viernes, 22 de mayo de 2015

SAN ISIDRO, FERIA DE TOREROS AMORTIZADOS / por BENJAMÍN BENTURA REMACHA

Fotografía: La Loma

".... hay otros toreros a los que hoy Madrid no les abre sus puertas, a Juan Mora, Curro Díaz, Pérez Mota, “Paulita”, a Nazaré, Oliva Soto o los hijos de “Paquirri” que buen tributo pagaron a la fiesta con la vida de su padre. Ni una sola alternativa o confirmación ni la participación de los novilleros con más perspectivas, Ginés Marín, Varea, Álvaro Lorenzo y Ruiz Muñoz..."


SAN ISIDRO, FERIA DE TOREROS AMORTIZADOS

BENJAMÍN BENTURA REMACHA
No es lo mismo, ya lo sé, ver la corrida en la misma plaza o por televisión, pero sirve de consuelo si, además, la ves en silencio. Los grandes sabios que en el mundo han sido han hablado poco. En los toros pudiera ser el ejemplo don José Flores “Camará”, gafas oscuras llamadas “manoletinas” y mano en la oreja derecha o izquierda. Dicen que así, sin palabras, le informaba a Manuel Rodríguez del pitón más favorable del toro. Tampoco “el Monstruo” (“K-Hito” dijo) era muy hablador. Yo, por prudencia o por ignorancia, lo era en mi juventud, pero, pasada la frontera de los 80, se ha despertado en mí el deseo de contar todo lo que por mi edad y no por mi sabiduría conozco. Estaba enfrascado en el repaso de la torería peruana y he tenido que rectificar mis apreciaciones primeras como en el caso del intérprete de la suerte “nacional peruana”, que en realidad era uno de los hermanos Bustamante, Hugo, de los que yo decía que ninguno llegó a tomar la alternativa cuando en realidad sí la recibió el llamado Ricardo. Y otra aclaración importante es la de que Guillermo Rodríguez “El Sargento” murió en Cuzco en 1951, pero no de cornada sino de un pisotón que le propinó un toro en una mano y del que le sobrevino una infección tetánica que le produjo la muerte unos días después.

El motivo principal de todas estas elucubraciones era la salida a hombros por la Puerta Grande de Las Ventas del novillero peruano Andrés Roca Rey, hermano de otro matador de toros que se llama Fernando. El hecho insólito del triunfo de Andrés despertó la curiosidad general el pasado día 18 de este taurino y madrileño mes de mayo, día en el que los aficionados estaban pendientes de lo que podía ocurrir esa tarde en este mismo ruedo en el que volvía a hacer el paseíllo el citado novillero con la compañía de “Posada de Maravillas”, pariente de Juan Posada, que en realidad se apellidaba Barranco Posada, matador de toros al que yo le hice una entrevista en “El Ruedo” en los primeros años de los 50 del siglo pasado, sobrino de Antonio y Fausto Posada, padre de otro matador de toros, Antonio, y tío abuelo de Ambel Posada y no sé si pariente de algún torero más, y el francés Clemente Dubecq, de Burdeos, que hubieron de entendérselas con los novillos del Conde de Mayalde, alcalde de Madrid por dos veces, lo que inspiró a la gracia chispera y se comentaba por los madrileños que ya era hora de que un Mayalde tomara dos varas. En realidad no comprendí demasiado que un novillero triunfador y dos promesas vinieran a Madrid con una novillada de tal ganadero y en realidad mi duda tuvo su confirmación en la lidia correspondiente de los novillos sorteados con la leve excepción del cuarto que cogió de mala forma a Posada Maravillas pero se dejó hacer cosas de enjundia por parte de un torero que apunta hacia las exquisiteces, bullidor el de Burdeos y firme y pétreo, mayestático y heroico el del Perú respondiendo fielmente a sus apellidos, los de Roca y Rey. Está en buenas manos, José Antonio Campuzano, y puede cristalizar en una figura importante. Su lidia del sexto novillo tuvo tintes épicos y relámpagos trágicos en la ejecución de la estocada, con pitonazos inmisericordes al corbatín o a la mandíbula del joven novillero. No hubo triunfo de escaparate, pero sí confirmación de las virtudes que avalan la posible realidad de un destacado torero.

