viernes, 26 de junio de 2015

El Segurolato / por Juan Manuel Rodríguez



Santiago Segurola. Adjunto a la Dirección de MARCA


"...Terrible condena, repito, la de aquel que está obligado a vivir en una ciudad que desprecia y a hablar de un club al que odia..."


El Segurolato

Juan Manuel Rodríguez 26 de Junio de 2015 
Claro que existe el Villarato, por supuesto que sí. Ahí sí debo reconocerle al director del diario As que estuvo ingenioso. El presidente de la federación española de fútbol lleva tanto tiempo imponiendo su sacrosanta voluntad que ya no es capaz de distinguir la verdad de la mentira. Y como, además, el honrado y trabajador Ángel Mari tiene a su alrededor una cohorte de pelotas que no hacen otra cosa que repetirle lo bueno y listo que es, Villar vive cómodamente instalado en su mundo y no piensa apearse de él... salvo que sea a la fuerza. 

Existe el Villarato, claro que sí, pero también el Relañato y el Segurolato, y de esos no queremos hablar los periodistas porque resulta más incómodo, por las vueltas que a veces da la vida o por el qué dirán. El director del As y el adjunto al director del Marca llevan tanto tiempo subidos al machito editorial tratando de imponer su voluntad a todos y cada uno de los presidentes del Real Madrid que a lo largo del último cuarto de siglo han sido que al final, como le pasa a Villar, ya son incapaces de distinguir la mentira de la verdad. Y aprovecho la ocasión para decir que la temporada que viene va a ser muy divertida porque en esRadio batallaremos contra el Villarato desde el próximo 31 de agosto en El Primer Palo, sí, pero también lo haremos contra Relañato y Segurolato, tan nocivos como el primero.

Tiene que ser una auténtica tortura vivir en una ciudad a la que desprecias y, por mor de tu profesión, verte obligado a tener que hablar constantemente de un club de fútbol al que odias. Del desprecio que el vizcaíno Segurola siente por la ciudad de Madrid, en la que sin embargo lleva trabajando desde hace treinta años, puede darnos una ligera idea el artículo que, con motivo de la final de Copa entre Barcelona y Athletic disputada en el año 2012, tuvo la "valentía" de escribir en La Gazzetta dello Sport

"Muchos seguidores tienen miedo de viajar a Madrid (...) La derecha más irreductible apoyó la negativa del Real Madrid a ceder su estadio" (...) Sienten que no son bien recibidos y tienen miedo de un clima de violencia (...) La gente se ha hecho una idea de la capital del país. O haces lo que quieren o te lo harán saber a la fuerza"

Ni una palabra sobre los insultos dirigidos contra el Rey de España ("el país" para el ex de El País) o los pitos al himno nacional... salvo, por supuesto, para justificarlos al amparo de la "libertad de expresión democrática". Así que a un gamberro le protege la Constitución a la hora de insultar a Juan Carlos I o a Felipe VI pero si a Florentino Pérez se le ocurre no prestar su estadio para la celebración de un akelarre independentista, el vizcaíno Segurola se va corriendo a Italia para echarnos los perros a los madrileños.

En su esquinita de hoy en el Marca, Segurola dice que Sergio Ramos no es ni desleal ni pesetero, y en eso estoy plenamente de acuerdo con él. Pero a renglón seguido habla de "falange mediática" para referirse a aquellos que, imagino que haciendo uso y disfrute de la misma libertad de expresión que permitió en su día a Roberto Palomar decir de Mourinho que era "el típico personaje que se daría a la fuga tras un atropello", a Carlos Boyero llamarle "nazi", a Sardá decirle que era un "gilipollas", a un tal Guardiola asegurar que "ayer cayó Bin Laden, hoy cae Mourinho" o a Sámano acusarle de "camorrista y pendenciero", piensan que Ramos se ha equivocado. S.S. forma parte de ese stablishment mediático, de esa nomenklatura periodística que, a fuerza de costumbre, con el ushanka calado hasta los ojos y el dragunov cargado de cartuchos, lleva tanto tiempo habituado a recibir injustificados elogios de los demás periodistas que han acabado por creer que su palabra es la ley; la del Far West puede pero no la de San Ben Bradlee. Terrible condena, repito, la de aquel que está obligado a vivir en una ciudad que desprecia y a hablar de un club al que odia.

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