jueves, 28 de mayo de 2015

Las Ventas: La (segunda) de Alcurrucén. El novillo de Julián le salió a Le Coq: dos orejas y pañoleta azul./ José Ramón Márquez


Cano, tapado por una pañoleta blanca (¿para no ver la azul?), 
y Briceño, que sacaron, porque les salió, la pañoleta azul para 
el Jabatillo de los Lozano

Bajonazo... y dos orejas (ciento veinte minutejos) de Madrí


LOS TOROS VISTOS POR EL QUE PAGA
La (segunda) de Alcurrucén. El novillo de Julián le salió a Le Coq: dos orejas y pañoleta azul.


Para hacernos una idea de lo que hay, vamos a hacer una comparación odiosa. Cogemos al azar los programas de un año cualquiera, pongamos 1986. Tal día como hoy, 27 de mayo, torearon en Las Ventas Manzanares II, Julio Robles y Ortega Cano tres toros de Matías Bernardos y 3 de Lupi; el día anterior, por si a alguien le interesa,Curro Romero, Paco Ojeda y Joselito mataron una de Aldeanueva remendada con un Peñajara. Traigo esta antigualla a colación para redefinir el concepto de “cartel de figuras” que algunos aplicaban a lo de hoy.

Hoy, con José Antonio Morante y con Julián López, en su única y multimillonaria intervención en la Feria de San Isidro nos coja confesados, acompañados por Sebastián Castella, ya hemos cumplido con la cosa del cartel rematado y de figuras, que el resto no deja de ser Pérez y Gómez, por mucha oreja que les den. O sea, que esto es lo que hay.

Para acompañar el trágala del fondón de José Antonio y de la tauromaquia lumbar de Julián de San Blas, reyes de este cartel y mandamases del mismo, se vendimiaron un encierro de Alcurrucén, de la Núñez Factory ésa que tienen los Hermanos Lozano, que fueron elegidos y tuneados con la idea de que no diesen demasiado el cante por hechuras, no metiesen mucho miedo por su condición, y que si tenían que embestir lo hiciesen sin dar problemas, o si no, que se parasen. Los Lozano cumplieron a la perfección con el encargo y mandaron el pedido al gusto del cliente, y aunque en alguno como el segundo se les fue la mano en lo anovillado que era, los otros medio dieron el pego en cuanto a aspecto, no recibiendo muchas rechiflas por parte del respetable. Parece mentira que estos de hoy fuesen parientes de los del pasado día 19, Alcurrucenes para pobres aquellos y Alcurrucenes para ricos estos de hoy, nada que ver entre ellos, salvo que llevaban el mismo hierro y la misma divisa. El conjunto, para no demorarnos más, fue una auténtica birria con la excepción del tercer toro, Jabatillo, número 145, colorado y terciado, que fue un gran toro para la muleta. Maticemos lo de “gran toro”, que se dice en el sentido de animal que embiste sin cesar, que tiene una bonita y alegre embestida, que no es exigente con su matador, más bien conformista, y que no saca de manera alguna, ni por acción ni por omisión, los pies del tiesto. Si hablamos de lo que hay antes de la muleta, lo que tenemos es simplemente otra birria igual que los demás y lo mismo que no se picó a los otros, tampoco se picó a Jabatillo, y lo mismo que los otros mansearon en el caballo -no podemos decir “en varas” porque no hubo tal-, Jabatillo, igual.

Fue Jabatillo un toro de ideología completamente socialdemócrata, reconocido como tal por la Plaza en su mayoría, al que en “olor” de multitudes se le premió con una inesperada vuelta al ruedo que nadie pidió y que queda en la conciencia del profesor veterinario don José Magán que se sentaba en el palco a la diestra del Presidente, o en la del propio Presidente, don Javier Cano Seijo, que a lo mejor se equivocó al sacar el pañuelo azul, pensando que daba igual uno que otro, igual que le pasó el otro día a un compañero suyo que se puso a sacar pañuelos blancos a mansalva, otorgando el primer rabo de Las Ventas después del que dio Panguas (q.D.g.)

Las figuras que colgaron el “No hay billetes” en la taquilla fueron, como se dijo antes, Morante, Julián y Castella.

De Morante todo lo que se puede decir son rodeos. Que de las gargantas de los fieles bien adoctrinados mana el ¡Bieeeeennn! antes de que el diestro remate el lance, antes del enganchón quiero decir, que en su forma torpe y desmañada de andar por la Plaza no hay la promesa de nada serio, que para no ir a Sevilla aludió no sé qué de ir junto a Castella y hoy en Madrid está con él en el cartel, que se queja de que la Plaza tiene una pendiente, un Angliru, que hace imposible que mane su toreo, que en todos los pases se nota que lo que él de verdad quiere es irse de ahí, que el vestido le viene muy justo y apretado... Moranteces de un hombre que ama la sopa -especialmente si es en una barca en el Guadalquivir-, y aún más la bollería industrial, y que conste que no tenemos nada contra los gordos, que ahí están Orson Welles y Edgar Neville, dos grandes artistas de buenas carnes de los que somos devotos. Nuevo ridículo del de La Puebla, a quien algunos vienen a ver con ramitos de Romero, profanando de forma harto ligera la memoria de un gran torero y una personalidad única en los ruedos.

