sábado, 18 de julio de 2015

18 de Julio



Españoles: 
¡Viva España! ¡Viva el honrado pueblo español y malditos los que en lugar de cumplir sus deberes traicionan a España!

El Alzamiento Nacional. Manifiesto de Franco en Las Palmas, 18 de julio de 1939

Francisco Franco en la revista Time, 1939
Las circunstancias del asesinato del líder político José Calvo Sotelo, sin precedentes en los regímenes democráticos de Occidente, terminaron de polarizar a los españoles que deseaban mantener las libertades amparadas por una democracia de corte occidental, fuesen católicos, monárquicos clásicos, carlistas (requetés), clero, etcétera. La gran mayoría de la clase media también circuló en ese sentido opuesto a la acción del Frente Popular: industriales, licenciados, militares de Academia, universitarios, comerciantes, etcétera.. El sentimiento anticomunista y el catolicismo maltratado gravemente, vertebraron el alma de la insurrección, tanto en el ámbito militar como en el civil.

Por otra parte, el inicio de la guerra se llevó lo poco que todavía permanecía en activo del sistema constitucional de la República, que ya transcurría en el tramo final de su proyectada extinción del Estado Constitucional, realizada desde el poder, conforme a las disposiciones emanadas por el creador y sustentador del Frente Popular: la Tercera Internacional, la Comunista.. (Leer "Marx. Extinción del Estado")

  • El 18 de julio Francisco Franco escribió un Manifiesto en Las Palmas de Gran Canaria.
Españoles:

A cuantos sentís el santo amor a España, a los que en las filas del Ejército y la Armada habéis hecho profesión de fe en el servicio de la patria, a los que jurasteis defenderla de sus enemigos hasta perder la vida, la Nación os llama a su defensa.
La situación de España es cada día que pasa más crítica. La anarquía reina en la mayoría de sus campos y de sus pueblos; autoridades de nombramiento gubernativo presiden, cuando no fomentan, las revueltas. A tiros de pistolas y ametralladoras se dirimen las diferencias entre los bandos de ciudadanos, que, alevosa y traidoramente, se asesinan, sin que los poderes públicos impongan la paz y la justicia.

Huelgas revolucionarias de todo orden paralizan la vida de la Nación, arruinando y destruyendo sus fuentes naturales de riqueza y creando una situación de hambre que lanzará a la desesperación a los hombres trabajadores.

Los monumentos y tesoros artísticos son objeto de los más enconados ataques de las hordas revolucionarias, obedeciendo a las consignas que reciben de las directivas extranjeras, que cuentan con la complicidad o negligencia de gobernadores monteriles.

Los más graves delitos se cometen en las ciudades y en los campos, mientras las Fuerzas de Orden Público permanecen acuarteladas, corroídas por la desesperación que provoca una obediencia ciega a gobernantes que intentan deshonrarlas. El Ejército, la Marina y demás Institutos armados son blanco de los soeces y calumniosos ataques, precisamente por aquellos que deben velar por sus prestigios.

Los estados de excepción y alarma sólo sirven para amordazar al pueblo y que España ignore lo que sucede fuera de las puertas de sus villas y ciudades, así como para encarcelarla a los pretendidos adversarios políticos.

La Constitución, por todos suspendida y vulnerada, sufre un eclipse total; ni igualdad ante la Ley, ni libertad, aherrojada por la tiranía, ni fraternidad; cuando el odio y el crimen han sustituido al mutuo respeto, ni unidad de la Patria, amenazada por el desgarramiento territorial más que por regionalismo que los propios poderes fomentan; ni integridad y defensa de nuestras fronteras, cuando en el corazón de España se escuchaban las emisoras extranjeras que predican la destrucción y el reparto de nuestro suelo.

La Magistratura española, que la Constitución garantiza, igualmente sufre persecuciones que la enervan o mediatiza y recibe los más duros ataques a su independencia.

Pactos electorales, hechos a costa de la integridad de la propia Patria, unidos a los asaltos a Gobiernos Civiles y cajas fuertes, para falsear las actas, formaron la máscara de la legalidad que nos preside. Nada contuvo la apetencia de Poder; destitución ilegal del moderador; glorificación de la revolución de Asturias y de la separación catalana; una y otra quebrantadoras de la Constitución que, en nombre del pueblo, era el Código fundamental de nuestras Instituciones.

Al espíritu revolucionario e inconsciente de las masas, engañadas y explotadas por los agentes soviéticos, que ocultan la sangrienta realidad de aquel régimen que sacrificó para su existencia veinticinco millones de personas, se unen la malicia y negligencia de Autoridades de todo orden que, amparadas en un poder claudicante, carecen de autoridad y prestigio para imponer el orden y el imperio de la libertad y la justicia.

¿Es qué se puede consentir un día más el vergonzoso espectáculo que estamos dando al mundo?

¿Es qué podemos abandonar a España a los enemigos de la Patria, con un proceder cobarde y traidor, entregándola sin lucha y sin resistencia?

¡Eso no! Que lo hagan los traidores, pero no lo haremos quienes juramos defenderla.

Justicia e igualdad ante la Ley os ofrecemos. Paz y amor entre los españoles. Libertad y fraternidad exentas de libertinaje y tiranía. Trabajo para todos. Justicia social, llevada acabo sin enconos ni violencias y una equitativa y progresiva distribución de la riqueza sin destruir ni poner en peligro la economía española.

Pero, frente a eso, una guerra sin cuartel a los explotadores de la política, a los engañadores del obrero honrado, a los extranjeros o a los extranjerizantes, que directa o solapadamente intentan destruir a España.

En estos momento es España entera la que se levanta pidiendo paz, fraternidad y justicia; en todas las regiones, el Ejército, la Marina y Fuerzas de Orden Público se lanzan a defender la Patria. La energía en el mantenimiento del orden estará en proporción a la magnitud de las resistencias que se ofrezcan.

Nuestro impulso no se termina por la defensa de unos intereses bastardos, ni por el deseo de retroceder en el camino de la Historia, porque las Instituciones, sean cuales fueren, deben garantizar un mínimo de convivencia entre los ciudadanos que, no obstante las ilusiones puestas por tantos españoles, se han visto defraudadas, pese a la transigencia y comprensión de todos los organismos nacionales, con una respuesta anárquica, cuya realidad es imponderable.

Como la pureza de nuestras intenciones nos impide el yugular aquellas conquistas que representan un avance en el mejoramiento político-social, y el espíritu de odio y venganza no tiene albergue en nuestros pechos, del forzoso naufragio que sufrirán algunos ensayos legislativos, sabremos salvar cuanto sea compatible con la paz interior de España y su anhelada grandeza, haciendo reales en nuestra Patria, por primera vez, y por este orden la trilogía: fraternidad. libertad e igualdad.

Españoles: ¡Viva España! ¡Viva el honrado pueblo español y malditos los que en lugar de cumplir sus deberes traicionan a España!

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