miércoles, 1 de julio de 2015

Si un triunfo no sirve, ¿cómo se garantiza un futuro mejor? / por Antonio Petit Caro

Así recogía El Ruedo la corrida de Santander en agosto de 1951


"...Nos quejamos, y con toda razón, del poco respeto que algunos en la nueva clase política tienen por la Tauromaquia. Pero es que en ocasiones los primeros que no respetan con hechos y de verdad a la propia Tauromaquia son los que viven de ella..."

Cuando se arrumba el principio del mérito como razón definitiva para repartir los puestos del toreo, estamos perdiendo mucho más que una costumbre, que en época pasadas era como una ley que no necesitaba estar escrita. Ahora un torero nuevo puede romper con fuerza, como ha hecho López Simón, y no por eso sale del paro. Tres triunfos rotundos no traen más consecuencia que la propia satisfacción del artista. En una época no tan lejana a un jovencísimo Antonio Ordoñez le sacó el banquillo una sustitución: con una tarde rotunda en Santander, incluso en la que falló con la espada, pasó en 24 horas de no tener ni una sola corrida contratada a tener 42. Y era en pleno mes de agosto, cuando la mitad de la temporada ya había vencido. Es lo que va del ayer al hoy.



Cuando el mérito deja de ser un valor a tener en cuenta
Si un triunfo no sirve, ¿cómo se garantiza un futuro mejor?
Contaba Antonio Ordoñez que cuando en 1951, un 28 de junio, tomó la alternativa en Madrid, se quedó muy parado en su carrera. La tarde no había sido feliz. Cuando llegó el verano no había toreado más que 5 corridas y tan en el banquillo estaba que hasta se ofreció para matar la corrida de Pablo Romero en Málaga, su tierra de origen, y nadie le hizo ni caso. Para entonces quien comandaba el escalafón ya tenía en su haber 45 actuaciones.

Tuvo que esperar Ordoñez hasta el mes de agosto, que era cuando entonces se celebra la feria de Santander, y contratarse para sustituir a Manolo González, herido unos días antes en Vitoria por un toro de Pablo Romero. Y de esta divisa fueron también los toros de la sustitución, en la que compartía cartel con Luis Procuna y José María Martorell. En la que era la primera de feria, un 5 de agosto, su actuación convenció a todos. Contaba el rondeño que ”pese a que no acerté con la espada, lo cierto es que de no tener firmada ni una corrida pasé a tener 42”, que al final de la temporada resultarían ser 51.

Puestos a recordar la historia, también viene a la memoria el caso de Diego Puerta y aquel miura que atendía por “Escobero”, y mirando hacia más atrás el recuerdo de Manuel Jiménez “Chicuelo” y “Corchaito”. Si ninguno de estos casos, como otros muchos que están en los anales taurinos, no hubieran servido para nada, qué vacía estaría la historia.

Se podrá decir que aquellos eran otros tiempos. Y sin duda lo fueron. Pero para qué engañarnos, prefiere uno aquellos tiempos, cuando el triunfo, el mérito, valía por una temporada, a los actuales, cuando una puerta grande sirve poco más que para recibir media docena de palmaditas en la espalda.

A cuento viene semejante introducción cuando se trata de opinar, por ejemplo, sobre el caso de López Simón, que tras dos puertas grandes consecutivas en Madrid --aunque una fuera “virtual” por la cornada-- y después de formar un verdadero lio en Francia, todo lo que tiene por delante es una corrida para el día de San Fermín en Pamplona y una corrida de las duras para el 2 de agosto en Azpeitia. Después, la nada. Y mira que han salido carteles, con posterioridad a los sanisidros, comenzando por Alicante, Badajoz, Soria, Burgos, Pontevedra, Gijón, Bilbao, Dax… “Las dos puertas grandes de Madrid no están sirviendo, por el momento, para verme acartelado en las grandes ferias”, se lamentaba el otro día el torero.

