino que lo sostenía.

Desnaturalizando se perdió el norte y ese norte no se encuentra en las tiendas ni el supermercado, ese norte está donde siempre, pues no cambia. Estamos, están, obligados a ponerlo en sus compromisos quienes viven solo del negocio que proporciona la fiesta. Treinta tardes como la próxima de Fandiño en Madrid hacen falta para recuperar ese norte. Sabemos que los Juli, Perera, Talavante, etc. están capacitados para ponerse delante del de verdad, pero su obligación es hacerlo, no escondiéndose en el resultado inmediato para sus intereses.

Acudir después, rociados de buenismo, poniendo buenas caras para decir que apoyamos la Fiesta o poner un autobús a dar vueltas por el mundo algo servirá, pero es como ponerle tiritas a un enfermo de cáncer o ébola. Hay que tomar decisiones fuertes y arriesgar para que sea creíble que el mal momento que vivimos es verdad que queremos corregirlo.

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