jueves, 23 de julio de 2015

3ª de Santiago en Santander: El inigualado e inigualable magisterio de Ponce / por J.A. del Moral



"...Enrique Ponce, pues, es más, muchísimo más que un torero poderoso, más que un sabio de Grecia, más que un valiente sin tacha y hasta más que un artista singular en una sola pieza porque, por cuanto ha conseguido y continua consiguiendo a lo largo de los más de treinta años que lleva ejerciendo ininterrumpidamente la profesión más difícil de cuantas haya en el mundo..."



El inigualado e inigualable magisterio de Ponce

Sinceramente pienso que no hay precedentes ni posiblemente habrá jamás en la historia del toreo casos como el del valenciano. De maestro precozmente consumado – nunca olvidaré la primera vez que le vi en Castellón cuando apenas medía un metro y medio y anduvo tan enorme con un novillo bueno como con otro malísimo en su primera vez con picadores –, en los días que vivimos en este año 2015 ha logrado alcanzar un estado que supera la mayor de las gracias taurómacas. Un hombre capaz de modelar cualquiera clase de toros mediante un compendio de tantas virtudes reunidas en su sola persona, que nos da la sensación de estar ante una especie de milagro, no solo inagotable, también perpetuo y en continuo progreso.

Enrique Ponce, pues, es más, muchísimo más que un torero poderoso, más que un sabio de Grecia, más que un valiente sin tacha y hasta más que un artista singular en una sola pieza porque, por cuanto ha conseguido y continua consiguiendo a lo largo de los más de treinta años que lleva ejerciendo ininterrumpidamente la profesión más difícil de cuantas haya en el mundo, lo inaudito que es llevemos ya más de un lustro hablando de su posible final y, lejos de que nos parezca inevitablemente cercano, la realidad es que no tiene adivinable fin. Un fin tan glorioso que, repito, no tiene precedentes.

A ver, ¿quiénes entre los más grandes toreros de la historia llegaron a mantenerse durante tanto tiempo, no solo en ininterrumpida y pletórica actividad sino en permanente progreso? Únicamente Enrique Ponce.

No sabemos hasta adonde hubiera llegado Joselito El Gallo si no le hubiera matado un toro a los ocho años de su alternativa. Pero todos los demás entre los más grandes, sufrieron unos finales decadentes cuando no desastrosos. De los que han visto mis ojos, todos. Y no solo he visto a muchos, a varios los he tratado muy cercanamente.


Lo de ayer en Santander ha sido la enésima demostración de cuanto acabo de decir. El primer toro de la corrida de Núñez del Cuvillo fue bueno en sus manos. No lo hubiera sido en las de Castella y ni en las de Manzanares que compartieron cartel con el valenciano, ni en las de ningún otro torero de la actualidad. Porque no se trataba solamente de hacerle embestir como si fuera bueno. Es que Ponce lo toreó con dulzura, con elegancia, con facilidad, con naturalidad, con radiante y natural belleza. Sin afectaciones ni martingalas. Gran parte del público que casi llenaba la plaza de Cuatro Caminos ovacionó el arrastre del animal en la creencia de que había sido un toro de superior comportamiento. Ese fue ayer el primer regalo que nos hizo Enrique. Por cierto, actualmente muy seguro con la espada.

Pasada la penosa lidia de los dos pésimos toros que siguieron a cargo de Sebastián Castella y de José María Manzanares, llegamos al cuarto. Otro malo. ¿Se había torcido la corrida? Por cómo empezó a comportarse el animal, eso pareció. Pero allí estaba Ponce que dio otra lección magistral más de cómo empezar a convertir el agua podrida en vino añejo. Fueron tres maestros quienes intervinieron perfectamente concertados para que todo se desarrollara en perfecto orden: el matador, su peón de mayor confianza, Mariano de la Viña, y su picador más duradero, Manuel Quinta. Llegado el momento de la faena de muleta, la bronquedad del animal fue poco a poco convirtiéndose en no digo en dulzura porque nunca dejo de venderse caro el marrajo, pero sí en aparente manejabilidad al tiempo que Ponce iba logrando lo que al principio parecía imposible. Fue un dechado de maestría incomparable.
Y la plaza se le entregó a Ponce como pocas veces lo habían hecho en Santander. Ciudad en la que, por cierto, siempre abundaron los antiponcistas desde aquellos años de la recuperación de Cuatro Caminos en los que coincidieron las primeras campañas de Enrique con abundantes coloquios en los que todas las noches la mayoría de los que impartían doctrina le ponían a parir. Ayer tuve tres o cuatro vecinos de localidad que todavía se atrevieron a decirse entre sí mientras Ponce empezaba a desplegar su capote que, “oye, este es el torero más mentiroso de la historia… “…


Los antiponcistas suelen ser feos y feas. Ayer, a medida que fue avanzando la corrida, su fealdad se acentuó con el disgusto y la tristeza de haber sufrido tanto el gran triunfo de su torero más odiado. Y bajaron las cabezas sin decir ni pio…

Menos mal que recobraron la color con las actuaciones de Castella y de Manzanares frente a los dos mejores toros de la corrida que fueron el quinto y el sexto. Castella estuvo como está este año. Muy bien en sus sosas y repetitivas posibilidades. Si hubiera matado bien, seguro que le habrían dado la segunda oreja que algunos solicitaron para jorobar a Ponce que llevaba dos y ya tenía asegurada la salida a hombros por la puerta grande. Una de cada toro. Si lo que había hecho Ponce lo hubiera hecho Castella, hasta le habrían pedido el rabo.

Manzanares, que había naufragado gravemente junto a su cuadrilla con el horrible tercer toro y, sobre todo a la hora de matar, lo que nos dejó muy preocupados por si la lesión que ha padecido en su mano derecha le va a impedir matar a los toros como solamente él los estaba matando, fue luego con el suave y feble sexto quien con más empaque toreó de muleta. Bueno, ya saben cómo defino yo sus maneras: Con dulzura imperial. A mí, oigan, me trae al fresco si se los pasa lejos como tantos le acusan. La faena fue una gran faena, perfumada con muletazos contrarios de gran belleza. Además, acertó técnicamente en su planteamiento. Dando mucha distancia en los cites de cada tanda y espaciando todas. Si no lo hubiera hecho así, el muy noble animal se hubiera venido pronto abajo. Pero, ay, llegada la hora de matar, esa mano derecha volvió a fallarle, sin duda dolorida. Qué pena. Manzanares ayer regresó a los ruedos tras una larga convalecencia. Hoy le vamos a ver en la plaza francesa de Mont de Marsan. Y pasado, a Ponce en su mano a mano delirante con Fandiño. Haya paz… 

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