Y Julián. Juliancín de San Blas. Ahí, como el convidado de piedra en su enésimo fiasco madrileño. Julián en Madrid tiene las mismas puertas grandes que Pepe Nelo, Morenito de Maracay, y una más que el que fue su peón, El Niño de Leganés. Ésa es la historia madrileña de Julián, vendido y aventado por la crítica selecta de tierra mar y aire como el Poderoso (¿a qué se referirán con eso?), como gran figura o como sabio del toreo, mientras presenta en los madriles tan magra cosecha de trofeos como de faenas, aunque sean sin trofeo. Morante tiene sus fans, no cabe duda, pero Julián está más solo que el as de bastos, porque hasta él mismo sabe que ninguno de los halagos que cosecha en los papeles es sincero, porque nadie puede apreciar esa manera suya de torear, alcayatesca, descargada, basta, que podría lucir algo más, a lo mejor, frente a toros de mucho respeto y muy malas intenciones, toros a los que Julián no quiere ver ni en pintura. Julián escenificó en Las Ventas su más selecto repertorio de toreo basado en la ventaja más descarada, que tanto ha calado en las jóvenes generaciones, y la buena noticia es que su propuesta no encontró el más mínimo eco en los tendidos. Ahí estuvo, a base de poderdeces de las suyas tris, tras, tris, tras y no le hacía caso ni un guardia municipal de servicio, de esos que se cuelan y se sientan en una escalera del tendido bajo. Pegó dos julipiés desmesurados como remate de ambos trasteos y, como dijo el inmortal manco, “fuese y no hubo nada”. Su particular “Operación Puerta Grande” tiene fijado el objetivo en la Corrida de Beneficencia: sin apenas abonados en la Plaza, con público festivalero y de aluvión, con los de Victoriano del Río es posible que pueda hacer colar su antiestético estilo por fin en Madrid y obtener esa fotografía que ansía saliendo hacia la calle de Alcalá a lomos de un sudoroso porteador. Es casi su última oportunidad y ésta a fe que la tiene a huevo.

Y Castella, el héroe de la tarde. Le tocó en suerte el famoso Jabatillo, lo vio claro y lo aprovechó de verdad. Primero diremos lo bueno, por ir con orden, y esto es un principio de faena inspiradísimo. Decimos que el toreo es improvisación, que no vale tener pensado lo que vas a hacer, sino que con el oficio y el conocimiento y las características de cada cual el toreo debe salir de una manera natural y fluida, y así fue el inicio de faena de Castella hoy en Madrid, que empieza en los medios con los pases cambiados sin rectificar a los que siguió una sucesión perfecta de trincherazos, naturales, un molinete y el pase del desprecio. Impecable inicio de faena. Mucho tiempo sin ver en Madrid un inicio tan rotundo y tan sólido, que deja la Plaza a toda presión, como una olla exprés. Luego, tras un desarme, viene una serie de naturales en la que sin llegar a ofrecer el medio pecho se trae al toro, pasándolo muy cerca, ligando los pases y corriendo la mano con temple y gusto. A partir de ahí la faena entra en los modos más convencionales, diríamos de la juliana manera, pero con más gusto, y pierde bastante aire cuando Castella toma la muleta con la derecha para dar una serie de redondos en los que su ventajismo y su toreo de afueras se impone. Retorna a torear con la izquierda, con menos cuajo que al principio, y termina la faena con unos doblones por bajo con los que se lleva el toro al tercio para entrar a matar, dejando una estocada baja de pésima ejecución, en la que tira la muleta al hocico del toro por lo que pueda pasar. Y con eso Mr. Policeman del palco le atiza las dos orejas (se dice pronto).

Algún joven aficionado que haya visto esta faena estará impresionadísimo por ella y la recordará, sin duda, como una de las que cimentaron su afición. Pero esta faena, que en ningún momento llega a conmover, es en esencia un monumento al neotoreo; faena que alguien puede tildar de “bonita”, pero sin la hondura, sin el desgarro, sin la entrega de las faenas grandes, faena sin riñones trazada desde la razón más que desde el corazón, en la que sus virtudes son lo compacta que es, lo bien estructurada que está, y la seguridad del torero a la hora de correr la mano y templar la embestida vibrante del toro. Con un paso adelante, yendo al sitio donde los toros hacen daño, estaríamos hablando de una grandísima faena. Tal y como la ha planteado en cuanto a los terrenos que ha pisado y la ejecución de las suertes, estamos hablando de la mejor faena de las que hemos visto en Madrid a Castella. El toreo caro de esta Feria, hoy por hoy, sigue siendo el de Eugenio de Mora.

Día de la marmota castellana

Pedresina

Soberbio julipié a Peleón
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Estratosférico julipié a Limonero
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