Otra cosa es lo sucedido en las corridas de toros isidriles con la tremenda imagen de la cogida del malagueño Jiménez Fortes en la víspera del día del santo labrador. Reaccionaron televisiones, radios y diarios y avisaron de que aquí, en el ruedo, como le dijo Mazzantini a un actor famoso, se muere de verdad. Se puede morir y, de hecho, han muerto unos cuantos apóstoles de la Tauromaquia para que esta siga viva. Es el tributo del gran sacrificio del toro bravo. Ha salido el toro bravo en esta primera mitad de la Feria de San Isidro y, con Jiménez Fortes como máximo exponente, ha habido nombres a destacar, Juan del Álamo, Joselito Adame, Eugenio de Mora, Morenito de Aranda y hasta el arlesiano Juan Bautista, hasta ahora como mejor estoqueador con el apunte de Uceda Leal. Lo demás, sin relieve y la circunstancia de media docena de diestros que ya tienen amortizadas sus garantías de éxito. Y, sin embargo, hay otros toreros a los que hoy Madrid no les abre sus puertas, a Juan Mora, Curro Díaz, Pérez Mota, “Paulita”, a Nazaré, Oliva Soto o los hijos de “Paquirri” que buen tributo pagaron a la fiesta con la vida de su padre. Ni una sola alternativa o confirmación ni la participación de los novilleros con más perspectivas, Ginés Marín, Varea, Álvaro Lorenzo y Ruiz Muñoz. Estos últimos puede que piensen que todavía no están preparados para pasar el Rubicón y consolidar sus carreras. Lo de Ponce es otra cuestión. Lo decía hace muchos años otro de los indiscutibles de la historia del toreo, “Guerrita”: “En Madrid que atoree San Isidro”.

Una de las cosas que me sorprenden de la Plaza de Toros de Madrid es que no se busque y por tanto no se encuentre la solución para que en lugar de “Las Ventas” se pueda llamar de “Los Vientos”. Ya se sabe que hacia 1929 la plaza se construyó en un embudo en el que tienen fácil acceso los vientos de todas las procedencias al tiempo que no podían llegar hasta sus alrededores vehículos de tracción mecánica o animal. El caso es que la plaza no se inauguró hasta 1934 y que en los ochenta años que han pasado desde entonces no ha tenido remedio tal fenómeno meteorológico. Con ello se han frustrado muchas faenas, muchas ilusiones y se han ocasionado algunos accidentes desgraciados. ¿No hay posibilidades técnicas de parar los vientos como Josué paró al Sol o Moises separó las aguas? La técnica no necesita de milagros.

En la Corrida de la Prensa estuvo presente Don Juan Carlos y ocupó uno de los sillones de piedra que hay encima de la salida de los chiqueros. Es donde más huele a toro de la plaza y antes eran las localidades más caras del coso venteño. Me trae muchos recuerdos este lugar. Encima, en el tendido Preferente, entre el 2 y el 3, este de Sol y Sombra, presencié unas cuantas corridas a lo largo de los años en que viví mi juventud madrileña, desde 1939 a 1978. Una fila más arriba de la mía tenía su localidad don Carlos de Larra, “Curro Meloja” en las ondas de Radio Madrid. En los sillones se sentaba muchas tardes el general de la Legión Millán Astray, manco y tuerto. Cerraba y abría la mano para aplaudir a los toreros. Veía media corrida y se iba a ver un tiempo del partido de Chamartín o al final de Reina Victoria, donde jugaba el Atlético de Madrid, antes Atlético de Aviación. Otros días se asomaba por aquel lugar la hermana de Chenel, esposa de Parejo. Nos lo contábamos todo. Éramos como una familia. De las últimas vivencias que recuerdo haber contemplado desde este lugar está el día en que Raúl Gracia “El Tato” esperó a un toro “a porta gayola” y sufrió un volteretón impresionante con pérdida de conciencia. Alguién en el despacho del senequista Manolo Cano comentó como chaladura la decisión del aragonés y José Luis Lozano puso el estrambote: “Pués ese chalao está puesto para el domingo que viene”. Ahora habría que poner a otros muchos al domingo que viene. Nos inflan a “portas gayolas”. No es bueno abusar ni de lo excelente. Al día siguiente, 21 de mayo, volvió a su sillón de piedra Don Juan Carlos acompañado por la infanta Elena y disfrutó del buen arte y personalidad de Sebastián Castella, al que no le ponen las cosas fáciles en esta plaza, y de las sutilezas artísticas que el riojano Diego Urdiales le dedicó a su panegirista Curro Romero, escondido tras unas gafas negrísimas entre la señora Tello y su fiel escudero Gonzalito. ¡Chisss…! 

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