Sevilla o el esplendor incomparable / por J.A. del Moral

Y ahora preguntarán muchos, ¿qué tiene que ver todo esto con el toreo? 

Y les respondo: Con las tardes de toros en la plaza de la Real Maestranza de Sevilla, sí. Tiene mucho que ver. Otro marco de esplendor tan incomparable que uno no comprenderá nunca como puede haber toreros que no quieran torear sobre el dorado albero.

Sevilla o el esplendor incomparable

J.A. del Moral

03/04/2015

He visto mucho en mi ya muy larga vida, he sentido, me he emocionado, he llorado, he amado, he comido, he bebido, he disfrutado infinidad de veces en todos los confines recorridos por el mundo. Pero nunca con tanta intensidad como en Sevilla y más concretamente con su Semana Santa, para mi desde hace años centrada en La Madrugá y, sobre todo, durante las horas que abarcan los últimos tramos del regreso hasta el encierro de los pasos de La Macarena y de la Esperanza de Triana. No oso despreciar a los demás. Sería injusto porque cada hermandad tiene su historia y sus devenires, asimismo maravillosos. Pero…

Pero jamás he llorado y, a Dios gracias, sigo llorando tan a gusto y tan placenteramente cada año como en las horas que acabo de explicar. Quienes solo lloran con las tristezas y con penas de la vida, quienes nunca han llorado con las alegrías, no saben ni sabrán nunca a lo que me refiero. Pero los que sí lo hacen con los contentos y, sobre todo, con los que unen, con los que juntan tantos sentimientos aparentemente dispares como los que conviven por la noche y por la mañana del Viernes Santo en Sevilla, es más que seguro que estarán totalmente de acuerdo conmigo.

La fe católica en la máxima profundidad de nuestra educación, el arte barroco en sus más variadas versiones, la música especialísima de las marchas procesionales, la incuestionable belleza de los pasos, las flores que los adornan, las maneras de conducirlos siempre al compás que corresponda a la intención de quienes los guían y de cuantos costaleros se sienten, no solo estribadores, sino también interpretes de su propia misión y hasta danzarines perfectamente acoplados sus vibrantes cuerpos con sus emocionadas almas, los olores que mezclan el incienso con la flor de azahar, las caras rotas por la emoción de cuantos presentes nos sentimos más que hermanados durante los muchos momentos, los muchos instantes que se viven, que se paladean, que hasta se sufren y al mismo tiempo se gozan en lo más hondo de nuestro ser, conforman ese estar como en el Cielo junto a Dios. Y es que si el cielo existe, lo que acabo de decir es el Cielo.

Y ahora preguntarán muchos, ¿qué tiene que ver todo esto con el toreo? 

Y les respondo: Con las tardes de toros en la plaza de la Real Maestranza de Sevilla, sí. Tiene mucho que ver. Otro marco de esplendor tan incomparable que uno no comprenderá nunca como puede haber toreros que no quieran torear sobre el dorado albero. Ese piso de este Palacio Real de la Tauromaquia que pasado mañana, Domingo de Resurrección, volverá a ser el del escenario taurino más importante, del más sabio, del más respetuoso a la vez que exigente y lujoso del mundo.