Pero quien dice López Simón podría decir igualmente José Garrido, aquel novillero que deslumbró en todas las plazas y salvo contadísimas tardes ninguna empresa le ha incluido en sus carteles, incluso en lugares donde ya salió triunfador rotundo. Y así podríamos seguir con otros tantos nombres que están en la mente de muchos aficionados.

Hay una vieja historieta, como aquellas que José María Pemán contaba en sus cuentos para la Tercera de ABC, del torero iba de un lado a otro pidiendo su oportunidad, pero que invariablemente siempre recibía la misma respuesta: “Mira de torear por otras plazas, para que tu nombre empiece a sonar y luego te pueda poner yo”. Y el torero, lleno de sentido común, se preguntaba así mismo: “Pero cómo va a sonar mi nombre si nadie me da esa primera oportunidad”. Aplastante su sentido común, que en nuestros días vemos materializado en demasiadas ocasiones.

Junto a ese etéreo “cuando tu nombre empiece a sonar” viene a coincidir que vivimos en una época en la que se hace caso omiso de un concepto tan importante como es el mérito, que en el toreo se conjuga simultáneamente con el triunfo y con las auténticas opciones de futuro, en la que no sólo dejamos escapar las oportunidades de regeneración de la Fiesta, sino que caemos en la rutina de ver anunciados tarde tras tarde a los mismos nombres. Si esto hubiera regido en otras épocas, los taurinos habrían permitido que hasta se perdiera una figura colosal e histórica como fue la de Antonio Ordóñez.

Y, sin embargo, nos saltamos de forma habitual ese criterio de “cuanto tu nombre suene” cuando precisamente no debería hacerse. Estamos cansados de ver como novilleros de desconocida historia y escasa preparación aparecen, por ejemplo, en el verano madrileño, la mayoría de ellos abocados en el mejor de los casos a quedarse en el mismo sitio en el que estaban antes de aparecer por Las Ventas. Esto en esa otra época que aquí se añora no era ni pensable: era el propio torero el que no se atrevía a comparecer en la cátedra si no estaba seguro y convencido de sus propias posibilidades. Hoy esas convicciones se sustituyen por una recomendación, o por el favor debido a no se sabe quien.

Algunos aducen que cuanto hoy ocurre es la consecuencia inapelable de la ley del mercado. Incluso esas precipitadísimas presentaciones en Madrid. Pero no es cierto. Acaba de celebrarse la feria de Alicante: ninguna de las dos tardes en las que las consideradas figuras iban acarteladas de a tres en tres consiguió llenar la plaza. Pero si nos salimos del circuito feriado, cuántas y cuántas tardes el equipo taurino habitual a duras penas llega a la mitad del aforo cubierto. La ley del mercado, es evidente, no funciona con la insistencia que algunos proclaman.

Es completamente cierto que el llamado “toro predecible” --una afortunada definición que tiene el copyright de Carlos Núñez-- hace mucho daño. Hasta sonrojo daba ver algunos de los toros que para las figuras salieron en estos días por los chiqueros de Alicante. Pero no nos engañemos: tanto o más daño hace la rutina permanente en la que se incurre en los carteles desde marzo hasta octubre, y de la que Pamplona es las pocas plazas que se escapa.

Como, además, a diario se produce la conjunción del ”toro predecible” con el “torero habitual”, a precios de oro por cierto, se llega a un límite detrás del cual sólo queda el abismo. En otras épocas, cuando “había bofetadas” por un abono de Sevilla, de Madrid o de Bilbao, la inercia salvaba muchos baches; cuando las vacas enflaquecen, como ocurre ahora, pocos parapetos salvan a la Fiesta de su propia decadencia. Y menos aún si a quienes pueden representar el cambio, se les corta el paso.

Nos quejamos, y con toda razón, del poco respeto que algunos en la nueva clase política tienen por la Tauromaquia. Pero es que en ocasiones los primeros que no respetan con hechos y de verdad a la propia Tauromaquia son los que viven de ella.

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